La reina, el sapo y los escupidos por un arcoíris
Abril
—¡Corre, imbécil, corre!
—¡Gracias, yo que creía que me había convertido en una estatua!
—¡PUES CORRE MÁS RÁPIDO!
—¡A MÍ NO ME GRITES!
—¡PUES CONMIGO NO UTILICES EL SARCASMO!
—¡UTILIZO LO QUE SE ME DÉ LA GANA! ¡TODO ESTO ES TU MALDITA CULPA!
—¿¡Y ACASO TE OBLIGUÉ!?
Resopló.
¿Cómo habíamos terminado en esa situación? Claro, ¿cómo no? Por seguirle el juego.
Nota mental: nunca más secundar una de sus ideas, por más interesante que pareciese.
Momentos antes de la idiotez
¿Yo? Yo quería que me cayera un rayo y me partiera en dos, o no, tal vez que sucediese algo más interesante —conociendo la suerte, capaz y sobrevivía a la tragedia—. Quería que mi muerte fuese memorable, y no una por culpa de un montón de masa sin forma como el que tenía frente a mis narices en esos momentos.
"Al mal tiempo, buena cara", aunque la buena cara me había abandonado después del desastroso intento número cinco, y ya había repetido tanto esa frase, que de seguro el creador de la misma me demandaría por copyright.
Sabía que para obtener nuevos resultados tenía que salir de mi zona de confort y experimentar con nuevas cosas, pero tal vez el innovar no era lo mío, o por lo menos no fuera de la misma técnica. Había querido modelar un... la verdad era que ni siquiera sabía que había intentado modelar, quizás un palo o una bolita, y pensándolo bien, eso no me ayudaría a darle respuesta a la consigna. ¿Qué podía transmitir a través de una línea y un círculo por separado? ¿Qué conocía los principios básicos de la geometría?
En esos momentos, admiraba mucho a los escultores y a su capacidad de crear maravillas a partir de la nada —si es que a la arcilla se le podía llamar "nada"—. Zapatero a tus zapatos, tal vez lo que pasaba era que yo me estaba colocando unos talla cuarenta siendo una treinta seis, por eso me caía al dar el paso.
—Es inútil —declaré en voz alta.
—Gracias. —Su voz me sobresaltó.
Gio se encontraba apoyado contra el marco de la puerta, con un pie cruzado sobre el otro y con una cajita decorada con un moño morado entre sus manos. Había aprendido que los sombreros eran una de sus cosas favoritas en el mundo, pues poseía una gran colección de ellos, de distintos tamaños, estilos y colores, y los cuidaba y amaba como tal. En esa tarde, llevaba uno en color rojo, que dado por la forma —y por lo que él me había enseñado sobre estos—, era estilo británico.
—¿Qué haces aquí?
—Solo seguí el olor a chamuscado. —Sonrió.
—Sí, ya se me fundió el cerebro por completo.
Entró en la sala e inspeccionó el lugar. Por su expresión, pude deducir que el desorden le estaba haciendo entrar en pánico, de hecho, si se hubiese colocado a ordenar los palillos por grosor y los vaciadores por tipo, no me hubiese sorprendido. No sería la primera vez.
—Tienes cara de llamarte Adriana, así que irás primero —mencionó—. Tú pareces ser Benito y tú, Carlota.
—¿Qué se supone que haces? —Reí.
—¿Nunca les has puesto un nombre? —Se refería a los pinceles.
—La verdad es que no.
¿Para qué los nombraría?
—Bueno, pues eso cambiará hoy. —Continuó bautizándolos uno por uno—. Además, así puedes otorgarles un lugar propio y te evitas los dolores de cabeza a la hora de escoger cuales utilizar. ¿No te parece una buena idea, Jaime? ¡Claro que sí, Gio, eres un genio!
Reí por la vocecita que imitó, mientras que él continuaba con su labor, silbando y moviendo la cabeza al ritmo de la música. A petición suya, habíamos colocado algunas de mis canciones y cantantes favoritos, al parecer, le agradaban mis gustos —aunque todavía se mostraba reacio al pop, y no iba a obligarlo—. En esa oportunidad, era día de escuchar a Sir Elton John.
—Los hice para ti. —Me entregó la cajita—. En estas circunstancias, pueden ayudarte. ¿Sabías qué el chocolate contiene teobromina, un tipo de metilxantinas, las cuales, a su vez, hacen parte de los alcaloides estimulantes?
—Me quedé sin neuronas, ¿puedes traducírmelo? Y en cristiano, por favor.
O me estaba insultando o era alguna especie de alucinógeno.
Soltó una carcajada.
—Es decir que es bueno —declaró—. Aparte de ser delicioso.
—De acuerdo.
—Ignora el decorado, soy un asco empaquetando.
A mí me parecía muy tierno.
—Gracias. —Sonreí.
Me sonrió de vuelta y caminó por el lugar durante unos segundos más, antes de dejarse caer sobre el banquillo ubicado en el rincón, mientras que yo ya me devoraba uno de los brownies. Tenía razón, estaban deliciosos.
—Entonces, ¿qué es? —Fijó su mirada en el objeto frente a mí.
—Un tipo de arte abstracto, quizás.
—De acuerdo, pues Picasso tendría mucha envidia de ti.
—Seguramente.
Resoplé, dejando caer mi cabeza hacia adelante. Me sentía frustrada, se suponía que ya debía de saber sobre modelado, pero la verdad era que, para ese punto, ni siquiera comprendía cómo había pasado esa materia en los semestres pasados.
—Llevo varios días intentando hacer algo con esto, pero simplemente no lo logro y el tiempo sigue pasando. —Sentía ganas de llorar.
Ni siquiera las suaves melodías de las sonatas clásicas lograban relajarme e inspirarme. Era un desastre y no tenía ninguna opinión esperanzadora que sostener.
Su silencio tampoco me ayudó, de hecho, provocó que dirigiese mi mirada hacia él, para corroborar que se encontrara bien, no era normal que estuviese tan callado. Tenía sus ojos cerrados y por un instante pensé que se había quedado dormido, de no ser porque movió su mano al ritmo de la canción segundos después.