Calima Roja

14

¡Atrás, Muggle!

Abro la cremallera del estuche de CDs de Jude y paso las fundas leyendo los nombres escritos con permanente en ellos. Me detengo en el que pone "Ost it's ok not to be ok" y lo saco de la funda para ponerlo en el discman.

En la pequeña pantalla leo el título que se desliza por la pantalla: "Sketch Book", y mientras escucho la dulce voz de la desconocida cantante, examino cada una de las pegatinas que cubren la tapa del discman. No conozco todos los muñecos de las pegatinas, pero sé que son asiáticos e inmediatamente eso me hace pensar en Dorian.

Mi profundo suspiro hace que la cabeza de Zarek gire hacia mí. Su hermano está sentado atrás, mirando por la ventana del coche en silencio. Al principio pensé que era una bendición que se mantuviera callado; incluso me dieron ganas de agradecerle a Grigory por darme una razón para matar tres pájaros de un tiro. Pero poco a poco un extraño sentimiento ha ido creciendo en mi interior.

Y aunque es algo que no he sentido en mucho tiempo, sé lo que es. Culpa.

Estoy lamentándome por la muerte de mis padres, por estar sola y no saber si he perdido a las pocas personas que me importan y, aun así, los he forzado a dejar atrás a un miembro de su familia.

He hecho tantas cosas malas y de alguna manera siempre me he sentido justificada; no sé por qué esta vez es diferente.

Estoy rodeada de serpientes venenosas; no me puedo permitir flaquear ahora. Si hay un momento para no sentir compasión, es este.

"Wake up" se desliza ahora por la pantalla y estoy tan concentrada en mi batalla mental que no puedo evitar soltar un grito cuando el coche se detiene bruscamente al impactar contra algo.

Levanto la cabeza y siento mi alma abandonar mi cuerpo al ver a través del parabrisas la horrible y repugnante cara de un nekrofágoi justo frente a mí.

Subido al capó del coche, el nekrofágoi abre de forma aterradora su amorfa boca para soltar rugidos que provocan que esa apestosa baba negra caiga sobre el parasibras y empieza a golpear con la cabeza y las garras de sus alargadas extremidades el cristal en un desesperado intento de llegar a mí.

Estoy paralizada y atrapada entre el contraste de la espeluznante imagen que tengo enfrente y la alegre melodía que sigue sonando en mis oídos.

Otro grito se me escapa cuando la cabeza del nekrofágoi estalla sobre el parabrisas; acto seguido, Zarek agarra el cuerpo sin cabeza al que acaba de dispararle y lo lanza lejos.

Apago el discman mientras Zarek regresa al asiento del copiloto y lo primero que escucho es una palabrota que viene del asiento trasero. Una de las pocas palabras rusas que sí conozco.

—¡Blyat!

Sí, un montón de mierda.

Y una manada de nekrofágoi que corre por la carretera como una jauría de lobos hambrientos, directamente hacia nosotros.

Zarek entra en el coche y lo maniobra en un brusco giro para volver por donde venimos y, por el espejo, veo que los otros dos coches hacen lo mismo y nos siguen.

El problema es que no son los únicos.

Ada salta de la mochila que dejé a mis pies a mi regazo y suelta un graznido.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunto mientras acaricio el lomo de Ada para calmarla—. ¿Cómo los perderemos antes de que anochezca?

No sé cómo son en la oscuridad, pero si son peores de lo que son por el día, prefiero no saberlo nunca.

Hablando de eso, miro al cielo y compruebo que otra vez la niebla se ha apoderado del cielo, haciendo que todo se vea gris y opaco.

—No podremos perderlos —responde Zarek, pisando a fondo el acelerador—. Tendremos que destruirlos.

—¿Y cómo pretendes que hagamos eso? —cuestiono, con ganas de llorar y reír al mismo tiempo—. No todos tenemos entrenamiento militar.

—Los que no sabéis disparar os quedaréis en un lugar seguro mientras los que sí sabemos nos encargamos de ellos.

Lo que dice tiene perfecto sentido, pero el recuerdo de mis padres siendo despedazados y devorados por esas cosas sigue demasiado fresco en mi memoria, por lo cual mi mano sale disparada para sujetar su brazo antes de que pueda controlarme.

—¡No te atrevas a dejarme sola!

Sorpresa cruza por sus ojos y me sentiría avergonzada si no estuviera tan aterrada.

—No te preocupes, no dejaré que lleguen a ti.

Me aferro a sus palabras incluso si no las creo porque no tengo otra opción y me obligo a soltar su brazo. Zarek detiene el coche al llegar a un precipicio y mi corazón late tan fuerte que me sorprende no tener un infarto.

—Bajad —ordena abriendo su puerta.

—¡¿No dijiste que nos dejarías en un lugar seguro?!

Él realmente se atreve a mirarme como si no entendiera por qué estoy tan histérica.

—Está ahí abajo —responde señalando el borde del precipicio.

¡¿QUÉ?!

Cierra la puerta ante mi cara estupefacta y da la vuelta para abrir la mía. Su hermano baja del coche y se reúne con los otros que se bajan también sin entender nada.

—Los que seáis capaces de dispararles, quedaos aquí con Zarek; los que no, venid conmigo.

—Pavel os pondrá a salvo mientras nosotros nos libramos de los nekrofágoi —me explica Zarek mientras desabrocha mi cinturón, ya que estoy demasiado paralizada para moverme.

Es curioso cómo aceptó el nombre que les di y un poco gracioso cómo lo pronuncia con su acento. De hecho, me dan ganas de reír, de reír mucho. Me controlo porque sé que estoy al borde de un ataque de histeria.

Zarek me sorprende pasando suavemente la mano por mi cabeza en un gesto tierno que jamás hubiera esperado de él.

—Tranquila, Danaya.

Siento un nudo en la garganta. Mi nombre pronunciado en ruso de manera casi amable por su grave voz remueve en mi deficiente memoria recuerdos de otra época.

Salgo del coche con Ada en mis brazos y, si tenía alguna esperanza de que los hubiéramos dejado atrás, se termina en cuanto reconozco los ruidos que hacen al venir a por nosotros. Zarek me guía hasta el inicio del precipicio donde espera su hermano con la mayoría del grupo, cosa que no me extraña teniendo en cuenta lo estrictas que son las leyes con el uso de armas. Aparte de César, solo Weasley y Saya se quedan con Zarek. Nótese que Wendy y Flounder me apuntaron con un arma y, sin embargo, están en este grupo.




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