—¿Qué? —se aleja un poco.
—¿Está bien la desición que he tomado?
Me mira confundido.—Eh... sabes que te...
—Ayudaremos y apoyaremos y todo lo demás me lo sé...
Lo único que han sabido decirme es esa misma frase. Y no quiero escuchar eso, tenía esperanzas de que podría ser más pero siguen sin convencerme del todo si me contestan lo mismo.
—Pero si es cierto.
—Sí... —me muevo pero el no me deja salir—. Tengo que hacer otras cosas.
—No respondí a tu pregunta.
—Lo has hecho.
—No lo hice.
—Si lo hiciste —coloco las manos en su pecho empujándolo para salir.
—No.
—Sí, punto. Ahora, permiso —apriciona mis piernas con las suyas al igual que mis brazos con los suyos—. Stéfano. Permiso por favor.
—No te vas hasta que te responda.
—¡Ash!... déjame.
—Pienso que la desición que tomaste está bien. Si te gusta y dijiste que querías ser parte de los mafiosos entonces sí.
—Quiero irme Stéfano y.... ¿estoy escuchando mal o dijiste que está bien? —abro mucho los ojos.
—Dije que está bien. Y sí, escuchas un poco mal... —logro darle un golpe en el brazo—. Eso no dolió.
—Si no me dejas, será peor.
Deja un beso en mi mejilla haciendo que cierra los ojos ante la suavidad de sus labios, siento que se desvía y su aliento choca con la piel de mi oreja susurrándome.—Sabes que no te dejaré... y si el destino, por algún motivo quiere separarnos, pues yo te estaré cuidando de lejos.
Suena difícil eso. ¿Es posible?
—¿Desde cuándo te volviste tan cursi?
—Desde la primera vez que te vi... —vuelve a rozar sus labios hasta llegar a los míos y besarme.
Si, yo también me estoy poniendo muy cursi. Puedo serlo, pero muy poco. Ahora parece que estoy cambiando a eso.
Sigo su beso y aprovecho, ya que está distraído, lo tiro—. Dije permiso y lo dije por las buenas.
—Y lo hiciste por las malas. No es justo —sonrío triunfante.
—Si lo es. Me tengo que ir.
Soy mala. Sí. Pero él se lo buscó.
Salgo de ahí y voy por uno de los pasillos. Corro más al ver cerca la salida. Antes de poder llegar me agarran de la cintura empujándome hacia la pared.
—Esto no queda así, Safira —se acerca amenazante y se apega a mí.
—¿Todos tienen que ser más altos que yo?
—Y bueno, ¿quién te mandó ser tan enana? —ahora si se pasó.
Lo empujo con todo y lo acorralo en la otra pared.—Escucha Amato, no te creas el listo. ¿Entiendes?
—¿Crees que sigo tus órdenes? —ríe burlón.
—Pronto las seguirás. Así que borra esa expresión triunfante y ve hacer otra cosa.
—¿Ahora te haces la fuerte?
—Amato no me provoques —lo miro furiosa.
Una idea de repente aparece en mi cabeza.
—Es lo que estoy haciendo, Lombardi.
—Veremos lo que dirás más adelante —lo beso, él también me sigue y antes de prolongarlo lo piso clavando el tacón de mi zapato en su pie—. Se que me amas.
—Y... mucho —aprieta los dientes aguantando el dolor.
¿Bipolar?, ¿yo? No... bueno un poco... un poco si... bastante... no tanto... EN FIN, LO SOY.
Antes de que me alcance, salgo y voy corriendo hacia la sala de entrenamiento.
Sin saludar paso de largo a los vestidores.
—Llegas 10 minutos tarde —me reclama una vez que estoy lista y voy con él.
—¿Y? —lo miro seria restándole importancia.
—Eres puntual. No eres como Amato que... —se abren las puertas dejando ver entrar un muy tranquilo y normal Stéfano—, siempre llega tarde.
—Sí, ajá —se acerca a nosotros, tan casual.
—Creo que es mala influencia para ti.
—¿Stéfano? ¿Por qué?
—No quiero que llegues tarde. Y si lo vuelves a hacer... —cruza los brazos y sonríe de lado—, entrenas más horas.
—Mmm... ¿y harás que me pierda las clases con Lucas? —imito su postura.
—Desmentiré. Le diré que estuviste por ahí.
—Deja de molestarla —una mano de él rodea mi cintura.
—Claro. Ahora están en contra mía —entrecierra los ojos chasqueando la lengua—. No podrían.
—¿No?
—Perdón señor ofendido —se burla Stéfano.
—Antes que nada, no me puede desafiar una chica de quince años ni uno que está por cumplir su mayoría de edad, no pueden con uno de veinte y mucho más experimentado.
—Leone mejor... —da un paso a él pero lo corta.
—Mejor les doy un consejo. Antes de que peleen con otro o quieren hacerse el más, deben tener en cuenta la discreción.
—¿A qué te refieres? —lo miro extrañada.
—¿Se han visto a un espejo? No, claro que no. Sólo vinieron a pelear.
Él se aleja para buscar otras cosas.
Mientras nos miramos con Stéfano y ambos nos ponemos rojos de vergüenza.
Tiene labial en los labios y yo... seguro que colorado...
Tiene razón, somos muy disimulados.
