Cambio de Vida

Magia

El día empezó como cualquier otro. Beatrice permaneció recostada sobre la cama por largos minutos, víctima de la pereza. No pensaba en absolutamente nada, sólo se limitaba a ver el techo de su habitación y a relajar su cuerpo recién despierto.

Estirando sus piernas, se percató de la fuerte presencia de la bandera de Japón pintada sobre su sábana. Le pareció extraño, pues aún no le tocaba su llegada, pero luego llegó a la conclusión de que su periodo se había adelantado, tal como ocurría muchas veces.

Se sintió frustrada al pensar que tenía un buen trabajo que hacer para borrar esa mancha roja. La pereza ayudó a fortalecer dicha frustración. En ocasiones imaginaba su vida si hubiese nacido hombre. Lo imaginó y le pareció cómico. Si tan solo existiera algún tipo de regla que afectara a los hombres por igual. El hecho de pensar cómo se vería alguno de sus amigos sufriendo los achaques de la menstruación le generaba una risa maliciosa. Podría jurar ante Dios que ninguno de ellos aguantaría lo que ella.

Cuando su cuerpo empezó a reactivarse del descanso, un fuerte dolor en el bajo vientre la atacó por varios minutos. Se detuvo de repente, pero luego, el dolor volvió con más intensidad para destruir esa parte de su cuerpo donde inicia su pelvis. A duras penas pudo ir al baño. La sangre menstrual que expulsaba de su interior era abundante y espesa. Aquello parecía la fuerza del agua emergiendo de la regadera. Hubiese sido sencillo de no ser por el fuerte dolor que la golpeaba sin cesar. Por unos segundos, tuvo la sensación de que la zona afectada se endurecía como piedra, totalmente paralizada por la tortura. Luego, cuando finalmente el trono de su baño la dejó ir, un golpe moral la tumbó en lágrimas cuando vio su reflejo en el espejo.

Se trataba de un recuerdo. Un recordatorio mortal para su espíritu que le susurraba al oído que su vida no era la de una mujer normal. Sus lágrimas eran las del más profundo dolor, el cual no se comparaba con aquel que atacaba su cuerpo desde su interior. Sin consuelo. Completamente sola en un castigo que no merecía. Quería saber por qué. Qué era eso tan especial que ella tenía para recibir algo así, pues la vida le había colocado los mayores retos en su propio ser. Un grano de acné en el lado izquierdo de su rostro que para ella tenía un significado fatal…

 

 

Beatrice era una chica especial. La menstruación llegó a su vida a la corta edad de diez años como un monstruo rojizo que asesinaba los órganos de su cuerpo. Su mente infantil así lo veía en un comienzo. El dolor únicamente fue para ella un condimento que alimentaba la fantasía en la que vivía inmersa.  Si bien, su primera “regla” había aparecido a una etapa precoz, la segunda no llegó hasta después de 3 meses acompañada de un intenso dolor en el bajo vientre y en la pelvis. Su madre no le prestó mucha atención, pues vio todo aquello como algo normal. Sin embargo, Beatrice empezó a notar ciertos cambios en su cuerpo que antes no existían. Dichos cambios no eran los habituales en el desarrollo de una niña, aunque, al principio ella pensó que sí; que ello era normal. Obviamente, su madre no lo pensó así, pues su experiencia no le recordaba que su niñez había finalizado de esa forma.

Su rostro experimentó un repentino – y muy fuerte – brote de acné. Así comenzó todo. La piel clara de sus piernas se vio opacada ante la llegada de frondosos árboles negros abarcando todo su espacio. El vello no era algo tan natural. No en su caso. Existían mujeres en las cuales la presencia de vello en sus muslos era algo muy normal. Pero el exceso que Beatrice presentaba – sin mencionar la edad – no era algo tan común. Su cuerpo cambiaba drásticamente y de forma muy rápida. Con ayuda del espejo pudo percatarse de que su peso estaba aumentando considerablemente con el paso de los días. Su madre fue la primera en darse cuenta, aunque no le prestó mucha atención al principio. Cuando el brote de acné fue incrementando, la señora que le dio la vida empezó a preocuparse. Un día como cualquiera, mientras Betty jugaba con sus amiguitas, un fuerte dolor en el vientre la hizo retorcerse en medio de lágrimas, a lo que sus amiguitas corrieron a avisarle a su mamá. La señora, muy preocupada, pensó en la menstruación, pero luego se dio cuenta de que aquel malestar no era ocasionado por la regla. Al darse cuenta de ello, la preocupación aumentó. El acné que no dejaba de aparecer, el vello excesivo y el dolor intenso en su vientre, además de la anomalía de su drástico cambio en su peso corporal, convencieron a la madre para llevarla a pasar consulta con el médico.

Apenas tenía 11 años cuando recibió la noticia. Su corta edad no le permitió comprender, pero su madre sí lo entendió a la perfección. El médico le realizó exámenes físicos para descartar anormalidades en su vientre y en su aparato reproductor. Los resultados del examen arrojaron respuestas negativas a la problemática. Sus ovarios estaban infestados por quistes que estaban alineados de tal forma que parecían conformar un pequeño collar de perlas en su interior. Dichos quistes – según el médico – medían 3 milímetros aproximadamente, lo que respondía la mayoría de las dudas de la señora. La presencia de los quistes ocasionaba que sus ovarios se inflamaran más de lo normal, lo que a su vez provocaba un aumento de peso concentrado en su cintura. Eso respondía una de las preguntas, pero no todas. El análisis clínico generaba sospechas malévolas en su ser, por lo que fue necesario someterla a otro tipo de pruebas para confirmar de una vez por todas, la respuesta de todos sus males.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.