Emma y Emilia se habían amigado rápido; se miraban con mucha complicidad.
—Y no vas a decirme tu nombre —preguntó Emma, interrumpiendo el momento.
—Ah —dijo con una pequeña sonrisa—, soy Emilia. ¿Y tú eres?
—Emmanuela.
Emilia sonrió.
—Ya lo sé, es horrible. No me gusta, así que mejor llámame Emma.
—Mucho gusto, Emma —dijo mientras extendía el brazo para saludarla—. Tu nombre es lindo —agregó sin soltar la mano de Emma.
Ambas sonreían y sus cuerpos se encontraban a pocos centímetros, inconscientemente. El sonido del teléfono de Emilia interrumpió el momento; era su padre, Benjamín.
—Perdón —dijo Emilia—. Hola —contestó.
—Hija, ya estoy aquí, pero no te veo —dijo su padre.
—Me moví de lugar, te mando mi ubicación. Sí, chao.
Colgó de inmediato el teléfono.
—¿Quién era? —preguntó Emma.
—Mi padre, ya viene por nosotras.
—¿Por nosotras? —preguntó dudosa Emma.
—Sí, permíteme llevarte a tu casa. No voy a dejarte aquí en la lluvia —dijo Emilia mientras la camioneta de su padre llegaba.
—Suban —agregó Benjamín, que se encontraba arriba de la camioneta.
Emilia abrió la puerta e invitó a Emma a pasar primero y enseguida subió ella.
—¿Quién es tu amiga, hija?
—Se llama Emma, pa.
—Es un gusto, Emma.
—El gusto es mío, señor.
—¿Y tú eres de aquí? —preguntó Benjamín para romper el hielo, mientras Emilia miraba atenta a la respuesta de Emma.
—No, señor, yo soy de Monclova, pero acabo de mudarme a la ciudad junto con mi madre.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué se mudaron? —preguntó el padre de Emilia, curioso.
—Eh... digamos que tuve algunos problemas en mi antigua escuela.
Resulta que Emma había abandonado su antigua escuela porque sus compañeros se la pasaban molestándola. ¿Por qué molestaban tanto a Emma, cuando parecía ser tranquila y sin intenciones de matar a una mosca?