Camino a la realeza

Capítulo 21

El jueves ya no estaba tan triste. Poco a poco iba superando lo de Eric. Sí, estaba triste por la pérdida, pero sabía que lo que necesitaba era tiempo; tiempo para olvidarlo; tiempo para conocer a otro chico.

El día pasó con normalidad. Tanto a primera hora como a tercera hora tuve un examen. El primero fue de Legua y Literatura, y el segundo fue de Filosofía. Estas materias no me gustaban mucho (¿A quién le importaba cómo se hacía la coherencia? ¿Por qué teníamos que saber que no-se-quién había dicho no-se-qué?). Sin embargo, ambos examen me habían salido bastante bien.

Por la tarde, fui, como siempre, al estudio de baile. Los internacionales serían en mayo, aunque aún no se sabía el país en el que se realizarían. Lo que sí sabíamos era que seguramente nos tocaría cruzar el gran charco.

Una vez terminado el ensayo, estando duchada y todo, salí del estudio. Hacía mucho frío y ya había caído la primera nevada, lo normal en esta época del año. Nos encontrábamos a mediados de diciembre. Pronto sería navidad lo que significaba que pronto serían las vacaciones de navidad.

La calle estaba nevada. Mientras me dirigía al Moonlight, pude ver a niños haciendo muñecos de nieve en sus jardines o haciendo guerras de nieve. Una repentina ráfaga de viento me hizo estremecer de frío. Me puse mejor el abrigo negro que llevaba. 

Legué al Moonlight totalmente congelada. No obstante, en cuanto entré, el calor de la estancia me inundó. Se notaba que estaba puesta la calefacción. No tuve tiempo de dejar la bolsa de baile. De repente, Luna y Fran vinieron corriendo a saludarme. Me abrazaron con fuerza, y yo los aupé y les di un beso en sus mejillas.

—¿Qué tal os ha ido el día? —les pregunté mientras me sentaba en uno de los sofás, con ellos en mi regazo.

—Muy bien —dijo Luna sonriendo.

—Hemos aprendido a sumar —dijo Fran orgulloso.

—¿A sí? 

Ambos asintieron con orgullo.

—¿Y cuánto son tres más dos?

—¡Cinco! —exclamaron ambos al unísono.

—Muy bien —les dije, con una sonrisa en mi rostro.

—También nos han hecho un examen de lectura —informó Luna.

—¿Y qué tal os fue?

—A mí bien —dijo la niña—, aunque me trabé un poco con alguna palabra.

—A mí también me pasó lo mismo —le dijo Fran mirándola de forma tranquilizadora.

No lo pude evitar, les hice cosquillas. Me comía a mis hermanitos. Cómo se cuidaban el uno al otro, cómo se protegían. Y, encima, hacían una bonita pareja.

—Bueno, preciosidades, si me dejáis, voy a arriba a cambiarme. No quiero que el uniforme se manche.

Los niños se bajaron de mi regazo y, cogidos de la mano, subimos al primer piso. Allí, mientras ellos se iban al cuarto de juegos, yo entré en mi habitación. Me puse ropa cómoda: unos vaqueros, una camiseta, una sudadera y unas deportivas. Después, me dirigí al cuarto de juegos, donde se encontraban Amber, Rebeca, Luna y Fran jugando al escondite inglés con Lea.

Como Lea estaba de espaldas, contando, me puse a jugar con los niños. Quería saber si la asustaría o no.

—Un, dos, tres el escondite inglés —decía ella.

En cuanto vi que se volvería, me quedé quieta como una estatua. Se giró y, al verme, se sobresaltó. Pero luego se rió con ganas ante lo ocurrido y siguió con el juego. Nosotros también nos reímos de lo lindo ante lo ocurrido.

Estábamos jugando tan tranquilas cuando alguien llamó a la puerta.

—¡A cenar! —dijo Julia, una de las cuidadoras del hogar. Se trataba de una mujer de mediana edad cuyo cabello castaño empezaba a encanecerse y cuyos ojos marrones estaban rodeados de ojeras.

—¡A cenar! —repitieron los niños, contentos, y bajaron al comedor a cenar, corriendo.

Lea y yo nos miramos y luego nos reímos. Esto era habitual en nosotras. Estábamos tan unidas que apenas necesitábamos comunicarnos verbalmente. Nuestros hermanos decían que parecíamos hermanas gemelas por lo unidas que estábamos.

Fuimos hacia el comedor con un paso tranquilo; no hacía falta correr. La comida no iba a escaparse de la mesa. 

La cena fue sobre ruedas. Mi humor había mejorado, por lo que disfrutaba más de la vida. Ayer estaba tan dolida que no me di cuenta que había añorado mucho las comidas con mi familia. Era agradable no tener que comer con los cubiertos la fruta ni que estar atenta a lo que venía para saber qué tenedor usar (además de saber distinguirlos, claro) ni tener que hablar susurrando. Había añorado las peleas por el último muslo de pollo, por ir a rellenar las jarras, por preparar la mesa… Había añorado todo eso y más. Les había extrañado a ellos.



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En el texto hay: fanfic, romance, la seleccion

Editado: 01.11.2018

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