Camelia. Una Propuesta Indecorosa

ENTRE SABORES Y DECISIONES

Camelia.

—Muy bien, eso es todo. Si no tienen más preguntas, pueden retirarse —dijo la doctora López con una sonrisa cordial.

Tomé el informe médico y las vitaminas recetadas.

—Sí tengo una… ¿es seguro tener relaciones sexuales en mi estado?

Adrien se atragantó de inmediato. Tosió como si mi pregunta se le hubiera colado por la garganta y atravesado la laringe hacia su árbol bronquial. Le palmeé la espalda mientras él, rojo como un tomate, se cubría la cara con las manos. La doctora nos observaba divertida. Yo también me sonrojé, por su culpa, la situación se volvió más vergonzosa de lo que preví.

—Bueno, Camelia —respondió la doctora con serenidad, como si fuese lo más común del mundo—, has pasado por mucho y tu embarazo fue riesgoso. Aunque has mejorado notablemente, debes tomarlo con mucha calma.

—Les recomiendo esperar, ya falta poco para que llegue el bebé y es mejor no tomar riesgos.

Sabía lo que venía a continuación: No saltar, nada de levantar peso, ni andar en vehículos bruscos como lo son las lanchas, motocicletas. Y sobre todo… no llevar al límite ese endometrio que tanto nos costó estabilizar.

Asentimos. Yo, entre resignación y pena con Adrien, los hombres al igual que la mujer tienen necesidades fisiológicas y en este momento que solo me la pasaba durmiendo, leyendo o comiendo, me sentía bastante inútil. Estela no me permitía ni siquiera cocinar, ni pensar en cualquier actividad del hogar y ahora que había pensado en realizar una actividad junto a Adrien, también se me negaba.

Estar embarazada era delicado. Y profundamente solitario.

—¿Pero puedo estimular a mi esposa? —preguntó Adrien con una extraña emoción en su mirada—. Ella no haría ningún esfuerzo. Sería yo quien buscaría satisfacerla… con trabajo oral o masaje pélvico.

—¡No, Adrien! —exclamé alarmada. Me ardía la cara, el cuello y las orejas.

La doctora no parpadeó.

—Sí puede, señor —interrumpió con una sonrisa gentil—. Me alegra que la señora tenga un esposo tan atento. Mientras ella no se sobre esfuerce… puede satisfacer todas sus necesidades.

Silencio. El tipo de silencio que se esconde entre el deseo y la vergüenza.

—Pero en ese caso… —añadió la obstetra—, en vez de visitas mensuales, serán quincenales. Quiero ver cómo responde su útero, el endometrio, y cualquier señal extraña. Si hay molestias, vengan inmediatamente. Y me llaman a este número —nos entregó una tarjeta con sus datos.

Le agradecimos y Adrien guardó la tarjeta, como si fuese un permiso bendito. Yo solo quería que la tierra me tragara, al menos por un ratito. Pero también… me alegraba. Porque había algo hermoso en saber que, incluso sin esfuerzo, hay formas de seguir siendo amada.

Salimos del consultorio con las manos entrelazadas, como si ese gesto pudiera sostenerme también por dentro.

Adrien, en vez de guiarme a la salida, me llevó al ascensor y bajamos al sótano. Atravesamos un laberinto de automóviles hasta encontrar una camioneta carmesí. Me ayudó a subir con una dulzura intacta, ajustó mi cinturón de seguridad y me depositó un beso tibio en la frente.

—No debiste decirle eso… —le dije, aún avergonzada por su ocurrencia ante la doctora.

—No tienes que preocuparte por mí, Camelia. Con tenerte a mi lado, me basta. Descansa y deja que te mime —dijo, mientras cubría mis mejillas de besos—, tengo tantas ganas de consentirte y disfrutemos juntos de este milagro que nos pertenece

—Aun así… fue bochornoso.

—Mis manos funcionan perfectamente, cariño… y mi lengua. Puedo esperar el tiempo que haga falta. Lo más importante ahora es que tú estés cómoda. Demasiado haces con llevar a nuestro hijo en tu vientre.

Me miraba con tal devoción, que casi sentí como me derretía en el asiento.

—Tienen que alimentarse bien. ¿Qué te provoca comer?

—Pollo a la brasa con papas y yuca… —respondí, recostándome en el asiento con más tranquilidad. Lo pensé un poco más—. ¿Estará bien si como ensalada y tomo gaseosa? Estela y Alexander me han tenido en una dieta rigurosa, por las náuseas.

—Bueno, como diría Alexander antes de alguna de sus ocurrencias: una vez al año no hace daño. —dijo, con esa sonrisa pícara que ya conocía—. Para eso te mandó el protector gástrico, pero no te fuerces. ¿Quieres una sopa antes?

—No… si tomo sopa, me llenaré. Estoy harta de la sopa y las papillas.

—Bien —exclamó, dejando una sonrisa en mi nariz.

La comida fue exquisita, aunque no comí mucho. Lo más importante de todo fue que no vomité. Y eso… eso ya era una victoria.

Guardamos lo que sobró, serviría para nuestra cena. Y por primera vez en días… me ilusionaba pensar en la cena, es más, ya ansiaba que mi estómago se vaciara con la digestión, para poder cenar cuanto antes.

✿ ❀ ֍ ֎ ❀ ✿

Más tarde, mientras me probaba un vestido en una tienda, a donde Adrien me había llevado de compras, por mi limitado vestuario para mi barriguita de embarazada. Él me miró con seriedad y me llamó:

—¿Camelia?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.