Camino a la libertad: La ciudad viviente

Un amanecer en Ranchers

El sol se alzaba sobre las vastas llanuras de Ranchers, iluminando la granja de la familia Lavinus con tonos cálidos y dorados. Marcus Lavinus, un hombre robusto con una mirada de determinación en los ojos, salió al porche de madera de la casa principal, inhalando profundamente el aire fresco de la mañana. Mientras, su esposa Camilla preparaba el desayuno en la cocina canturreando una suave melodía mientras revolvía la masa en un tazón.

Dentro de la casa, Iter Lavinus estaba sumido en un libro en el salón principal. Concentrado en las páginas frente a él, apenas notaba el ir y venir de su madre en la cocina. En sus manos, sostenía un tomo viejo con cubierta de cuero gastado, titulado "Los Misterios de la Magia". Iter se sumergía en las palabras atento a las explicaciones de los principios mágicos.

Mientras tanto, en el jardín trasero, Paxia Lavinus jugaba animadamente con Amaru, un gato negro y blanco que se acurrucaba entre sus manos. La joven tenía una sonrisa característica en el rostro, radiante y llena de inocencia, mientras el felino perseguía una pelota de estambre que ella lanzaba al aire una y otra vez.

Desde la cocina, Camilla llamó a sus hijos con una voz cariñosa. -¡Chicos, el desayuno está listo! Venid y reuníos en la mesa.-

Marcus se asomó por la puerta hacia el jardín trasero y sonrió al ver a Paxia y al gato jugando. -Parece que alguien está divirtiéndose esta mañana-, comentó con una sonrisa.

Paxia levantó la mirada y devolvió la sonrisa de su padre, una expresión de alegría pura que iluminaba su rostro. -¡Sí, papá! ¡Mira lo que puedo hacer con el gato!- Exclamaba mientras le enseñaba los trucos que le había enseñado a Amaru.

Mientras tanto, Iter cerró su libro y se levantó del sofá, caminando hacia la cocina donde su madre los esperaba. -¿Cómo van esos estudios, hijo?- preguntó Marcus mientras seguía a Iter hacia la mesa.

Iter observó la tapa de su libro para luego mirarle a su padre. -Sinceramente, no sé cómo esperas que aprenda magia con un libro tan avanzado, no se entiende nada, y menos con tus apuntes por todo el libro - respondió mientras le mostraba los garabatos que Marcus había hecho en aquel libro, pues originalmente él los leía.

Camilla sonrió mientras servía los platos en la mesa. -Me alegra verte disfrutar de la lectura, Iter. ¿Has aprendido algo interesante?—preguntó con su típico tono irónico, pues su hijo no hacía más que quejarse del libro desde que le propusieron leerlo.

Iter asintió, pues por mucho que tuviera opiniones negativas el libro era una gran fuente de información.- Bueno a decir verdad estoy entendiendo algunas cosas importantes, y a veces cuando no entiendo lo que el libro quiere decir los apuntes de papá ayudan a que sea más llevadero, aunque en otras ocasiones me pierda más con esos garabatos.

Marcus sabía que su hijo entendería mejor la magia si usaba los libros que el uso, aunque Iter todavía no había puesto en práctica ninguno de los hechizos del libro.-Ese libro te ayudará a mejorar tu nivel de magia que tienes ahora, sinceramente si logras entenderlo podrás mejorar bastante.- le informo a su hijo.- Aunque si nunca pones en prueba lo que el libro propone vagamente mejorarás.

Marcus Lavinus era un hombre de apariencia apacible, con el cabello corto de un tono marrón que enmarcaba un rostro afable. Sus ojos verdes irradiaban calma y bondad, reflejando la serenidad con la que enfrentaba la vida. A pesar de su apariencia tranquila, su figura denotaba una ligera musculatura, resultado de años de trabajo en el campo y de cuidar de su familia. Marcus tenía una presencia reconfortante, un aura de confianza y estabilidad que inspiraba confianza en quienes lo rodeaban. Era un hombre de pocas palabras, pero sus acciones hablaban más, demostrando su dedicación y amor hacia su familia.

Paxia, que ya había encontrado sitio en la mesa con su gato, no dudó en introducirse en la conversación- A decir verdad la magia es muy útil para la vida cotidiana- dijo mientras acariciaba su pequeño amigo felino- fíjate en mí, gracias a la magia que papá me enseño ahora puedo trabajar con él sin cansarme tanto.

Paxia Lavinus, una vivaz niña de unos diez años, lucía el cabello corto en tono marrón, una elección práctica que le permitía desenvolverse más cómodamente en sus tareas diarias. Sus ojos, de un verde profundo heredados de su padre, contrastaban con la suavidad de sus rasgos faciales, revelando una belleza que reflejaba la de su madre. Aunque su apariencia transmitía delicadeza, en realidad Paxia era una chica robusta y decidida, impregnada de una inocencia que la caracterizaba. Su pasión por el mar y la pesca era palpable, y a pesar de su falta de experiencia, anhelaba poder dedicarse a esta actividad en el futuro. Aunque la familia Lavinus se dedicaba a la ganadería en lugar de la pesca, Paxia encontraba igualmente satisfacción en el trabajo en el campo, especialmente en las tareas más vigorosas como cortar leña y otras labores similares que realizaba junto a su padre. Con el fin de hacer más llevaderas estas tareas, su padre había comenzado a enseñarle algunos hechizos, reconociendo en ella un potencial que aún estaba por desarrollar.

- Tu caso es diferente en la magia, tu hechizo de “selfboost” sirve bastante para levantar más peso del que podrías o para ejercer más fuerza de la que tienes, claramente es una muy buena ayuda para la vida cotidiana- Dijo Iter, pues Marcus le había enseñado a Paxia a usar su magia debido a que era muy pequeña como para hacer bien los trabajos que quería.

Iter Lavinus, era tres años mayor que su hermana Paxia. Compartía con ella el cabello corto de un tono marrón, aunque en su caso lucía una pequeña trenza que caía delicadamente desde la nuca. Sus ojos, también marrones, eran un reflejo de los de su madre, detalle que a veces le provocaba sentimientos encontrados, pues anhelaba los ojos verdes de su padre. Iter poseía una complexión más delgada en comparación con su hermana, resultado de pasar muchas horas inmerso en la lectura de libros de magia y aventuras, mientras ella trabajaba junto a su padre en la huerta. Aunque su piel era naturalmente pálida, el trabajo en el campo había dejado su marca, otorgándole un ligero tono tostado. Iter emanaba una curiosidad innata, una sed de conocimiento que lo llevaba a explorar nuevos mundos a través de las páginas de los libros, escapando así temporalmente de las tareas cotidianas del hogar.




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