Paelsia
DIECISÉIS AÑOS DESPUÉS
—Sin vino ni belleza, la vida no merecería la pena, ¿no crees, princesa?— Aron
rodeó los hombros de Cleo con un brazo mientras los cuatro caminaban por el camino
empedrado.
Habían atracado en el puerto hacía menos de dos horas y ya estaba
completamente borracho. La verdad es que no era raro, tratándose de Aron.
Cleo miró de reojo al guardia de palacio que los acompañaba; sus ojos refulgían
de disgusto al ver a Aron tan pegado a la princesa de Auranos, pero no tenía por qué
preocuparse. A pesar de que Aron siempre llevaba una elegante daga enjoyada al
cinto, era tan peligroso como una mariposa. Como una mariposa borracha.
—Completamente de acuerdo —mintió Cleo.
—¿Falta mucho? —preguntó Mira.
Aquella bonita muchacha de melena cobriza y cutis perfecto era amiga de Cleo y
doncella de honor de su hermana, la princesa Emilia; y aunque esta había decidido
quedarse en casa por una repentina jaqueca, había insistido en que Mira acompañara
a Cleo en aquel viaje de placer. Cuando el barco llegó a puerto, el resto de
componentes de la expedición decidieron quedarse a bordo mientras Cleo y Mira
acompañaban a Aron a visitar una aldea cercana para encontrar «la botella de vino
perfecta». Las bodegas de palacio estaban abarrotadas de vino, tanto de Auranos
como de Paelsia, pero Aron había oído hablar de un viñedo en particular que producía
un caldo supuestamente incomparable. A petición suya, Cleo reservó uno de los
barcos de su padre e invitó a un montón de amigos a viajar a Paelsia en busca de la
botella ideal.
—Pregúntale a Aron. Él es nuestro guía en esta empresa.
Cleo se arrebujó en su capa de terciopelo para resguardarse del frío. La nieve no
había cuajado, pero aún caían copos menudos sobre el camino. Aunque Paelsia estaba
más al norte que Auranos, a Cleo le había sorprendido el frío; Auranos era cálido y
luminoso incluso en los meses más crudos del invierno. Su paisaje era una sucesión
de colinas verdes, robustos olivos y acres y más acres de tierra fértil de labranza.
Paelsia, por el contrario, era gris y polvorienta hasta donde alcanzaba la vista.
—¿Que si falta mucho? —exclamó Aron—. ¿Mucho? Mira, corazón, lo bueno se
hace esperar.
Recuérdalo.
—Señor mío, yo soy una persona muy paciente —sonrió para suavizar su protesta
—, pero me están empezando a doler los pies.
—Hace un día precioso y tengo la suerte de viajar en compañía de dos bellas
mujeres.
Debemos dar gracias a la diosa por los dones que nos concede.
El guardia puso los ojos en blanco. Cuando se dio cuenta de que Cleo había visto
el gesto, no apartó la vista de inmediato como habría hecho cualquier otro, sino que le
sostuvo la mirada con una altivez que la sorprendió. Era la primera vez que veía a ese
guardia o, al menos, era la primera vez que se fijaba en él.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Theon Ranus, alteza.
—Bueno, Theon, ¿tienes algo que aportar a la discusión sobre lo mucho que
hemos andado esta tarde?
—No, princesa.
Aron se rio y bebió de su petaca.
—Me sorprende, ya que tendrás que ocuparte de llevar las cajas de vino hasta el
barco.
—Es mi deber y constituye un honor serviros.
Cleo le contempló por unos instantes. Tenía el pelo del color del bronce
oscurecido y la piel morena. Si no hubiera sabido que se trataba de uno de los
soldados que su padre se había empeñado en que llevara consigo, lo habría tomado
por un joven noble de los que esperaban en la nave.
Aron debía de estar pensando justo lo mismo.
—Pareces muy joven para ser guardia de palacio —declaró, arrastrando las
palabras y contemplándole con la mirada desenfocada—. No puedes ser mucho
mayor que yo.
—Tengo dieciocho años, mi señor.
—Entonces retiro lo dicho —resopló—. Eres mucho mayor que yo. Muchísimo.
—Un año —le recordó Cleo.
—Un año puede ser una deliciosa eternidad —sonrió Aron—. Tengo intención de disfrutar al máximo mi juventud y esquivar todas las responsabilidades durante el año
que me queda.
Cleo le ignoró; el apellido del guardia le sonaba de algo. Había oído a su padre
comentar algo acerca de la familia Ranus cuando salía de una reunión del consejo. De
pronto lo recordó: el padre de Theon había muerto hacía una semana al caerse de un
caballo. Se había roto el cuello y había fallecido al instante.
—Siento la pérdida que acabas de sufrir —declaró con sinceridad—. Simon
Ranus era el guardia personal de mi padre, y sé que lo quería y lo respetaba.
Theon frunció las cejas como si le sorprendiera oírle hablar de aquello.
—Ostentaba su cargo con orgullo, y espero que el rey Corvin me haga el honor de
tenerme en cuenta cuando busque un reemplazo —repuso con frialdad, aunque sus
ojos oscuros se habían nublado por la pena—. Os agradezco vuestra amabilidad,
alteza.
Aron soltó un bufido y Cleo le fulminó con la mirada.
—¿Era un buen padre? —preguntó.
—El mejor. Me enseñó todo lo que sabía desde el instante en que fui capaz de
sostener una espada.
Cleo asintió amablemente.
—Entonces, sus conocimientos no morirán con él.
Ahora que el apuesto guardia había captado su atención, le resultaba cada vez
más difícil hacer caso a Aron. La vida de palacio había hecho al joven débil y pálido.
Theon, en cambio, tenía los hombros anchos y los brazos musculosos, y llenaba de
manera sorprendente la librea azul de los guardias reales.
—Aron —comenzó Cleo sintiéndose vagamente culpable por haber dejado
abandonados a sus amigos—, media hora más y regresamos al barco. Los demás nos
aguardan desde hace horas.
Los auranios eran más conocidos por su afición a las fiestas que por su paciencia.
Sin embargo, como todos habían viajado hasta Paelsia en el barco del padre de Cleo,
a sus amigos no les quedaba más remedio que esperarlos para volver a casa.
—¡Al fin! Ese es el mercado —señaló Aron, y Cleo y Mira distinguieron a lo
lejos un grupo de gente que pululaba entre casetas de madera y carpas de colores.
Eran los primeros habitantes que se encontraban desde hacía más de una hora, cuando
adelantaron a un grupo de niños harapientos que se calentaban en torno a una fogata
—. Ya verás cómo ha merecido la pena venir hasta aquí.
El vino de Paelsia era digno de la diosa; delicioso y suave, no tenía parangón en
ninguna otra tierra. No dejaba resaca al día siguiente por mucho que se bebiera.
Circulaba la leyenda de que había magia de la tierra en los suelos de Paelsia y en las
propias uvas, y que por ese motivo el vino era perfecto en aquella tierra llena de
defectos.