La segunda cita no se hizo esperar.
Claudio y Beatrice se encontraron nuevamente en un famoso parque de la ciudad en donde existían las posibilidades de todo tipo de recreación – sana, por supuesto – basada en juegos infantiles, deportes y así mismo, deportes extremos como el skateboarding, extreme cycling y el patinaje.
El parque era sumamente amplio. Tenía senderos de cerámica para aquellos que quisieran y disfrutaban de las caminatas; estaba rodeado de plantas y árboles que refrescaban el ambiente, y además contaba con pequeños kioscos donde ofrecían todo tipo de comida, ya sea típica, comida chatarra, helados, dulces, etcétera.
Ambos estuvieron de acuerdo en que el lugar sería perfecto. Las típicas salidas al cine o a un restaurante particular no resultaba tan llamativo para ellos. Quizás en otro momento se daría la ocasión. Probablemente, cuando se estrene alguna película atractiva o interesante, la cual despierte las ganas de ir a verla, aunque a la hora de la verdad, no lo hagan en realidad. Mientras tanto, una caminata mientras intercambiaban palabras sería lo mejor. Luego, podrían ir por un helado, disfrutar de un partido de cualquier deporte, o simplemente sentarse bajo la sombra de un árbol para seguir conociéndose entre sí.
Ambos querían lo mismo y se morían de ganas por hacerlo. Todo el tiempo que tardó en llegar la segunda cita, hubo un mar de ansiedad alimentada por las aguas de la curiosidad que tenían el uno por el otro.
Querían conocerse. Querían saber quién estaba detrás de esa sonrisa, y confirmar si estaban o no, ante lo que creían y sentían.
Ante lo que habían esperado.
Y sin pensar que llegaría, lo encontraron.
El anhelo de no equivocarse los llevó a tomar todos los riesgos, sin saber siquiera cómo se desarrollaría la relación. Al parecer, un buen presentimiento les daba fe y esperanza, sobre todo por “aquello” que había nacido en sus cuerpos, y que ambos sintieron en lo más profundo, durante la noche que pasaron juntos. “Eso” que ninguno de los dos sabía cómo explicar.
Pero sucedió. Y ahora trataban de averiguar el por qué, aunque la respuesta permaneciera oculta en el tiempo. Incluso, puede que lleguen a viejos y sus nietos les pregunten el motivo por el cual se escogieron el uno al otro, y la respuesta seguiría sin existir.
Porque aquello no tenía nombre. Nadie en los miles de años de vida de la raza humana, había inventado un nombre para tal cosa. Era innombrable he indescriptible. Sin embargo, quienes llegan a sentirlo poseen ese sexto sentido que les dice que han encontrado a la persona ideal. Sus almas se conocían entre sí, aun cuando nunca se hubieran visto en la vida. Habría miles de tormentas, algunas mucho más fuertes que las otras; pero nada en absoluto podría disolver su unión.
Nacidos el uno para el otro… como un cuento de fantasía.
Sus almas fueron separadas, pero cuando se encontraron, estarían unidas hasta el final: transformadas en un solo ser, para dar vida a alguien más.
Eso era lo que ambos sentían, pero que no podían descifrar. Tal vez el tiempo les otorgue la respuesta.
Beatrice, desde que era niña, amaba el beisbol. Su padre la llevaba a un campo en donde podía jugar hora tras hora, y desde entonces, dicho deporte se convirtió en su favorito. Eso sí, verlo le parecía demasiado aburrido. No era lo mismo, no tenía la misma emoción ni la misma gracia. Jugarlo era todo lo contrario. La adrenalina que recorría su cuerpo al sostener el bate en sus manos o al correr de una base a otra, era – sin dudas – placentero y sensacional.
Pese a ello, con el paso de los años, dicha actividad fue desapareciendo en su cotidianidad hasta desvanecerse por completo. A veces, el recuerdo le traía ganas de hacerlo, pero la oportunidad nunca se dio…
Nostalgia.
… Hasta que Claudio reactivó esa parte de ella que había estado dormida desde hace años.
Volvió a sentir aquella vieja adrenalina. En sus ojos, él pudo ver un brillo luminoso, reflejo de su infantil felicidad. En ese instante, supo que Beatrice era la mujer que embellecía su mundo. Y haría todo lo que estuviera a su alcance por mantener ese brillo en sus pupilas.
Su felicidad, se había vuelto la suya.
Veinte lanzamientos; sólo tres strikes.
Luego, el turno de Claudio llegó, pues ella le había pedido que lo hiciera. El detalle era que Claudio no había jugado beisbol en su existencia.
Y en su marca registrada se echaría de ver a leguas: 12 abanicos, 4 fauls y 4 imparables.
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Editado: 13.01.2019