Camila
Al abrir los ojos me encontré sentada en un salón de clases, de lo que parece, es Cooper, la preparatoria a la que asisto.
Tengo la cabeza un poco inclinada hacia atrás con las piernas cruzadas y mis manos entrelazadas sobre mi regazo, un poco adormecida.
Desgraciadamente, aunque lo quisiera, no puedo moverme, y me percato de ello cuando escucho algunos pasos a mi alrededor. Intento, por lo menos, girar mi cabeza hacia la fuente del sonido, pero mi cuerpo no reacciona y es como si perdiera todo control sobre él. Tuve que resignarme ante lo frustrante de la situación. Inhale profundo, exhale.
Un perfume masculino inundó mi nariz.
—Em breve deixarei sua bolha da imaginação
Escuché una voz profunda y varonil pronunciar esas palabras, que supuse, era portugués. "Supuse" porque tampoco sé mucho de idiomas.
Camil: Hasta en los sueños eres bruta.
-Shh! No es el momento.
Intenté, y gracias al Santo Camilo de los sueños, y al Yisuscraist (también de los sueños) pude por lo menos abrir los ojos, para encontrarme con una silueta, aproximadamente a un metro de distancia, de pie frente a mí: era alto, tenía el cabello azabache con reflejos castaños, el contorno de su rostro era de rasgos finos y no pude detallar bien sus facciones o el color de sus ojos, aunque ya los he visto y sé que son marrones, por el simple hecho de los míos no tenían un buen enfoque.
Maldita miopía.
Se acercó aún más, se inclinó hacia mí yo dejé de respirar, no podía hablar, no podía moverme, sólo podía pestañear o girar los ojos, tampoco tenía la capacidad de adoptar ninguna expresión a pesar del horror que me provocaba la sensación de estar sufriendo un proceso de parálisis del sueño, en medio de un sueño. Algo así como cuando "se te sube el muerto". Se siente horrible.
Continuaba acercándose lentamente, mientras, le oí pronunciar unas palabras con esa misma voz profunda que reconocí por haberla escuchado hablar portugués hace un momento:
—Me presento, Jeromeh.
Ese nombre... Era él.
Se acercó al punto de que nuestros rostros quedaron a sólo centímetros, un solo movimiento bastaba para que nuestros labios colapsen uno con el otro. Entonces escuché... ¿Música?
-—Nadie pasa de esta esquina, Aquí mandan las divinas, porque somos gasolina, gasolina de verdad— sonó mi alarma, interrumpiendo la escena de mi sueño.
Mierda.
Y otra vez mierda.
Me doy una bofetada mental y extiendo mi mano para alcanzar el teléfono y desactivar la alarma, es realmente fastidiosa la idea de levantarme temprano y más cuando estaba teniendo un sueño tan interesante, aunque, un poco desesperante. Últimamente he tenido sueños parecidos, no en la misma situación, que por cierto no recuerdo bien, solo sé que escuchaba una voz que me hablaba en ese idioma, portugués, y otra voz parecida a la de Cora, que susurraba su nombre, el nombre del dueño de dichos ojos cafés que si tenía bastante claros: Jeromeh.
Luego veía su silueta y hoy que por fin se me presentó, no pude detallarlo bien. La miopía hasta en los sueños se te aparece.
Creo que ese polvito blanco que tiene mamá en un cajón me está haciendo alucinar.
Cam: ¿será el destino?
Camil: ¿No estará el Santo Camilo dándonos una señal del asesino que vendrá a matarnos?
Cora: Por favor, no empiecen.
Desactivé las próximas seis alarmas para entrar en la etapa post durmiente. Es ese trance que sufres al despertar en el que te quedas mirando al techo como por 10 minutos.
Yo en lo personal me quedo 20. Mi madre me dice que parezco muerta.
Al salir de la cama y mirarme en el espejo, confirmo que podría ser que Claude tenga razón. Parezco zombi.
Podría audicionar para un extra en The Walking Dead.
Antes de comenzar a alistarme, salgo de la habitación y bajo las escaleras para observar cómo está Johan. Se quedó a dormir anoche y amaneció en la sala.
Se puede decir que Johan es una plaga, pero es mi mejor amigo.
Estoy loca porque se consiga ya una novia, aunque tiene a muchas detrás.
Llego a la sala y lo encuentro acurrucado en el sofá, cubierto con una colcha y muchas almohadas a su alrededor. No se mueve para nada, me tengo que acercar para verificar que no esté muerto. Es como un chicle, pero no lo quiero muerto.