- Solo se sincera conmigo.- le pidió Carla a Marina.- ¿Me vas a ayudar o no?
Marina se quedaba callada y pensaba. Carla llevaba media hora rogándole ayuda y Marina parecía ceder, pero luego se hechaba para atrás.
Leo estaba intentando estudiar ya que los exámenes eran al día siguiente. Entre tanto jaleo era imposible concentrarse.
-¿A qué viene tanto ruido?-chilló Leo.
Carla se volteó a ver a su futuro esposo cabreada. Se acercó a él y de inmediato Leo se puso en alerta.
- ¿Por qué no me avisas de que si vamos finalmente a la fiesta?
-¿Qué?
-A Marina la han llamado tus padres. ¿Tú sabes que estrés se tiene cuando no tienes ninguna ropa que ponerte para un evento especial?
Leo estaba sorprendido por la noticia. Se quedó quieto como una estatua. Mientras tanto, Marina y Carla siguieron hablando.
-Marina, por favor. Yo no sé cómo comportarme en la alta sociedad y no quiero que mi suegra vuelva a despreciarme con sus ojos.
-Tengo que limpiar la casa, hacer la comida y ordenar las cosas del señorito Leo.
-Marina tú llevas más tiempo en la familia que yo. Si tú me ayudas yo te ayudo a limpiar.
Leo salió de la cocina y fue a vestirse. No pensaba presentarse en la casa de sus padres en pijama. Salió de la casa sin avisar a nadie, cogió el coche BMV y empezó a conducir hacia otro vecindario.
Sus padres le recibieron con los brazos abiertos. Leo apartó a su padre y se dirigió hacia su madre.
-Te dije que tenía exámenes finales, que no puedo ir a tu estúpida fiesta del sábado .
-Ya he hablado con tus profesores.- sonrió Clara orgullosa de si misma.- No tienes porqué hacer los exámenes.
Leo llevaba días estudiando para esos exámenes y de verdad deseaba lograr su carrera de finanzas por su propia cuenta. Su esfuerzo en los últimos meses por estudiar y sacar las mejores notas de toda su universidad resultaban inútiles ante las palabras de su madre.¿Para qué se había esforzado tanto si un poco de dinero arreglaba las cosas?
- Leo, mi niño, ahora puedes relajarte y venir este sábado.
-¿Por qué lo has hecho?¡¿Cuándo vas a dejar de meterte en mi vida?!
Su padre se metió en medio de la conversación.
-No levantes la voz a tu madre.
-¡Ya cállate y dejarme vivir en paz!
Leo pensó en cada una de esas veces que él intentaba todo por alcanzar la excelencia. Debía de tenerla para ser el mejor, debía ser perfecto. Todos esperaban eso de él. Nada de despistarse con dibujar o salir con amigos, debía tener un currículum académico impecable.
-Discúlpate ahora mismo.- le ordenó su padre.
-¿Pedir perdón por qué siempre me controláis?
Leo miraba con odio a su madre. Clara sintió una punzada en su corazón. Los ojos de su hijo, observándola con remordimiento y asco, tenían un peso inmenso sobre ella que no estaba.
Su padre se acercó levantando la mano para darle una bofetada. Leo le agarró con fuerza para detenerle. No le hizo daño y tampoco pensaba hacerlo, solo no quería ser golpeado.
-Ojalá no fuerais mis padres...
Leo salió llorando de rabia. Volvió al coche y bajo la lluvia. Clara corría detrás de los pasos de su hijo mientras su esposo maldecía a Leo y le deseaba lo peor.
-¡Leo!
Clara llamaba desesperado a su niño. Él la ignoraba y entró en el coche. Clara corrió detrás del coche, pero era inútil. El vehículo rojo era mucho más rápido y la lluvia complicaba el paso a Clara. Ella se quedó tirada en el suelo observando cómo el coche de su hijo se alejaba. En su cabeza solo estaba la imagen de Leo mirándola con odio y sus palabras, que resonaban en su cabeza sin parar: "Ojalá no fuerais mis padres".
Leo volvió y Carla estaba en su habitación con Marina. Olía a comida en toda la cocina y a lejía en el resto de la casa. Las dos habían terminado de hacer orden en la mansión. Carla salió de su habitación para ver a Leo por curiosidad. Él caminaba de forma pesada, furioso.
-¿Leo estás..?
-Déjame en paz, Carla.- le ordenó Leo interrumpiéndola
Siempre que la interrumpían o mandaban a callar bruscamente, ella se enfurecía. Se plantó delante de Leo cortándole el paso.
-¿Quién te crees tú para hablarme así?
Leo apretó los puños y Carla le vio. Pensó que la pegaría cuando él apretó los dientes y frunció aún más el ceño. Leo suspiró, sin borrar la ira en sus ojos azules.
-Carla, no estoy de humor. Por favor, déjame en paz.
Se alejó con la cabeza echa un lío. Todos esos recuerdos, que él creyó haber dejado en el olvido, volvieron a su cabeza y, pronto, las lágrimas brotaron de los ojos de Leo.