Camila.
—Maldición, maldición, maldición, maldición...
Sigo de pie en el marco de la entrada a la habitación, sosteniendo el plomo de la puerta. No sé si devolverme por donde vine o lanzarme por la ventana a ver si me muero.
Hay una criatura sentada en mi cama con las piernas cruzadas, usando unos pequeños jeans, unos también pequeños tacos, unas gafas, una blusa con las mangas largas color blanco y una bufanda.
Y todavía no es invierno.
Una garrapata.
Pero no cualquier garrapata.
Bajó un poco sus lentes para mirarme por encima de ellos.
—Olá irmã— pronunció y volvió a colocarse bien sus lentes. Genial, ahora también había hecho un curso de portugués.
Portugués
—Mi idioma, por favor.
—Salve soror mea.
—No hablo latín.
—Bonjour ma soeur
—¡NO HABLO FRANCÉS!
—¡Helouda HERMANA BLANCAAA!— dijo animadamente, poniéndose de pie y abriendo los brazos en mi dirección, los cuales bajó en unos segundos. Se acercó a mí hasta que quedamos frente a frente, claro, con una diferencia de estatura bastante notable, su cabeza da a mi estómago. Me examinó de arriba abajo.
—No ha habido ningún cambio en ti, que no sea en el cabello— explica con la cabeza un poco inclinada hacia atrás. No puedo ver sus ojos por el hecho de que sus lentes son oscuros —la última vez que te vi, tenías el pelo naranja.
Mis ojos recorren la habitación en busca de algún desorden o desastres que suele llevar a cabo este chihuahua cuando viene a visitar, pero no encuentran ninguna razón para plantarle un buen manotazo. En cambio, todo parece estar en su lugar, como lo he dejado, como siempre se mantiene.
Algo anda mal.
Pero como dicen, nada es perfecto, y si mis ojos no encontraron motivo para darle un manotazo, encontraron un motivo para decidir definitivamente lanzarme por la ventana.
Mi cama, que ya no es una cama, esta armada como un camarote. Eso lo hacíamos cuando Candace se quedaba en casa varias semanas, y como le encanta tener a alguien a quien molestar, rogaba por permanecer en mi habitación.
Y para terminar de entrar en depresión, 4 maletas doradas, para nada pequeñas, en una esquina de la habitación.
Cabe destacar que las maletas son 4. No una, ni dos, cuatro.
—No...
—Si
—No...
—SI
—¡NO!
—¡SI!
Ok, en este punto ya estábamos gritando.
—¿Te vas a quedar aquí más de dos días? — abrí demasiado mis ojos ante la idea.
Como dicen, tenía los ojos como platos.
Se quitó los lentes de manera lenta y me dedico una expresión de esas que hace cuando, básicamente, presencia una estupidez o, en este caso, piensa que no tiene sentido lo que acabo de preguntar.
Bueno, bueno, una garrapata mini-kardashian
—¿Cora tampoco funciona?
Cora: ¡Eh! Eso es una ofensa.
—Obvio— repuso —que me quedaré aquí más de dos días.
—¿Una semana?
—Nop.
—¿Dos semanas?
—Nou.
—¿Tres?
—Para nada.
—¿Un mes?— para este punto ya estaba desesperada.
—¡TODO EL AÑO!
Juro que si no fuera por la resistencia que adoptó mi fuerza física de velocidad debido a las veces que he tenido que correr y hacer de gimnasta cuando estoy huyendo de las consecuencias de mis bromas, me hubiera desmayado.
—¡¿QUÉ TU VAS A QUEDARTE CUANTO?!
—Que me voy a quedar hasta fin de año...
Ok, no es tanto tiempo.
—...de año escolar.
—¡¿QUÉ?!— esto es imposible —A penas empieza el año... ¿No vas a ir a la escuela o qué?
—¿Sabes? Me adelantaron otro año, así que puedo tomar este de vacaciones. Mi excelencia académica demostró que estoy lo suficientemente capacitada...