Cai Becher

Capítulo 58

Necesito saberlo

Cai Becher

Abro los ojos cuando escucho la puerta cerrarse con cuidado.

La revelación de Alice me ha hecho no emitir ruido alguno al despertar, ansioso por saber la verdad, pero quizá debería...

No. Eso es algo que debía saber, aunque duela.

Me quedo un rato en la cama, sin saber qué hacer. No le he dicho nada porque en caliente uno dice cosas de las que luego se arrepiente, lo aprendí en la carrera.

Párate, cálmate, piénsalo y habla.

Que salga, lo pase bien, se despeje y, cuando llegue, yo ya sabré qué hacer.

Porque no tengo ni idea de qué pensar.

No dudo de su amor por mí, desde luego, pero algo la llevó a hacer eso, alguien la impulsó a hacerlo y, si fue después del secuestro, seguro que ella estaba tan acostumbrada a ser tocada en contra de su voluntad, que no se resistió. Sí. Claro, debió ser eso...

O no.

Cojo mi teléfono de la mesilla de noche y busco su número, dudo, pero le doy a llamar y me lo llevo a la oreja.

Dime que no han vuelto a secuestrarla estando a tu cuidado— es lo primero que dice.

—No... ella, ha salido con su amiga...— me tumbo bocarriba y me pongo una mano sobre los ojos cerrados, sin saber qué decir ahora.

Por supuesto él no me lo pone fácil, aguarda a que hable con paciencia.

Él sabe que lo sé. Lo sabe y aguarda para comprobar mi respuesta. Quiere verte sufrir, quiere...

Puedo verlo tocarla, puedo verlo embistiéndola, besándola...

—Ya me he enterado— murmuro.

No lo escucho reír.

Lo sé.

¿«Lo sé»? ¿Eso es lo único que va a decir?

—¿Cómo...?

Solo se me ocurren tres cosas por las que podrías llamarme: la primera es que ella esté en peligro, pero me has confirmado que no es el caso; el segundo es que quieras hablar de negocios, pero en ese caso no te encontrarías tan vacilante. Así, por descarte, logro acertar.

Cómo no, siempre tan meticuloso.

Psicópata...

Y ahora me dirás que quieres hablarlo conmigo para que te explique con detalle esa noche para saber cómo reaccionar con la noticia, ¿no es así?

—Dónde nos vemos— es lo único que digo.

En la cafetería de tu antigua universidad. A las doce— y cuelga.

Miro el reloj y veo que son las ocho y diez de la mañana, me pongo en marcha, mi universidad no está lejos, pero no quiero llegar tarde.

A las ocho y media ya he salido de casa. Yo estudié en Málaga y estoy a unas tres horas de allí, sin correr, con calma, sin peligro.

Ahora no me conviene correr.

El camino es tranquilo, los únicos que hay en carretera a esta hora de la mañana un viernes son los pobres desgraciados que tienen que trabajar todos los días para poder llegar a fin de mes.

Seguro que a ellos no tratan de arrestarlos cada que alguien sospecha quién es.

Seguro que ellos no tienen que mirar bajo el coche cada que van a montarse por si acaso les han puesto una bomba.

Seguro que a ellos no les hace falta secuestrar a una adolescente para casarse-

Seguro que a ellos no les han puesto los cuernos con tu mayor enemigo... o puede que sí.

Llego sobre las 11:40 a.m. y trato de aparcar cerca de la cafetería, pero no lo logro, así que aparco unas calles más allá, al final, cuando llego a la cafetería, con casi las doce. Entro, pido un chocolate caliente y me siento en una mesa apartada, pasados diez minutos me acabo mi chocolate y me levanto a pedir otro, pero justo veo a Ojo demente y, en vez de repetir lo mismo, me pido una tila.

—Un café solo, por favor— dice al llegar a mi lado.

Sus ojos no muestran nada, ni agrado ni desagrado. Le importo tan poco que ni siquiera se molesta en sentirse bien por haberse acostado con mi mujer.

Nos sirven y vamos a la mesa en silencio.

Ninguno habla, pero aunque para mí sea un silencio incómodo lleno de odio, resentimiento y dolor, para él es solo silencio.

—Estoy esperando— me mira.

—Cuéntamelo todo, Ojo demente. Cuéntame cómo y por qué te tiraste a mi mujer— increpo.

—¿Seguro?— asiento y él sonríe— ¿El cómo?



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En el texto hay: secuestro, sufrimiento, mafia

Editado: 14.11.2022

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