Camino al Sol

Fiperball

Sharon era la madre de Sean. El padre del niño había fallecido hace unos cinco o seis años calculaba ella, cuando una fiebre acabó con sus esfuerzos de sobrevivir y cuidar de su esposa. Desde entonces, la mujer siguió viajando en la oscuridad, bajo la tenue luz de las estrellas que se movían con mediana rapidez. Habían dejado su hogar al norte de Hawking buscando llegar la centro del planeta, lugar que alcanzó a absorber más calor y donde la vida era un poco más llevadera.

El niño estaba cansado de tanto caminar con su pequeña mochila en los hombros. La mujer no lo culpaba, ella también lo estaba. El pequeño no alcanzó a conocer a su padre, ni éste alcanzó a saber que un hijo venía en camino. Su madre había tenido éxito en criarlo hasta ahora, aunque no habían estado escasos de dificultades. El viaje se había alargado más de lo calculado, mucho más. Ya el embarazo lo retrasó casi medio año, debido a que fue complicado. Para ese entonces viajaban en un grupo grande y algunas personas —en su mayoría mujeres— se quedaron a ayudarle. Al comienzo del embarazo estaban ella, seis mujeres y dos hombres. Al final del embarazo sólo quedaban dos mujeres haciéndole compañía. Una de las cuales ya tenía casi ochenta años para el gran apagón y al poco retomar el viaje murió mientras dormía. Como estaban débiles, las dos sobrevivientes no pudieron cavar un hoyo para enterrarla, pero cubrieron su cuerpo con plantas y flores sintéticas para despedirla lo más dignamente que pudieron.

A menudo pasaban hambre, tenían que esconderse cuando pasaban grupos de gente merodeando, muchos de ellos eran salteadores, también habían psicópatas que disfrutaban torturar hasta la muerte y violadores que hacían de las suyas en la oscuridad. Fue en una de esas ocasiones que Sharon no volvió a saber de Rose. Al verse en una emboscada, cada una huyó en una dirección, Sharon con su hijo en brazos corrió lo más lejos que pudo y nunca volvió a saber de su compañera.

Hace algún tiempo atrás pasaron por otro de esos sustos cuando Sharon descubrió que habían llegado a Nouvelle France («Nueva Francia», más conocida simplemente por Nouvelle), lugar que era el ombligo de Marte, la mitad del planeta. Para ese entonces un labrador los acompañaba, se había vuelto su guardián. Un hombre gordo y grande cubierto de sangre apareció en el camino. Llevaba un gran cuchillo carnicero, también ensangrentado. Sharon apenas lo vio subió al niño a un autobús abandonado en medio de la avenida entre más autos y camionetas. Lamentablemente el labrador, salió a atacar al hombre y Sean fue testigo de cómo éste mató a su perro y se lo llevó al hombro.

La vida era realmente dura y Sean era uno más de los niños que pasaban por esos traumas.

Ahora que habían llegado a su destino, la mujer se daba cuenta que el frío no era tan distinto al del norte. Posiblemente era menor, claro está, desde hace tiempo que habían partido desde su hogar y no sabía en qué situación se encontraban actualmente allá.

Llevaban un tiempo caminando sin rumbo. Sharon había imaginado que al llegar encontraría un refugio para inmigrantes o algo así, pero no, no se podía confiar en nadie y no había lugar donde dormir. Recurrían a los vehículos abandonados —donde a veces encontraban nidos de ratas o perros durmiendo adentro— o a edificios que muchas veces parecían a punto de caer. La vida cotidiana era bastante solitaria, se limitaba a ellos dos, cualquier otro humano era potencialmente peligroso.

Llegaron a un pueblo en apariencia abandonado. En las paredes de los edificios crecían enredaderas y algunas puertas se habían caído de las bisagras. Por la calle se veían correr libremente grupos de pequeños roedores, al parecer hámsters, quienes al percibir la presencia de la madre y el niño, huyeron a refugiarse.

Un olor dulce de pronto captó la atención de ambos.

—¿Qué es ese olor, mamá?
—Shhh —lo cayó poniendo el dedo suavemente sobre la boca del niño—. No hagamos ruido.

Caminaron con sigilo hacia una puerta entreabierta. Sharon tomó una gran piedra que apenas cabía en su mano, abrió la puerta y la lanzó hacia adentro. Se oyó el ruido de algo como vidrio romperse. Corrieron a esconderse detrás de una camioneta de reparto con las ruedas desinfladas y cubierta de enredaderas. La puerta se abrió y Sharon sintió la adrenalina y el miedo en todo el cuerpo con el ruido que hicieron dos gatos que huyeron despavoridos. Después de un rato se asomó por el umbral con el miedo palpitando en sus oídos. Nada se distinguía hacia adentro  en tal oscuridad. Metió la mano en su bolso y sacó una pequeña esfera de papel, llamadas «fiperball». La lanzó y esperó unos segundos. La esfera al golpear el piso comenzó a girar y se encendió una pequeña llama de fuego roja, como una bengala giratoria, pero que iluminó el lugar por unos diez segundos. Aquella esfera había sido un invento reciente para el momento del gran apagón, sólo un puñado de gente había conseguido aquel instrumento de seguridad, creado con el fin de generar luz y alerta en autopistas cuando un vehículo se averiaba. Ante la señal, rápidamente llegaba el robot de emergencia a señalizar el desvío para evitar algún accidente mayor, mientras llegaba la grúa a prestar ayuda.

Adentro del lugar no había nadie, pero lo que alcanzó a ver le dibujó una gran sonrisa en su rostro. Sean esperaba en silencio, no le gustaba la oscuridad, pero estando con su mamá se sentía seguro. Sentía hambre, pero estaba acostumbrado a esperar.

A tientas y de memoria dentro de lo que pudo recordar de aquellos diez segundos, Sharon comenzó a sacar lo que encontraba en la oscuridad y a llenar ambas mochilas. Luego salieron. Afuera la noche estaba despejada y las estrellas entregaban poca luz, pero la necesaria para poder ver las etiquetas de lo que habían sacado. Se sentaron en el pickup de una camioneta.

—Mamá, ¿qué conseguiste esta vez?
—Son cosas que no probaba hace años, bocadillos y golosinas que en otro tiempo eran comunes.



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En el texto hay: oscuridad, espacio, sol

Editado: 17.02.2022

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