El agua cubre su cuerpo dentro de la enorme tina de cerámica. Lleva veintitrés segundos conteniendo la respiración, enfocando su vista en el candelabro del techo. Hay luces disparándose en diversas direcciones, el artefacto no deja de balancearse de un lado a otro, como si alguien estuviese columpiándose en él.
Cameron aparece, sentándose en el filo de la bañera mientras le mira sonriente.
Ashton siente que sus pulmones van a explotar, así que sale a la intemperie a tomar una enorme bocanada de oxígeno.
—¿Dónde estabas? —pregunta, tallándose los ojos.
El muchacho suelta un suspiro, viendo las sales aromáticas que hay sobre una repisa.
—Alaska es una taiga —dice, cogiendo un frasco con cristales cafés que huelen a almizcle.
—¿Qué?
—Alaska es un bosque de coníferas. Y también la parte superior de Rusia. Creo que casi todas las puntas que están cerca del Polo norte.
—¿Quién te lo dijo? —Inquiere. Verle tan serio provoca que desee prestarle atención, aun cuando está hablando de un tema que probablemente se imparte en la educación primaria.
—Lo leí hace rato. Me gusta Alaska, quisiera poder vivir allí.
—¿Por qué?
—Porque hace frío, es calmado y casi no hay personas. ¿Te imaginas? No tendría que hablar con nadie.
El castaño vacía las sales en la tina, éstas caen sobre las piernas de Ashton antes de que pueda moverse. Siente los cristales tocar su piel, y el aroma que desprenden cuando se combinan con el agua le hace querer vomitar, pero ya no queda nada en su estómago.
—Pero te gusta hablar demasiado —observa, pareciéndole increíble que desee aislarse. Desde que apareció en su vida, Cameron habla y habla y se queda callado cuando no tiene nada más que decir, cuando los cumplidos o las conversaciones sin sentido se acaban y mamá entra a la habitación.
—Sí, bueno… apenas iba a pedirte que fueras conmigo.
—No lo creo —El joven niega con un movimiento de cabeza—. No quiero morir de hipotermia.
Él sonríe, dándole la razón. Continúa mirándole con amabilidad. Ashton puede notar que cuando no está serio, llega a tener una bonita sonrisa. Cameron le parece lindo, con su piel morena, sus pómulos marcados y sus ojos cafés. Sí, es lindo.
—Pero así ya no tendrías a más gente loca visitándote. ¿No sería genial? Solo tú y yo. Incluso podríamos vivir en un iglú.
—Creo que extrañaría mucho a mamá.
El castaño cambia su semblante con rapidez; ahora le mira con fastidio, como si estuviese cansado de Elizabeth. Y él no entiende por qué, pues ama a su madre más que a nada.
—Pero me tendrías a mí —Le acaricia la mejilla, sus ojos se suavizan—. Siempre me tendrás a mí. Somos socios, ¿recuerdas?
Ashton asiente. Cameron le gusta mucho, pero a veces hace que se sienta muy triste.
—¿Quieres que lo hagamos otra vez? —Le pregunta, mirando su rostro. Tiene una cicatriz en la sien izquierda.
—¿Hacer qué?
—¿Recuerdas cuando dijiste que podíamos… jugar cada vez que yo quisiera? Como hicimos aquella noche cerca de un callejón, donde debía cerrar los ojos y no gritar.
El moreno se acerca a él, arrodillándose sobre los azulejos. Posa sus dos manos a los costados de su cabeza.
—Ahora no —Presiona sus labios contra la frente del otro—, después, ¿sí? Sé que estás cansado.
Ashton cierra los ojos, inmortalizando el momento, quiere que se quede allí por siempre. Quiere sentir sus labios siempre y que le diga que le importa, porque eso hace que deje de pensar sobre lo malo que ocurrió en el callejón.
—No estoy cansado —dice, mirándole casi con súplica.
—No puedo.
El muchacho se aleja de él, sentándose sobre el lavabo. Algo recobra vida en su interior conforme avanza en su pequeña caminata, tomando asiento a un lado del jabón y las virutas aromáticas.
—Me gusta Alaska —continúa diciendo—. Especialmente Kenai. Hay una pequeña población allí y no hace tanto frío. Una vez estuvo allí, tenía un par de perros y estaba casado.