—Debo irme —me separo un poco de él.
—Lo que sea puede esperar.
—Fiore. Es importante esto.
¿Por qué es tan pesado?
—Bueno —no me mira, sino detrás de mí.
—¿Podrías prestarme atención?
—¿Así que seré padre? —vuelve a mirarme y deja un beso casto en mis labios.
—Sí. Ya lo dije.
Escucho un carraspeo detrás mío, me tenso y ruego que no sea la persona que pienso.
Miro y es...
—Sebastián... —lo miro sorprendida.
—Disculpen, no quise interrumpirlos.
—Estorbas. Vete.
—Sé que la reunión es ahora. Ahí voy —su rostro se queda sin expresión, sale y yo me alejo de Sergio—. Me tengo que ir. Hablamos más adelante.
—Hay que arreglar algunas cosas. No tardes —con voz melosa, que para mí es desagradable, se despide.
Salgo y me encuentro con Stéfano.
—Quiero ver tu expresión ahora —levanto una ceja esperando.
—Me desepcionas, Safira.
—Más adelante lo entenderás —intento acercarme pero retrocede.
—Ajá. No te creo. Mentirosa, falsa.
Me deja con las palabras en la boca.
Enserio me afectó esas palabras.
Nadie puede entender que lo que hago es un beneficio a todos... si tan sólo se detuvieran a pensar y verme... creo que captarían la idea.
Bajo despacio las escaleras. Trato de contener las lágrimas que amenazan con salir.
Todos están pensando muy mal de mí, y los entiendo, porque yo estoy pensando en lo mismo.
¿Qué estoy haciendo?
—¿Te quedaste sin palabras ahora? —no sé qué decir.
Estamos en el auto camino a otra mansión. Al final la reunión será en otra parte. Después de lo que sucedió, no hablé, y más que él quiso acompañarme.
No quiero tocar el tema. Pero parece que él no entiende.
Coloca una mano en mi pierna y la acaricia. —¿Por qué no me dijiste sobre tu relación de Fiore y vos? —me encojo de hombros y sigo mirando la ventana.
—No sé Sebastián.
—¿Por qué ocultar? —dice en susurro.
—No estaba confirmado aún —es cierto.
Llegamos a nuestro destino. Salgo del auto rápido para que no me siga preguntando. Odio cuando me interrogan demasiado.
Todos mis guardias están a la espera por si pasa algo.
Y al final no pasó nada. Renovamos el contrato, nada de enfrentamientos ni fraude y etcétera, etcétera...
Pasa una semana y vuelvo a juntarme con José y Lara.
—Bueno. ¿Y cómo están?
—Muy bien querida. Atareada como siempre pero bien. ¿El idiota de mi hermano te visitó?
Rio un poco y asiento. —Me había olvidado de su visita, y casi me da un infarto al verlo.
—Estuvo preguntando mucho por vos.
—¿Ah si? —pregunto como si estuviera interesada, cosa que es mentira.
—Sí. Nos tiene cansados ya, y más que antes.
—Me imagino.
—Dinos la verdad —asiento aún con la sonrisa irónica—. ¿Estás enamorada de Sergio, o sólo es por esto?
Es lo que me he estado preguntando por días.
En un principio sí. Pero después no. Creo que lo que sentí por él, sólo fue pasajero. Nada más.
—No. Estuve... pero después no.
—Es difícil no caer a sus encantos.
Y a los míos igual.
—Si... peroo... sí es difícil.
—Ten cuidado. Ya tenemos a dos rendidos a tus pies y uno tercero que no hace falta.
—¿Qué haremos con él? —los miro con cierta desconfianza.
—Por un tiempo lo descartaremos. Después... verás vos —hace un ademán con la mano.
—A él es el único al que no quiero hacerle tanto daño.
—Creo que ya es tarde —se acomoda los guantes negros de cuero y su largo tapado beige.
—Pero en algún momento... me reconciliaré con él.
Eso tengo pensado.
—Suerte con eso —levanta las manos en son de paz.
A la noche ellos me acompañan al médico. Me dijeron que aún no se puede saber sobre el sexo del bebé. Aunque eso hace que me sienta un poco aliviada, no quiero exponer mucho. De sólo pensar de que suceda algo... me provoca rabia.
Luego me obligaron ir a ver a Sergio. Porque como buena novia (según ellos), lo tengo que visitar y aparte de que será padre, también...
Me cansan aveces.
—¡Qué sorpresa!
—¿Qué haces? —entro en su oficina y me siento en un sofá al lado del ventanal.
—Hola amor, ¿cómo estás? Yo bien, ¿y vos?
—¡Bien! —respondo con sarcasmo.
—¿No me darás un beso?
—Estoy cansada —digo tratando de alejarlo.
—Claro... —se coloca delante mío y me mira fijo.
—¿Qué dije ahora?
Se inclina, pone sus manos sobre los costados del sofá y roza sus labios con los míos.
—No estés mal —baja por mi cuello repartiendo besos.
—No estoy de humor... —ohh maldición... tengo que caer en sus encantos.
—Bueno... pues ya que estás aquí... podemos hacer algo —me besa y se aleja.
—Eh... tienes que terminar de trabajar, y yo tengo que irme —vuelvo a recuperarme de lo que hizo.
¿A caso no se da cuenta de lo que provoca en mí?
Obvio que lo sabe... sólo que lo hace a propósito.
Ya entendí, ya entendí.
—¿Sólo por un rato? No querida. Vos te quedas, aunque sea por una noche.
—De verdad tengo que volver —me levanto con un poco de dificultad, pero él no me ve ya que él está de espala ordenando sus cosas del escritorio.
—Bueno como quieras. Aprovecha porque pronto vendrás a vivir aquí.
—Nos vemos —vuelve hacia donde estoy y despacio me acorrala en la pared.
—Ah no. Así no más no te irás —vuelve a besarme y acariciar mi espalda.
—Por favor... —¿por qué pierdo la razón?
Qué fácil eres.
¡No me puedo resistir!
Esto traerá consecuencias. Yo te advertí.
Qué buen consejo me das conciencia. ¡Gracias!
Para eso estoy.
Mejor te dejo de hacer caso.
Yo te advertí.
Ya me estoy arrepintiendo... pero por ahora no. Después sí.
¡¡Las consecuencias!!
Ya veré... ¡qué molesta!
Te quedaste sin palabras... ¿eh?
Por ahora...
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Editado: 31.03.2024