Después de poco más de un año del despegue, el aterrizaje había sido exitoso, ahora debían esperar a que la nube de humo y polvo se disipara para poder descender de la nave.
Al cabo de más o menos una hora, la puerta se abrió y las mujeres bajaron con sus trajes espaciales. La gravedad del planeta era similar a la de la Tierra, levemente más pesada, haciendo que se cansaran un poco más de lo normal.
Anusha Patel, la capitana de la misión, fue la primera en bajar. Era un día soleado y caluroso, el termómetro del smartwatch indicaba que habían 38° C. El Sol que estaba en lo alto era más grande que el de la Tierra y el cielo tenía un tono amarillento anaranjado. Le parecía curioso que de los tres planetas en los que había estado —Tierra, Marte y éste— tuvieran un color distinto en el cielo.
El lugar era seco, había tierra y unas plantas parecidas a los cactus, sólo que de color rosado pomelo y sin espinas, pero sí tenían unos pétalos que a primera vista daban la sensación de una veintena de mariposas posadas sobre ellos. Dentro del traje comenzaba a sudar y miró a sus compañeras que estaban en la misma situación.
Clavó en el suelo la estaca con la bandera de la India, conquistando formalmente el nuevo planeta.
—Ya está listo, capitana —dijo Darsha Laghari mientras mostraba un instrumento similar a una pistola termómetro infrarroja.
—¿Qué tal? —inquirió la capitana Patel.
—Hay suficiente oxígeno, de hecho, los componentes son casi idénticos a los de la Tierra.
—Buen trabajo, Laghari.
Patel se quitó el casco. Aspiró hondo, llenando los pulmones de un aire distinto, perfectamente limpio, se sentía más frío y sintió un pequeño vértigo. Llegó hasta su nariz el olor a tierra seca. De los cactus rosados salía un cítrico y dulce aroma.
Luego de un rato, las ocho tripulantes de la nave subieron al vehículo explorador que Agarwal conducía con experimentada agilidad.
Al cabo de dos horas, lograron ver algo similar a una selva. Quedaron anonadadas, había muchísima vegetación en el planeta. Al parecer habían conseguido un premio grande, pues el planeta albergaba vida —al menos hasta ahora— vegetal. Las hojas de los árboles eran azules como la bandera de Escocia y el tronco de un tono magenta intenso.
—Prefiero los colores terrestres —comentó Agarwal sin dejar de mirar al frente—, no hay nada que dé más gusto que ver los paisajes de la Tierra.
—Marte también tiene su gracia —refutó ofendida Ganguly, marciana de nacimiento—, sólo que estás muy acostumbrada a tu cielo azul y plantas verdes.
El resto rio a carcajadas ante la discusión, lo que causó que las dos también se unieran a las risas.
—¡Miren, un río! —apuntó Laghari mientras sacaba un tubo cromado de su mochila.
Detuvieron el vehículo y descendieron. El río lucía similar a los de la Tierra y Marte, levemente verde amarillento, pero el agua era transparente al mirar de cerca. Laghari introdujo el tubo, lo selló, agitó y esperó. En su reloj apareció el resultado: el agua se podía beber, de hecho era más pura que la de los otros planetas. Bebieron disfrutando aquel nuevo y delicioso sabor, indescriptible, ya que no conocían nada similar con qué compararlo.
En los árboles encontraron frutas de distintos tipos, muchas conocidas en apariencia y sabor, como manzanas, naranjas, mangos y otros. El lugar parecía un verdadero paraíso. Recordaron el relato del Edén, el paraíso cristiano, donde por culpa de un fruto prohibido se perdió todo... el paraíso, la vida eterna, la amistad con Dios.
Pasaron los días y seguían investigando el planeta rico en ríos y vegetales, pero sin señales visibles de vida animal. Se alejaron cada día más de la nave, que quedó esperándolas en aquel desierto.
Los días en este planeta duraban veinticinco horas y cuarenta y siete minutos, lo cual era bastante bueno para la colonización, ya que la diferencia de horario no era tanta con la Tierra y Marte.
Un día como cualquiera, una de las mujeres comió un plátano de color rosado, cerró los ojos ante el exquisito sabor, mucho mejor que los terrestres y se sintió satisfecha con sólo comer uno.
—Es increíble la calidad de la comida, debemos llevarnos la mayor cantidad de especies cuando volvamos y ver si se pueden plantar allá —luego de hacer el comentario, arrojó la cáscara al suelo, donde a espaldas de las mujeres y sin que se dieran cuenta, rápidamente se secó y fue absorbida por la tierra.
Llegaron a una hermosa pradera donde el césped crecía por sobre sus cabezas. Las ocho mujeres de entre veintiocho y treinta y dos años de edad, jugaron a las escondidas, corrieron, rieron, escapaban unas de otras... Luego volvieron a sus labores de recolectar muestras para investigación.
—Necesito orinar urgente —dijo otra de las tripulantes.
—Si no alcanzas a llegar al vehículo y armar el inodoro de campaña, hazlo entre el pasto gigante —dijo la capitana.
—Sí, eso haré.
Descargó gran cantidad de orina, que tenía un olor dulzón, similar al olor del agua y las frutas. Cuando hubo terminado, mientras se volvía a poner los pantalones, se fijó en el gran charco que había dejado. Fue absorbido y acto seguido, una flor amarilla comenzó a crecer rápidamente. Un espectáculo hermoso a la vista, la flor creció unos quince centímetros de alto y se abrió del tamaño de dos tercios de una mano adulta. Se sintió cansada, habían sido días agotadores, la espalda le dolía y también el cuello.
—¡Chicas! No van a creer lo que pasó en el lugar donde oriné.
—Qué asco, no queremos detalles —dijo una colega, causando la risa de todas.
Luego de oír el relato de la flor, fueron a verla. Ahí estaba, amarilla y radiante.
—Es hermosa. ¿La vas a llevar?
—No, fue algo tan hermoso que quiero dejarla crecer tranquila.
Así pasaron dos meses. A lo largo del camino que habían recorrido, aparecieron flores amarillas y verdes, que marcaban los lugares usados como excusado. El planeta vegetal absorbía los nutrientes rápidamente de todo lo biodegradable. Las mujeres se veían cansadas, tenían marcas de edad visibles, algunas habían desarrollado arrugas y, la capitana Patel y Ganguly, ya tenían mechones de cabello gris.
Editado: 17.02.2022