Por favor no olviden votar en los capítulos y comentar, esto me ayudaría mucho a saber sus opiniones. Si siguen por acá, déjenme agradecerles, espero esta historia les esté gustando mucho. 🫶
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Había recibido un nuevo juego de pinceles por parte de mi papá, uno que habíamos visto en uno de nuestros paseos en fin de semana a una gigantesca tienda del centro. Desde el instante en que me los dio, no dudé en probarlos en los últimos bocetos que había hecho. Mientras lo hacía, papá prestaba atención a todo lo que le decía sobre la escuela y la clase de pintura que me estaba gustando mucho. Cuando vio que ya no tenía más por decir, aprovechó para hablarme de los planes para las próximas vacaciones. Salté emocionado, amaba conocer nuevos e increíbles lugares. Dejó un beso en mi frente y se despidió de mí, animándome a terminar mis creaciones en lo que él y mamá hacían la cena. Cuando vi que ya no regresaría más, saqué de un cajón la carpeta que contenía una serie de dibujos bastante fuera de lo que estaba acostumbrado a hacer, se trataban de ilustraciones de auténticos vampiros y fantasmas. Había una razón por la cual me había aventurado a hacer algo diferente y eso se lo debía a Caín, pues me había confiado los cuentos sobre fantasmas y vampiros que escribía en sus ratos libres. En un principio, me pareció rara la idea de que se pusiera a escribir esas cosas y más a nuestra edad, pero con el tiempo me fui acostumbrando. Tiempo después, me di cuenta que las historias que llegué a leer, no daban tanto miedo como deberían. Sin embargo, en ese momento, sus historias se convirtieron en lo más novedoso y tétrico que jamás leí a mis siete años. Caín tenía un don excepcional para atraparte con las palabras, tanto las que decía como las que dejaba en el papel. Por ello, decidí que una manera de demostrarle que yo también sabía hacer algo, no dejé escapar la oportunidad de ser yo quien le diera vida a sus personajes más allá de las letras a través de ilustraciones que reflejaban mi más genuina fascinación por su talento.
En la clase de matemáticas, la maestra indicaba las páginas del libro que íbamos a trabajar en equipo, algo que no me gustó mucho. Más que nada porque era pésimo para integrarme y cada vez que lo intentaba, los nervios me ganaban y mis compañeros con facilidad pasaban de mí. Decían que era raro y por eso no les gustaba juntarse conmigo. Llevé mis manos debajo de la mesa y me mantuve con la cabeza gacha hasta que la maestra se diera cuenta de que era el único que aún no se integraba. Pronto, sentí su presencia delante de mí. La señorita Estela, a la que nada extraño le parecía la situación, me sonrió en cuanto cruzamos miradas.
—Ven —me invitó a ponerme de pie y, dudoso, la seguí hasta el frente del salón, suficiente como para llamar la atención de los demás. Me sentí avergonzado—. Su compañero Abel todavía no tiene equipo, ¿alguien quisiera integrarlo?
Ni una respuesta. Bajé de nuevo la cabeza ante el silencio incómodo que nos acompañaba. Me había resignado a trabajar solo o mínimo si es que contaba con suerte, la señorita Estela tendría compasión de mí y me haría hacer la actividad con ella, como a menudo ocurría.
Pero entonces, esa vez fue diferente. La voz de alguien, dispuesto a que me uniera a su equipo, me devolvió el ánimo. Se trataba de Fabio, que en compañía de su equipo, me miraban atentos a una respuesta. Miré a la señorita Emilia y ella me tocó el hombro, animándome a que fuera por mis cosas y me uniera a mis tres compañeros. Con cierta torpeza, dejé caer mi mochila por debajo de la mesa y respiré hondo antes de dirigirme a ellos. Apenas levanté la mirada, vaya sorpresa que me llevé cuando me los encontré mirándome con suma atención, como si tuviese algo extraño en la cara y les fuera inevitable quitarme la mirada. Conforme pasaban los segundos, rogaba que me dijeran algo y no solo se quedaran callados, aún si fuera la cosa más desagradable.
—Pues yo no lo veo raro —dijo Fabio, quien se había inclinado hacia el frente con la intención de lograr que yo hablara. Pero como vio que lo estaba dudando tanto, optó por empezar a hojear las páginas del libro en las que se suponía, se detallan las instrucciones de la actividad que teníamos que hacer.
Entonces, Andrés, otro integrante del equipo se animó a leer las instrucciones de la serie de ejercicios que teníamos que terminar antes de la hora del recreo. En cuanto Andrés terminó, Nico, me dijo:
—Abel, creo que tú deberías contestar los ejercicios.
Elevé las cejas. ¿Se refería a todos? Eran muchos.
Pero entonces, Fabio contestó:
—Se supone que somos un equipo y todos debemos cooperar.
—Lo decía porque se supone que Abel es el que más sabe de matemáticas, ¿o no saben que en todo saca diez?
Andrés se giró a Nico por lo que había dicho.
—¿Y eso qué tiene que ver? No porque saque diez significa que nosotros no sepamos hacer las cosas.
Miré de reojo a Fabio, quien sin decir palabra, había comenzado a resolver algunos ejercicios por su cuenta. Entonces, la señorita Estela nos recordó que nos quedaba poco tiempo para que la campana del recreo sonara y por ende, terminamos con nuestra actividad. Por lo que no nos quedó de otra más que terminar de asignarnos los ejercicios restantes. Concentrado, pasaba de un lado a otro, las cuentas de colores en el ábaco para sacar los cálculos de las cinco sumas que me habían tocado. Al final, tuvimos un total de veinte sumas resueltas. En cuanto acabamos, la señorita Estela se acercó a nosotros para revisar que nuestros resultados eran correctos.
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Editado: 04.12.2024