Simón estaba tendido sobre el pavimento agonizando ante el violento impacto recibido por un vehículo que circulaba por la avenida en dirección al oriente. El joven, con sus auriculares puestos y la música a un volumen relativamente alto, no se percató que la camioneta había llegado al cruce con la luz verde ya extinta, cruzando cuando el rojo le indicaba la detención al mismo tiempo que el dibujo luminoso verde le indicaba a Simón, de tan sólo 23 años, que podía cruzar.
Entre la música y el celular, su atención a lo que ocurría a su alrededor era nula, por lo que una vez que vio de reojo el indicador verde, cruzó con paso audaz y apresurado mientras por su izquierda se aproximaba su muerte de forma inminente.
Treinta y cuatro segundos estuvo agonizando con su mirada perdida en el cielo mientras los demás transeúntes miraban la escena con rechazo pero a la vez con morbo.
Luego de esos desoladores treinta y cuatro segundos, Simón dejó este mundo rodeado de desconocidos anonadados y de sangre.
Al abrir los ojos nuevamente, se dio cuenta que el dolor había desaparecido, y su cuerpo se sentía ligero y libre. El lugar en el que se encontraba era un prado hermoso, lleno de flores y un césped tan suave y regular que parecía artificial, aunque no lo era realmente.
El sol, de un tamaño colosal y un brillo sin igual, resplandecía en lo alto del cielo, con una luz que abarcaba todo lo que sus ojos podían ver. Nada escapaba de los rayos que el gigante luminoso emitía hacia todas partes.
Pero no sólo transmitía claridad, sino que una paz inmensa, tanto así que Simón no fue capaz de entristecerse por las personas amadas que había dejado en la vida terrenal.
Los seres que se encontraban en ese lugar estaban ausentes de color, simplemente “brillaban”, y se desplazaban con movimientos fluidos y elegantes. No caminaban realmente sobre la superficie, sino que eran libres de cualquier tipo de movimiento, como si las leyes de la física no fueran parte de ese mundo.
En el centro del inmenso prado, tan brillante como la luz que emanaba de los seres, se encontraba una intensa y resplandeciente fuente de energía, un poco más singular que las demás “personas”. Se trataba de un anciano que pareciera ser una especie de guía para las almas que llegaban recientemente al paraíso.
Simón, o lo que fuera ahora en ese nuevo sitio, se desplazó tan ligero como todos los demás y llegó junto al hombre.
Al acercarse, pudo sentir su vibración y su amor, la cual emitía constantemente desde el centro de su existencia.
-Hola, mi nombre es Simón, y creo que he muerto.
-Hola Simón, -dijo el anciano mientras se daba la vuelta y lo miraba con una sonrisa en su rostro que reflejaba una contagiosa tranquilidad -, si, efectivamente. Hace algunos instantes un vehículo te atropelló en el lugar donde estabas. Una pena. Pero no te preocupes, inmediatamente podrás reencarnar.
-¿Reencarnar? -preguntó el joven confiando en el hombre pero no en su experiencia en la vida pasada.
-Así es. Cuando estés listo sólo dime y volverás a nacer.
-Espera un momento, ¿y cómo sé quién seré ahora?
-Bueno, ahora vas a reencarnar como Helena, una mujer que nació hace casi 2000 años en la antigua Roma.
-¿No se supone que uno se reencarna en personas que nacerán en el futuro? Porque, que yo sepa, esas personas del pasado, al igual que yo mismo hace unos instantes, ya murieron.
La sonrisa continuaba iluminando el rostro del anciano, y sus ojos transmitían paz y amor.
-Verás, las cosas acá no funcionan como todos creen. Por si no te has dado cuenta, te encuentras en el paraíso, lugar al que acuden todas las almas cuando terminan con una de sus vidas terrenales. El tiempo, al igual que la física y el espacio, no tienen poder en este sitio. Puedes volar, si quisieras. Hasta puedes caminar sobre el agua como ustedes dicen que hizo Jesús hace muchos años, y también, como entenderás, tu alma puede viajar al presente y al futuro, ya que nada de esas cosas son capaces de limitar a un alma libre.
-¿Entonces puedo reencarnar en quien yo quiera?
-Bueno, no precisamente -respondió el anciano-. Tendrás que hacerlo en alguien que va a nacer, por lo que tu alma ocupará su cuerpo durante su existencia material.
-Explícame algo, si yo puedo nacer una y otra vez cada vez que muero, entonces eso significa que ellos también lo hacen, ¿no? -preguntó Simón apuntando a las demás almas que vagaban por el paraíso.
-Evidentemente.
-Y también significa que he estado muchas veces acá haciendo las mismas preguntas, pero con infinitas apariencias, ¿correcto?
-Evidentemente.
-¿Cuántas veces has visto mi alma vagar por el paraíso?
-Muchísimas veces. -El anciano respondía con una paciencia única, posiblemente dotada de millones y millones de preguntas que las anteriores almas le hacían regularmente.
-¿No puedo volver al lugar de dónde venía?
-Sólo si tienes alguna tarea pendiente con alguien en particular.
-¿Cómo es eso?
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Editado: 06.01.2023