—Sí, Lea, estoy bien.
Esa misma tarde nos permitieron llamar a casa; así que cuando llegó mi turno, marqué el número de teléfono del Moonlight y, tras dos tonos de espera, Lea cogió el teléfono.
—Lea, ¿quién es? —escuché preguntar a Luna, con su tierna y dulce voz.
—¿Por qué no lo compruebas tú misma? —Noté cómo el teléfono se movía.
—¿Sí? —preguntó.
—Hola, enana —la saludé yo, emocionada.
—¡Maddie! —chilló ella, muy emocionada—. Te extraño muchísimo; todos te extrañamos.
—Yo también os hecho mucho de menos.
Oí pasos provenientes de la otra línea y alguna que otra conversación amortiguada.
—¡Ponlo en manos libres! —gritó Daniel desde el otro lado de la línea telefónica.
—Maddie, estás en manos libres. Saluda —dijo Lea.
—Hola a todos.
—¡Maddie! —exclamaron todos al unísono, provocando que me viera obligada a apartar el teléfono de mi oído.
—¡Que me dejáis sorda! —exclamé—. ¿O acaso queréis dejarme sorda?
Todos rieron con ganas ante mi comentario.
—¿Qué tal va todo por ahí? —preguntó Fran.
—Muy bien. ¿Sabéis? Me han puesto una profesora de baile para que corrija todos mis errores mientras esté aquí. Me ha metido mucha caña y ahora estoy que no me tengo por las agujetas.
Escuché más risas.
—¿Y? ¿Qué hay de tu relación con Eric? —quiso saber Lena.
Me ruboricé ante esa pregunta. La verdad era que no me la esperaba.
—Me gusta mucho —confesé tímidamente, bajando la voz. Aunque la verdad era que no había nadie en mi habitación; estaba sola.
—Ooooh —oí cómo todos se conmovían.
—Parece que Maddie no tiene el corazón de piedra —bromeó Daniel.
—Quién lo diría —siguió bromeando Ryan.
—Y yo que pensaba que te iban las mujeres. —Quien lo dijo fue Alex.
—¡Oye! —exclamé, indignada—. ¡Puedo oíros! Y no, no me van las mujeres; todavía no me he cambiado de acera.
—¿Qué es eso de “cambiarse de acera”? —preguntó Amber con curiosidad.
—Es cuando… —empezó a explicar Bruno, pero yo le corté.
—Eso lo sabrás cuando crezcas una poco más, Amber.
—Pero yo quiero saber —se quejó la pequeña.
No pude evitar troncharme de la risa. Los demás también rieron, salvo los más pequeños, quienes apoyaron a Amber.
—¡No tiene gracia! —gritó ella indignada.
—Nosotros queremos saber qué es eso —dijo Fran.
Oí, a lo lejos, el tintineo de unos zapatos de tacón junto a la puerta abrirse. Seguro que estaban en el salón del Moonlight, sentados alrededor de la mesa de cristal que estaba colocada justo delante del televisor. Dios, cómo añoraba mi hogar. Aunque, ahora que caía en la cuenta, debía dejarlo si quería vivir con mis padres.
Y eso me hizo pensar en la promesa que le hice a Luna hacía unos meses atrás. No podría cumplirla al pie de la letra, aunque siempre seguiría en contacto con ellos; al fin y al cabo, ellos eran parte de mi familia.
—¿Qué hacéis todos aquí sentados? —inquirió Kara, seguramente alzando una ceja.
—¿No se supone que tendríais que estar haciendo los deberes? —la apoyó Álvaro.
—Es un asunto muy pero que muy importante —indicó Luna, con su dulce vocecita.
—¿Y qué es ese asunto tan importante? —quiso saber Kara, dándole un énfasis especial a “importante”.
Noté (mejor dicho, escuché) cómo el teléfono inalámbrico pasaba de mano en mano hasta llegar a ella.
—Sigo sin entender nada —comentó Álvaro. Debían estar el uno al lado del otro porque se le oía muchísimo.