Calixta y el Espejo Azul

Görhil y su familia

Mientras andaban por el sendero, Calixta se detuvo un par de veces para observar las flores más de cerca. Cada una de ellas era singular, con tonalidades increíblemente brillantes y distintas formas geométricas. Sí, algunas flores eran triangulares. El aire era iluminado por diminutos puntos blancos que brillaban cada dos por tres, y el olor intenso a pinos era dulce.

—Son Tinklers. Pequeños seres con alas. Brillan en la noche por luz propia, ayudan a alumbrar el espacio.

—¿Ah? —interrumpió la chica extrañada.

— Todos los puntos que ves en el aire.

Calixta le dio una sonrisa y continuó observando todo con atención. A lo lejos se escuchaba el canto de grillos, ranas y aves. Muy similar a lo que había al otro lado del espejo azul. El cielo turquesa oscuro parecía moverse por fuerza propia en cualquier dirección que deseara, provocando un efecto casi exacto a la aurora boreal.

—Ya falta poco. A la izquierda está nuestra casa.

—Entonces, ¿los dragones tienen casa como si fueran...?

—¿Humanos? No exactamente. Nuestro hogar es más parecido a lo que ustedes llaman "casa de hobbit", solo que a mayor escala.

—¡Asombroso!

—Lo es, excepto en la temporada diluviana.

—¿Llueve mucho? —supuso que se refería a un diluvio.

—Ochenta días corridos.

—¡¿Qué!? ¿Sin parar?

—Sin parar —afirmó.

El dragón se detuvo y miró a su izquierda. Calixta siguió la mirada y se encontró con una enorme y amplia casa al estilo hobbit. Debía ser tan larga como dos canchas de baloncesto y tan alta como un edificio de cinco pisos. Estaba cubierta de césped, y sobre él, muchos hilos blancos sostenían pequeñas esferas parecidas a los globos, todas brillaban con tonalidades entre blanco y gris claro. Calixta estaba tan sorprendida que no se dio cuenta de tener la boca abierta. Jamás imaginó algo parecido. ¿Así vivían los dragones?

—Vamos. Te presentaré a toda mi familia.

Pero ella no se movió. ¿Y si la atacaban? ¿Y si no era bienvenida? El dragón notó la duda en los ojos de Calixta y extendió su ala derecha para pasarla detrás de su espalda, simulando un abrazo.

—No hay nada que temer. Serás recibida con mucha emoción. No es la primera vez que una Calixta nos visita.

Su comentario no pasó por alto. ¿Qué quiso decir con una Calixta? ¿Eso quería decir que...?

—¡Görhil! ¿Qué haces allá fuera con...? Oh, por Yertum, ¡es una humana!

La enorme puerta de madera se abrió, dando paso a un dragón más grande que el acompañante de Calixta. Era muy parecido, solo que más grande y de ojos verdes. Estaba tan asombrado por la llegada de la humana que volvió al interior, murmurando y dejando la puerta abierta.

—Te caerán bien. Vamos.

—¿Quién es Yertum? —susurró ella.

—Es uno de nuestros dioses —respondió con naturalidad.

Por las redondas ventanas de la casa se apreciaba un cálido interior, y al parecer todo era tallado y construido en piedra. Las ventanas estaban enmarcadas con madera pulida, y bajo ellas, múltiples florecillas permanecían cerradas.

—Son Ampolias, duermen de noche —le dijo el dragón—. Por cierto, dejaste tu lápiz en el suelo la primera vez que viniste. Lo he guardado en mi cofre. Te lo daré junto con otras cosas.

Cuando Calixta cruzó la entrada, vio con maravilla cada detalle del interior. Todo era tan cálido, un solo piso lleno de paja, hojas y tierra. A un lado estaba la enorme fogata, destellando chispas de fuego, seguido por mesas de piedra, del techo colgaban candelabros que permanecían encendidos por sí solos, las llamas se movían en una danza continua. Luego, al otro extremo, estaba lo que Calixta asumió sería la cocina, pero esta era más bien ocupada por un enorme tope de piedra, con dos grandes huecos. Las manchas de sangre le confirmaron que ahí se cortaba carne. En otra esquina, apartado de todo, vio lo que parecían ser establos. Eran grandes, separados por gruesas paredes de piedra, y en vez de tener una puerta, solo había un hueco medio circular por donde entraba el dueño de la habitación. Se mordió el labio para no echarse a reír al imaginar dragones durmiendo comparados con caballos.

—Has de ser tú.

Su voz era femenina. Frente a ella, una dragona de ojos amarillos la observaba. Movía la cabeza lentamente y su cola descansaba entre sus anchas patas. Toda su piel era escamosa, de un gris verdoso. Calixta no quiso imaginar cuán grandes debían ser sus alas.

—Yo... yo so-soy Calixta. M-mucho gusto —se sentía tan pequeña. Si la dragona abría la boca, ella sería tragada de un solo mordisco.

—Mi nombre es Uria, soy la madre de Görhil. Él es Gödmel, mi esposo —señaló con la cabeza al dragón que se encontraba al otro extremo del hogar, el mismo que los encontró afuera. Miraba una extraña piedra roja ovalada—. Y las de allá son Verlam y Rulpa, nuestras dos hijas.

Calixta observó a las dos pequeñas dragonas que jugaban con... ¿pequeñas hadas? Sonrió al encontrarles parecido con la famosa Tinkerbell.




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