El día siguiente se me pasó volando y pronto Andrea y yo nos encontramos en la recepción de las demás, ataviadas con unos vestidos de vivos colores.
—¿Qué hacemos? —me preguntó Andrea mientras íbamos hacia la recepción de la realeza italiana.
—Seamos educadas, pero no solicitadas —dije tras unos segundos de pensarlo—. Observemos a Lisa y a la reina, y sigamos su ejemplo. Y luego trabajemos duro toda la noche para que nuestra recepción sea mejor.
—Vale —dijo mi compañera suspirando—. ¿Vamos? —preguntó, cuando nos encontrábamos en las elegantes puertas del Gran Salón.
Llegamos puntuales, tal y como nos pidieron nuestras compañeras. Todas llevábamos puestos vestidos llamativos de colores vivos. Evelyn llevaba un vestido rojo tan intenso que parecía sangre; el vestido de Elizabeth era similar, aunque en vez de rojo era azul cielo; y Andrea iba vestida con un vestido amarillo chillón largo de cintura imperio. Mi vestido era un poco menos llamativo (solo un poco). Este era de un color verde esmeralda vaporoso que resalta mis ojos verdes. Era largo y de tirantes, pese al frío; aunque no importaba ya que en el palacio estaba puesta la calefacción y parecía que, en vez de estar en pleno invierno, estábamos en verano.
—¿Ya está todo listo, chicas? —les preguntó Lisa, quien acababa de entrar en la estancia junto a la reina. Ambas, al igual que nosotras, llevaban vestidos llamativos. En el caso de Lisa, era de un color morado largo de cintura baja que brillaba cada vez que daba un paso. La reina, en cambio, había optado por un vestido menos llamativo de color azul celeste muy sencillo de manga larga.
—Están fantásticas, chicas —nos aduló la reina, sonriéndonos con dulzura.
Clásica y alegre. No había otras palabras para describir a las mujeres de la monarquía italiana. Todas las mujeres eran altas, de piel dorada y hermosas. Además de eso, eran de lo más encantadoras.
Tanto Andrea como yo nos comportamos impecablemente; debíamos dar una imagen de sabiduría y madurez a las invitadas. Por otro lado, las mujeres italianas hablaban muy bien nuestro inglés, por lo que no hubo problema alguno para comunicarnos entre nosotras.
Pasé la mayor parte de la velada junto a Orabella y Noemi, primas de la reina italiana Nicoletta. Ambas eran un encanto, aunque suponía que trataban de emborracharme para sonsacarme información sobre La Selección, porque no paraban de rellenar mi copa de vino. A decir verdad, yo también lograba algo de información con respecto a Italia y a la antigua Selección.
Al final de la velada, la reina nos obsequió con su espléndida voz, cantando canciones tradicionales italianas y tocando alguna que otra balada tradicional italiana con el violín que hizo que una lágrima solitaria descendiera por mi mejilla por la emoción.
A la mañana siguiente, Andrea y sus doncellas vinieron a mi dormitorio. Las seis mujeres habían estado trabajando codo con codo para hacer dos maravillosos vestidos a juegos. Ambas llevaríamos unos vestidos azul rey con un cinturón de pedrería en la cintura. Tanto el escote en forma de corazón como los bordes de la falda de encaje eran de un color plateado que brillaba a cada paso que dábamos. Con tantas mujeres en mi habitación parecía una fiesta de pijamas. Era como estar de nuevo en el Moonlight.
Unas horas antes de que todo comenzara, Andrea y yo bajamos al Gran Salón para cerciorarnos de que todo estaba en orden. Llegó la banda de música, y esta se puso a ensayar en un rincón del enorme salón. Todo parecía que marcharía como la seda.
Mientras nos retocábamos, las dos practicábamos nuestra pronunciación de francés. Andrea había conseguido hablarlo como si de una francesa se tratase. A veces me sorprendía la facilidad con la que hacía las cosas.
—Ha llegado el gran día, Maddie —comentó ella mientras se alisaba una arruga imaginaria del vestido.
—Por fin nos la quitaremos de encima —dije yo, soltando un pequeño suspiro y un gritito de emoción.
El resto de las chicas se nos unió al de poco tiempo. Tras ellas venían la reina y Lisa, esta última cargada con una carpeta e innumerables hojas. Sí, la gran (y única) amenaza era Lisa y sus notas, no había más. Solo esperaba que todo saliera a la perfección y que le gustara.
En seguida pudimos oír un murmullo de conversaciones provenientes del pasillo.
—Ya están aquí —me susurró Andrea con emoción.
En efecto, las mujeres de la realeza francesa ya habían llegado. Tal y como decía la tradición francesa, las anfitrionas saludamos a cada una de las mujeres con dos besos en las mejillas tras decir "Bonjour madame". Para nuestra sorpresa, todas hablaban un buen inglés, si bien a veces intentábamos comunicarnos con ellas en francés.