—Agradezcan que no está el señor Lombardi o Clear. Ahí no tienen escapatoria.
Nos tratamos de arreglar lo más rápido cuando siento una mano en mi hombro. Miro a José y Stéfano, los dos están paralizados.
—¿Por qué no tendrán escapatoria? —ay madre santa... ayuda—. Contesten.
Apenas respiro controlando mi nerviosismo y no delatarnos.
Me mira mal y mira al señor Lombardi.—Llegaron tarde.
—¿Se puede saber el por qué? —su voz tiene un deje de molestia.
—Estuve conversando con Safira sobre mi viaje a Rusia, que por cierto, fue todo un éxito Señor —habla serio y profesional como siempre.
Espero te crea Amato.
Lo escucho suspirar y me suelta.
—No quiero que se vuelva a repetir. Los veo más tarde.
Sigo quieta en el mismo lugar. Escucho que cierra las puertas y me relajo.
¿Por qué apareció de la nada así?
—Juro que... se me saldrá el corazón... —hablo mientras respiro ondo.
—Lo escucharon, no se volverá a repetir. Rápido, muévanse.
Me abraza Stéfano y deja un beso en mi frente.
—No perdamos tiempo. Tranquila ya pasó —asiento aún nerviosa, me separo de él caminando hacia atrás.
—Discreción... —guiño un ojo y me acerco a José.
Llegué justo para la otra clase con Lucas.
—Hoy aprenderás algunos trucos y practicarás algo —sonriente me mira entregándome el arma que vi antes—. Apúntame.
Está loco.
—Apúntame —indecisa lo hago —, titubeaste. De nuevo.
Hago lo mismo varias veces hasta que lo logro.
—Una más. Apúntame —levanto la mano y apenas lo apunto, a la velocidad de la luz hace una maniobra doblando mi muñeca logrando así quitarme el arma—. Eso debes aprender.
Impresionante.
Me enseña su maniobra y rápido lo aprendo. Lo intento una, otra y otra vez. Sí sale.
—Excelente. Eres una aprendiz rápida —pasa una mano por su cabello rubio peinandolo un poco.
—Gracias —sonrío tímida.
—Todavía nos quedan... tres horas. Sigamos.
Y por suerte pasaron rápidas.
Me encuentro en mi habitación apunto de dormir... justo debían tocar la puerta.
Abro de mala gana y lo veo.—¿Qué?
—Quería desearte buenas noches.
—Ah, no me la creo... llevo todo el día cansada, este es mi momento de oro, dormir. ¡No! Si el señor tenía que venir a molestar. ¡NO VUELVAS A MOLESTAR...! —me tapa la boca empujándome dentro de la habitación y cierra la puerta.
—¿Quieres que venga el señor y nos regañe por tu culpa?
Quito su mano sin ser muy brusca.—No. Ahora vete que quiero dormir.
Y tampoco ayuda de que siempre viene igual, sólo vestido con el pantalón gris de pijama. Mi concentración se va...
—No sin antes mi beso de buenas noches —coloco mis manos en su pecho parándolo.
—No. Vete.
—Por favor, Safira.
—¡Qué pesado! —me acerco para darle un beso y se aleja—. Listo, ahora si que te quedas sin beso.
—Alcánzame...
—No... —me vuelvo a acercar y retrocede—, me iré a dormir mejor.
Le doy la espalda avanzando a la cama, abro las sábanas y sin dar más vueltas me acuesto. El sueño empieza a vencerme apenas toco la almohada.
—Si estás cansada —siento movimiento al lado mío, doy vuelta y lo veo que está acostado—. Descansa, mañana será mucho más.
Me apego a él abrazandolo. —Buenas noches Stéfano.
¿Qué haría si me faltara algún día?
Los rayos del sol me molestan. Abro los ojos un poco y veo que no hay nadie al lado mío.
¿Lo habré soñado?
Empiezo a recordar que él se levantó temprano y se fue. Cierto que lo hace porque a estas horas...
Toca la puerta. —A levantarse Safira.
Aparece ella.
Por suerte, hoy no habría entrenamiento.
Mañana es el casamiento de Clear y el señor Lombardi. Hoy todos están de un lado a otro preparando todo.
Como no puedo hacer nada, subo y me dirijo a mi habitación. Antes de entrar, veo la puerta entre-abierta del señor.
No. No puedo hacer esas cosas... pero la curiosidad me mata.
—"La curiosidad mató al gato" —seguro pensé en voz alta—. Pasa Safira.
—Permiso —entro y observo con atención todo.
Es grande la habitación. Tiene una cama matrimonial bastante grande. Hay dos balcones en frente mío, las cortinas son una combinación de blanco y un amarillo pastel. Tiene muchos muebles, un gran vestidor, y muchas cosas más.
Vuelvo a mirar al señor Lombardi y... se ve indeciso con el esmoquin. —¿Quiere que lo ayude?
—Por favor. Es que este es el que usaré para mañana, no encuentro algún corbatín que quede bien.
Paso por el vestidor y entre todo, decido abrir un cajón.
Espero no equivocarme.
Cuando miro, sólo hay camisas.
Abro otro y son corbatas. Trato de saber cuál es y abro el de abajo. ¡Bingo!
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Editado: 31.03.2024