En el siglo XIX, en las afuera de la ciudad de Potenza, en el sureste de Italia, existía un hermoso Hotel llamado Vera Belleza.
Era un edificio de gran belleza, construido en gran parte de hierro, imponente, de grandes dimensiones, y casi de sesenta metros de altura si se consideraban sus cinco torres, las cuales marcaban una característica particular. Cada una de las personas de la antigua Italia conocía el lugar como un verdadero hito arquitectónico.
Los visitantes venían de muchos lugares, y sus habitaciones eran amplias y elegantes, tan acordes a la época gloriosa que se vivía en aquella parte de Europa en ese momento.
El Hotel estaba rodeado de campos verdes y también de calles discretas, y desde sus ventanas superiores se podía mirar la silenciosa y tranquila ciudad que se extendía más allá de los jardines.
Carlo Tissinetti, dueño del Hotel, veía cómo lentamente su más preciada inversión perdía valor y los visitantes cruzaban las calles apenas mirando desde afuera la fallada del hermoso edificio.
El italiano era un hombre de cabeza calva, bigote alargado y blanco producto de las canas a sus ya casi 70 años. Levemente jorobado, tenía un lento pero elegante caminar. Solía pasear con ambas manos juntas en su espalda, mirando con su atenta y misteriosa mirada cada detalle de su amado edificio.
El señor Tissinetti vivía en una de las habitaciones, pero no en cualquiera. Sus aposentos estaban en la torre central del Hotel, en la más alta de las cinco, y desde allí tenía una vista privilegiada en 360 grados de todo lo que lo rodeaba, pues era una habitación que en cada uno de sus muros tenía hermosos y amplios ventanales con vidrios de diversas tonalidades.
Él era el encargado de llevar la contabilidad, y se encerraba durante muchas horas en el día para realizar las labores relacionadas con su trabajo, pues el dinero y los números eran algo que lo apasionaba, sobre todo cuando se trataba de hermosos números verdes en su caja registradora.
Es por esta razón que se rumoreaba constantemente que el dueño del Hotel Vera Bellezza era un vampiro, pues el dueño daba sus rondas a las instalaciones durante la noche, cuando se desocupaba de los números y facturas.
Sin embargo, esos rumores eran de las personas que nunca habían tratado con el italiano, los que se hospedaban en el lugar no tenían absolutamente ningún problema con Carlo Tissinetti, pues era un hombre gentil y atento, e inmediatamente los clientes tildaban de locos a aquellos que lo caracterizaban como un chupasangre nocturno.
Cada mañana el anciano era el encargado de coordinar en la cocina el desayuno para los clientes, además de organizar la preparación de las bañeras con agua caliente para todos aquellos que quisiera tomar un baño durante el día.
Los empleados del hotel recorrían incansablemente los pasillos adornados con alfombras doradas atendiendo a las personas que requerían satisfacer diversas necesidades, y los botones pasaban de un lado para otro regularmente con maletas y bolsos de diversos tamaños.
Pero eso fue en la época dorada del Vera Bellezza, que duró aproximadamente 40 años. La competencia, las comodidades cada vez más accesibles en los hogares y la inflación producto de conflictos sociales hicieron que poco a poco el lugar tuviera menos visitantes, y en cuestión de meses el hotel pasó a ser un recinto para unos pocos acomodados y algunos conocidos de Carlo a los cuales éste atendía a un valor mucho más bajo del habitual.
Paulatinamente, el edificio era prácticamente un hotel abandonado y se le conocía como el Hotel Fantasma.
Pero es necesario recalcar que era sólo un nombre debido a la ausencia de personas y a que sus pasillos estaban permanentemente desolados, pues jamás se observaron espíritus ni almas de ningún tipo.
La situación era terriblemente acongojante para Carlo, pues era testigo viviente de cómo su hotel se vino abajo en tan poco tiempo y las finanzas se habían desplomado hace varias semanas. Los despidos eran masivos, ya que solamente en el Vera Bellezza quedaban tres personas además del dueño, un botones llamado Paolo y dos mucamas, Angela y Rita.
El primero era un asiático joven de unos 28 años que llevaba toda su vida trabajando en el Hotel, pues era hijo de un antiguo empleado. Era alto, delgado, pelo oscuro y ojos rasgados, características típica de las personas de su raza. Se caracterizaba principalmente por ser un hombre muy introvertido pero muy atento y trabajador, factores muy importantes para que el italiano considerara mantenerlo contratado hasta que el hotel cerrara para siempre.
Angela era una mujer mayor, de casi 60 años, que llevaba cerca de 5 años trabajando para Carlo. Era una mujer tranquila, minuciosa y extremadamente estricta con sus labores. Su carácter era el de una mujer seria y ordenada, y jamás dejaba que los demás interfirieran en sus actividades. Físicamente era de contextura gruesa, pelo blanco y llevaba siempre su pelo recogido; su piel era blanca y sus ojos azules, y era muy religiosa, por lo que siempre agradecía a Dios ante las bondades de la vida.
Rita, en cambio, era una la más joven, de apenas 20 años, y era una mujer muy inteligente. Era sobrina de una de las empleadas de Carlo, la cual falleció hace un par de años. Al no contar con nadie más a quien acudir, el dueño del Vera Bellezza se encargó de ella. La joven estaba muy agradecida por su jefe, es por ello que realizaba sus labores con mucho oficio.
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Editado: 06.01.2023