"Soy el villano de la historia, ¿Lo recuerdas? Después de todo, yo destruiría el mundo con tal de verte sonreír."
-MALAS DECISIONES.
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HAYLE L. J.
Malas decisiones.
Las denominadas acciones que cometemos en un trance poco lucido de nuestro cerebro.
Y como no, aquellas que yo estaba acostumbrada a cometer.
Frecuente y sin retorno. Recto y conciso. Idiota y estúpidamente.
A veces pienso que mi madre me dejó caer de sus brazos nada más nacer y por eso tengo tan pocas neuronas.
Al menos eso habría sido una buena explicación lógica. La única, matizo.
Por qué fui gilipollas al cortar el teléfono cuando mi madre empezaba a nombrar, por primera vez después de 12 años, a mi misterioso padre.
Y ahora, teniéndola delante de mis ojos, puedo ver que hay una especie de velo en su mirada que no me dejan ver más allá de ese color cielo. Y también creo que gracias a mis negativas, evita hablar del tema estando yo delante.
Y eso que, en el fondo quería saber que había pasado realmente con mi padre para que ella no hablase de él.
—Hayle, cariño...—murmuró ella cuando la abracé.
Todo me gritó: ¡Hogar! Y lo cierto es que era mi madre. Ella era mi lugar seguro y mi refugio. Los libros eran escape, y ella libertad. Mi madre era la abeja reina que gobernaba la colmena que era mi vida.
Ignoré sus palabras y la apreté contra mí, sintiéndome aquella niña de ocho años que llamaba a gritos a su madre por una pesadilla. Mi pasado no era agradable, que digamos. Nada de él, salvo unos cuantos recuerdos. Pero cuando abrazaba a mi progenitora, por lo menos durante tres segundos la parte oscura de mi alma desaparecía.
—Te he echado de menos, mamá—susurré en su hombro, sintiendo los ojos llorosos.
Las lágrimas estaban a punto de salir. Las sentía. Me quemaban.
—Yo también, mi pequeña gotita.
Y ahí, en la salida de un lujoso hotel de cinco estrellas, me deshice en lagrimas puras y recuerdos y traicioneros.
Mi padre solía llamarme así. Yo era su dulce gotita de rocío. Su preciado tesoro. Su princesa...y otros muchos apelativos cariñosos.
El día que lo perdí, una parte de mi corazón se quedó con él, en su ataúd. El día que me despedí, no lo hice de mi padre. Lo hice de mi mejor amigo, confidente y consejero.
Vale, tenía solo siete años cuando nuestro coche se estrelló contra un BMW negro.
Vale, quizás mis gritos lo provocaron.
Pero si recuerdo con claridad que lo amaba más que a nadie en el planeta. Que lo respetaba y lo cuidaba como solo una niña inocente podía hacerlo. Asi que podéis llamarme lo que queráis: exagerada, sentimental, rara... Adelante.
Quizás lo soy, pero la diferencia entre el resto y yo, es que yo crecí añorando algo que jamás me será devuelto. Algo que el resto tiene y no valora.
Por qué así somos algunos humanos. No valoramos lo que tenemos, hasta que lo perdemos. Hasta que nos explota en la cara y ya no hay retorno. Hasta que lloramos, gritamos y suplicamos que nos sea devuelto.
¿Crees tú, querido lector, que eso es algo que tenga que pasar?
Yo creo que no.
Si la persona lo merece, valórala, por qué nunca sabes si dentro de poco, ya no estará para dejarse romper por todos.
—Perdona, mamá. Últimamente estoy más sensible de lo normal.—Y no mentía. Las hormonas me tenían hasta el gorro con sus llantos, sus dolores y sus ganas de... Ejem.
—Mi niña— dijo acunando mi rostro entre sus suaves manos— no pasa nada por que llores, siempre te lo he dicho. Si quieres hacerlo, hazlo. Entiendo cómo te sientes.
Asentí, temblorosa. Hacía frío y yo de ilusa no había cogido un abrigo.
—Mira, Evie pensó que la mejor idea para que ustedes se hicieran amigos, era...— tragó saliva—Compartís habitación.
Aleluya"
—¿¡Cómo!?— grité estupefacta. Astro se giró a mirarme, curioso. Evie y Elijah sonrieron con malicia, sabiendo que mi madre ya me habría informado del panorama.— N-no puedo hacer eso.
—¿Has tartamudeado, Liet?—sonrió mi madre.— Lo cierto es que yo no he elegido ninguna habitación, asi que si vas a matar a alguien... Que sea a Evie.
Tragué saliva con dureza, escuchando en mis oídos los latidos frenéticos de mi corazón. No iba a pasar dos noches en París con Astro. En la habitación. Uno al lado del otro, escuchándolo dormir. Tal vez haciendo algo más....
AAAAAH, ¿Cómo des-pienso eso?
No quiero pensar en Astro de ninguna de esas maneras. Es mi amigo.
Mi. Puto. Amigo, Conciencia.
"Si si, repítemelo cuando suba lentamente los dedos por tus piernas... Cuando su aliento te haga cosquillas en el cuello, y te pregunte: ¿Suave o duro, boxeadora?
Cuando te ordene que gimas su nombre"
Los colores me subieron con rapidez, sintiendo como mis pulmones suplicaban aire, y mi corazón una pastilla para relajarse un poco. Ni siquiera me di cuenta de que mi madre se había marchado con los padres de Astro, y este se había había acercado a mi, con unos planes malvados.
—¿Pensando en mi, Hayle?— susurró su voz ronca y grave en mi oído, haciéndome estremecer. Santa mierda, con esa voz sería el orgasmo de las mujeres.
Esperen, ya lo es.
—Ni en tus mejores sueñ...— callé de repente. Las palabras se habían quedado atascadas en mi garganta, como una rata en una trampa con su queso favorito. Su rostro se había tornado bello de una forma casi inhumana, y lo peor para mis neuronas era que lo tenía a tan pocos centímetros, que su aliento se mezclaba con el mío. Sus ojos ámbar era indescifrables, como si tuvieran un candado.