— ¡Quítate asqueroso anciano! —exclamó quejumbrosamente el barrendero mientras me jincaba con la escoba — ¡No ves que estoy trabajando!
—Lo... lo siento —respondí titubeando por el gran susto que me había dado. Por alguna extraña razón me había quedado dormido en la acera del parque.
La tarde había caído en aquella ciudad. Me había dirigido al parque central, el único lugar en toda la ciudad que tenía muchos árboles. Supuse que un poco de aire fresco me ayudaría a nivelar mi condición, además quería escuchar el canto de las aves. Quería alejarme un poco de las malditas realidades en las que estaba envuelta mi vida. Había perdido muchas cosas esa semana y quería un respiro para poner en orden mis emociones.
Cuando llegué, había notado que todas las bancas estaban ocupadas, así que me recosté en una parte de los muros que rodeaban el inmenso parque. Me relaje tanto que no me di cuenta en que momento me dormí; el simple cantar de los pájaros hacia que mi mente olvidara el ruido de los autos y las voces de las demás personas, y mi mente se unía a la madre naturaleza provocando un vaivén de sentimientos revueltos con ganas de escapar.
De pronto, el cielo azul se tornó de un color grisáceo, era como si notase mi dolor y me quería acompañar en mis penas. La gente que se encontraba en aquel parque empezó a marcharse, y yo seguía recostado. No me quería ir, pero el barrendero me estaba corriendo.
Luego de una pequeña discusión, decidí levantarme. No sabía qué dirección tomar, solo quede parado en la orilla de la calle. La leve brisa se estaba convirtiendo en un aguacero, pero aún estaba tomando fuerza. La gente corría y los autos aumentaban su velocidad, observaba como todo el mundo se agitaba con un gran temor hacia la lluvia. A mí no me importaba que mi ropa se mojara o que mi peinado se arruinara. Yo amo la lluvia. La amo porque ahí puedo llorar sin que nadie se dé cuenta.
Las calles se estaban volviendo vacías y silenciosas, podía escuchar claramente el golpe de la gota al caer en el pavimento. Estaba oscureciendo y todo se estaba volviendo borroso. Las luces de la ciudad empezaron a encenderse, yo sentí aquello como un toque nostálgico al momento. Tenía temor, no sabía que rumbo coger. Estaba solo y perdido, un pobre anciano sin motivos estancado en una de las calles que yacían solas. Aproveche el momento, y me puse a llorar.
No quería ir casa porque me daba miedo recordar las cosas. No quería llegar porque ahora nadie me iba a recibir, todos se habían ido de una forma muy egoísta.
— ¡Maldita sea! —Le grite al cielo —, si estás escuchando quiero que sepas que estoy enojado contigo. No entiendo a esta sociedad, dicen que eres amor pero tú solo me otorgas un maldito dolor. Quiero odiarte pero me han enseñado a amarte a pesar de todo. ¿Por qué lo hiciste? Me quitaste lo más preciado que tenía y ahora me he quedado solo por tu culpa. ¿Así funcionan tus destinos? ¿Así son tus propósitos de perfectos? —gritaba aún más fuerte con mi voz temblorosa por el frío que sentía —. Me hubieses llevado a mí y no a ellos. Te odio pero también te amo —luego de eso, seguí caminando bajo la lluvia y me dirigí a casa.
Cuando llegue, me acerque a la puerta y saque las llaves de mi bolsa. Las manos me temblaban pero no eran del frío, eran de miedo. Inserte la llave, gire la perilla y entre.
Estaba oscuro y el silencio que abundaba me daba temor. Busque el interruptor, lo presione y pude cambiar un poco el ambiente. Todo estaba ordenado y limpio, tal como lo había dejado ella. Ya había pasado una semana de lo sucedido y yo no había regresado a casa.
Me ponía incómodo lo ordenado que estaba. Así que me puse "remodelar" un poco la casa.
— ¡Odio esto! — tome una silla y la estrelle contra la pared —, ¡también odio esto! —levante el televisor y lo estrelle contra el microondas — ¡y esto! —tome el palo de escoba y rompí los retratos. Los vidrios se esparcían por todo el piso — ¡esto también lo odio! —quebré la lámpara...
La ira se apoderaba completamente de mi ser. Estaba actuando de forma salvaje, pero me sentía bien. Seguí así hasta que todo lo que se encontraba en casa quedara destruido.
Luego subí a mi habitación. Justo cuando iba a empezar a destruir todo, pude notar que a los lados se encontraba una lámpara pequeña que iluminaba un libro sobre el escritorio. Estaba atónito, parece que alguien iba a leerlo.
Ignore el libro, salí del cuarto y revise todas las habitaciones de la casa; quería saber si alguien se encontraba en ella. Busque durante un largo rato, incluso en los escondites secretos, pero fue inútil ya que no encontré a nadie. Aproveche el momento y fui a buscar una botella de alcohol a la cocina.
—Captain Morgar, mi favorito.
Subí a la habitación y volví a observar el libro que estaba en el escritorio.
— ¿Qué es esto? —me pregunté y tome el libro en mis manos.
Lo abrí con temor y leí la primera página:
"Querido diario:
Quiero contarte que hoy me siento muy feliz. La maestra nos enseñó una forma de cómo hacer que nuestros recuerdos duren para siempre, nos enseñó a hacer diarios. Y gracias a eso, aquí estás tú. Escribiré todos los días lo que me suceda en mi vida, y te cuidare muchísimo para que algún día pueda volver a leer todos estos recuerdos. Serás mi gran compañero y guardarás muchos de mis secretos. Tú serás testigo de todas mis grandes aventuras y también serás testigo de mis momentos de dolor. Seremos mejores amigos por siempre.
ATT.
— ¡Mierda! —dije angustiado. No pude leer el nombre porque la luz eléctrica se había ido y quedé completamente a oscuras.
Salí de la habitación, me dirigí hacia la cocina y me dispuse a buscar una vela. Este inconveniente no me detendría para averiguar quién era el autor de este escrito. Caminé cuidadosamente apoyando mis manos en las paredes, bien sabía que había dejado un completo desorden en toda la casa y que había vidrios en el suelo. Sorprendentemente, llegue a la cocina y busque entre las gavetas con la esperanza de encontrar una vela.