Canciones en Paris

Once

¡Buenas noticias! ¡Los preparativos para la boda de Sandra están en camino, y me han escogido a mí como dama de honor!

¡A mí!

Me detengo a apreciar uno de los arreglos que decoran el vestíbulo de la tienda de vestidos de novias donde hemos acordado a apoyar a Sandra con su elección de atuendo, y sonrío sin razón. Casi puedo sentir que soy yo quien va a caminar por el altar. De nuevo. De manera inconsciente, retiro con el dorso de la mano una lágrima que corre emotiva por mi muñeca. Sé que esto puede parecer hormonal. Pero las bodas causan en mí un lío sentimental que no sé como manejar. A través de Sandra revivo el día de mi propia boda, y algo en mi interior quiere gritarle que corre antes de que sea demasiado tarde y no podamos remediar el error tan grande que sé que está a punto de cometer.

Pero en lugar de eso, de decirle la verdad, esa silenciosa verdad que corre caliente por mis venas en lugar de sangre, sonrío y echo el ojo a unos vestidos color marfil que la modista ha preparado para mí.

Soy la dama de honor. Y es mi obligación conducirla al altar, aunque en el fondo sepa que se trata de una equivocación.

Alargo mi mano por los bordes del vestido y siento como la tela se desliza ricamente por la yema de mis dedos. Como buena conocedora de tejidos, deduje que esta era bastante lujosa, incluso para mí, Colín no estaba escatimando en cuanto al presupuesto de la boda se refiere, y es algo cínico de su parte considerando todo lo que la ha pospuesto.

Aun así, queremos que todo salga estupendo. La boda esta programada para finales de noviembre, y Colín ha dicho algo sobre celebrarla en uno de esos lujosos cruceros que recorren lo largo el Sena.

No soy la única que se encuentra con las emociones a flor de piel. Stefany, con los ojos arrasados de lágrimas, no ha dejado de hipar desde que Sandra salió del probador con la primera opción que la modista presentó como una pieza de la diseñadora Vera Wang.

—Te hace mucha cintura —señaló Blair, descartandolo en el acto.

Chevalier envidiaba la suerte de Sandra, no había dejado de mostrarse hostil desde que cruzamos el umbral. Toda felicidad que no fuera la suya propia la carcomía. Sentadas las tres en un mueble blanco de granito, la francesa rechazaba con mal gesto piezas que eran armadas para la novia.

Nada le satisfacía.

—¿Escote en el día de tu boda? ¿Qué eres, una cortesana?—decía a la novia en un tono desdeñoso—: al menos que quieras confundir a tus invitados...

Ante la conmoción de Sandra, Stefany tomó la palabra.

—Las novias deberían de poder vestirse como se les antoje —Insinuó con dulzura, levantándose del mueble para apoyar sus manos en los desnudos hombros de la joven novia. Sandra parecía frustrada por el comentario de Blair—, después de todo, es el día de su boda.

—¿Qué hay de lo tradicional? —inquirió Blair, nada convencida.

Stefany se cruzó de brazos.

—Los tiempos cambian —respondió ella—, y admitelo, en cincuenta años agradecerás que tus nietos vean esos pedazos de tetas en el álbum familiar en vez de un aburrido vestido tradicional con mangas bombachas.

—Es verdad que tiene buenos pechos —señalé yo—, jamás van a estar más levantados que ahora.

—¿Y el novio? —prosiguió Blair, con una pierna arriba de la otra y un par de guantes de seda cubriendo sus manos—, ¿qué pensara el novio?

—A como es Colín, a lo mejor le sirve de incentivo para asistir a su propia boda.

Sandra Cruz nos dio la espalda, un poco decepcionada de nosotras. Me gustaría decir que debido a lo afligido de su comportamiento intentamos mejorar el ambiente, pero sucedió todo lo opuesto; en cuanto nos dispusimos a organizar la decoración de la boda, surgió una pequeña disputa entre Sandra y Chevalier, que no se decidían sobre que flor poner de fondo en las mesas.

Blair se sintió dueña de la boda y creyó necesario opinar sobre el tema:

—Vamos, Sandra, no seas tonta, elije cualquiera de las flores: todas me agradan menos los girasoles, que sabes que desentonan con mi tono de piel. ¿De verdad quieres verme desentonada el dia de tu boda?

—Ustedes y los muchachos son mis únicos invitados  —Chilló, repentinamente abrumada—. ¡Y los girasoles a mí me madre le gustaban mucho! Seguro estará contenta cuando...

—¡Será una pésima idea, lo sabes! —Exclamó Chevalier, interrumpiendo de súbito —, ¡Y no vengas a llorarnos cuando todo te salga mal! ¡Yo te lo advertí!

La aludida se volvió entonces hacia nosotras esgrimiendo una expresión herida; sus ojos se empañaron de inmediato de lágrimas y antes de que pudiera soltar el llanto, nos volvió a dar la espalda. Stefany corrió a consolarla como si fuera un cachorrito.

Chevalier soltó un bufido de impaciencia.

—¡Dios santo, pero que pérdida de tiempo! —el tacón de sus botas rasguñó la baldosa de mármol, impaciente—, tú, querida Sandra, eres una llorona, ¡chillas por cualquier bobería! Vamos, escoge de una vez los malditos claveles, o en el caso de Gaby, los tulipanes, ¡pero no nos hagas más estas escenas tan bochornosas! ¡estamos en público!

—¡Los girasoles tienen un significado de trasfondo! Colín me regaló girasoles en nuestra primera cita, y esperaba que lo recordara...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.