—¡¿QUE HICISTE QUÉ?! —salta de la banca comenzando a caminar desesperado de un lado a otro.
—Lo que escuchaste.
—Pero no lo puedo creer. ¿Otra vez? —José me observa atónito. Sí, ni yo me creo lo que pasó—. Pero Safira...
—Lo sé y... lo siento mucho.
—Con eso no basta —para delante mío cruzándose de brazos.
Realmente está molesto.
—Y sé que tampoco cambiará las cosas.
—Ya hablamos de esto. Si es con cualquiera... —niega cerrando los ojos—. No importa... ¿Pero justo él?
—Bueno por lo menos... sólo se acostaron y... nada más... ¿verdad? —sonríe Lara tratando de calmar la situación, cosa que funciona.
—Sí —bajo la mirada dolida.
—Esperen un poco, me están llamando.
Vemos que se va Lara.
Y yo no aguanto las lágrimas que termino llorando.
—Se que debes sentirte mal.
—Me siento usada —aterrada.
—Perdón por eso. Ahora —se acerca a mí agachandose para quedar a mi altura, limpia mis lágrimas y me observa bien—. Algo más pasa.
—Sí.
—Ha pasado una semana y... lo que estoy pensando...
—Es real —miro hacia el costado y Lara aún sigue hablando a lo lejos—, sí lo estoy.
Eso era lo que me faltaba.
—Perdón que juegue contigo... pero sabes que es un beneficio —me sacude despacio tratando de calmarme—. Cambiaremos algunas cosas.
—Avísame.
—Obvio —me abraza y susurra en el oído—. Por lo menos tendrá una muy buena madre y un muy buen tío.
Rio un poco por su comentario.
En el avión, de vuelta a Italia, me la pasé pensando. No tenía más que hacer, sólo pensar.
Este siguiente paso va a ser duro y complicado pero confío en que todo irá bien.
Estuve mal por un tiempo. Los vómitos, la baja presión, dolores de cabeza, hicieron que me atrasara en mi trabajo. Esto no es fácil de llevar.
Por suerte, en este cuarto mes, estuve más tranquila.
A lo mejor exagero mucho con el hecho del abrigo en pleno invierno. No hace mucho frío en la mansión... pero mi problema es mi panza. Se nota más y debo esconderlo.
—Parece que ahora estás mejor —su voz suena un poco sarcástico.
—Sí. Estoy mejor, Sebastián —se acerca a mí, pero me alejo de inmediato—. Hay que arreglar algunos asuntos importantes.
—Pueden esperar —da un beso casto en mis labios y muerde tirando de ellos cuando lo separo.
Quisiera pero...
—No, ahora.
No puedo estar cerca de él mucho tiempo. Y menos, que sepa de esto.
—No entiendo por qué no aparecen los contratos. ¿Estás seguro de que estaban aquí? —asiente y sigue buscando.
Llevamos horas buscando unos contratos especiales de otro grupo mafioso. Hicimos eso para que no hubiera enfrentamientos ni mucho menos fraude.
Debemos renovar ese contrato. Pero no, ¡no aparecen!
Ay Sebastián... enserio te pasas a veces...
Abro una puerta de la oficina, entro y están muchos archivos que están guardados por asuntos importantes. Espero que ese esté aquí.
Llevo más tiempo buscando hasta que lo encuentro.
—¡Por fin! Ya era hora —saco las dos carpetas y vuelvo a la oficina.
—¿En dónde estaban? —guarda un archivo en su lugar para acercarse a donde estoy.
—Escondidas. Detrás de otras —lo dejo en el escritorio corriendo cosas, haciendo más espacio.
Sacamos todo lo necesario.
Reúno a las empleadas y a otros guardias para que sepan todo lo que deben hacer cuando lleguen los representantes del otro grupo mafioso.
Debemos estar preparados, por si a caso pasara algo.
Me miro al espejo para ver cómo quedé. Vela me ha ayudado mucho. Ella descubrió lo que me pasó, y juró que esto quedaría entre José, ella y yo.
—... y así no se notará nada —me coloca un saco grande.
—Gracias. Estoy linda, lo debo admitir.
—Claro que si Safira.
—Espero que todo esté bien esta noche.
—No pasará nada, pero —acaricia mi panza y me mira seria—. No te estreses mucho. No es muy fácil esto.
—Lo sé. Eso me dijo la doctora.
—Tienes que bajar. Te esperan.
Estoy por salir de la habitación pero me paro y doy vuelta para verla de nuevo.
—¿Qué sucede Vela?
—Nada. No sucede nada.
—Te conozco de hace años, prácticamente eres como mi madre. Dime.
—Tengo miedo —frunce el ceño mostrando claramente su malestar.
—¿Miedo de qué?
—De que sea mi turno para irme. Irme a otra parte a trabajar.
Me acerco y la abrazo. —No dejaré que pase eso. Te lo aseguro.
Me quedo un rato con ella consolándola. Me duele saber que está llegando el tiempo de finalización de su trabajo. Pero estoy muy segura de que no se irá, ella se quedará, aunque no trabaje.
Paso por mi oficina para buscar las carpetas. Cuando entro, siento que mi rostro palidece. Sergio.
—¿Qué...?
—¿Cuál es la sorpresa? —me observa divertido.
—Que de tanto trabajo, me olvidé de ti y tu visita —suelto una risita nerviosa.
—Presta más atención Safira.
—Claro, claro.
Su mirada se torna fría y con mucha sorpresa.
—¿Por qué no dijiste sobre eso? —señala mi ropa donde se ve el bulto de mi panza.
Oh no... lo descubrió
—Es que...
—¿Estuviste con otro? —su voz es más gruesa y fuerte.
Ese otro es Sebastián.
Obvio que no diré eso. No quiero problemas para él, ni para mí.
—Quería decirte esto más adelante.
No me lo perdonaría si fuera realidad.
—Ahora me lo dirás —sujeta mi brazo y me mira furioso.
—Es lo que crees —antes de que me interrumpa, sigo—, estoy embarazada de ti.
¿Ay en qué te metiste, qué dijiste?
Calla que esto es para salvarnos. No molestes.
—¿Cómo? —abre un poco su boca sin creérselo.
Si alguien lo viera, diría que hasta lo he noqueado. Está pálido.
—Lo que escuchaste. No lo quise decir antes porque no nos veíamos, y por teléfono estaría mal.
Eso tiene lógica, ¿no?
Claro.
Por estar distraída, no veo cuando me besa, sólo siento sus labios en los míos.
Bueno. Una nueva noticia hay ahora, ¿no?
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Editado: 31.03.2024