Han pasado dos meses desde que el abuelo de Candado fue asesinado en su casa, y hasta el día de hoy no se sabe quién fue el asesino. La policía no hace nada para atrapar al culpable. Él pensaba que la muerte de su abuelo no era como la de otros asesinatos que ocurren en el país. Esta vez fue muy diferente: lo mataron en su casa, pero no robaron nada. Todos los objetos de valor estaban ahí. Quien lo haya matado lo hizo por razones personales o por alguna otra causa.
—Vaya, es extraño... morir así sin más, no lo creo —susurró Candado.
Sin embargo, Candado intentó dejar de pensar en ello y se concentró en la clase que estaba a punto de comenzar. Últimamente, Candado no estaba durmiendo bien. Sentía una molestia en su piel, una sensación incómoda que recorría todo su cuerpo debido a la incertidumbre sobre lo que le había sucedido a su abuelo. Sabía que pensar demasiado en ello no lo ayudaría, así que sacó su libro y comenzó a leer.
Pero algo captó su atención: la clase ya había empezado hacía veinticuatro minutos y la profesora todavía no había llegado. Era extraño que un profesor abandonara la clase de esa manera. Entonces, de repente, la puerta a la derecha se abrió y entraron la maestra y el director, acompañando a una niña de apariencia llamativa. El director tomó el borrador del pizarrón y golpeó el escritorio siete veces, lo que logró que todos los chicos del salón se quedaran en silencio. Después de que se hiciera el silencio, el director presentó a la nueva alumna de la siguiente manera:
—Chicos, a partir de hoy, esta niña será su compañera. Sin embargo, como es su primer día, ella no quiere decir su nombre. Prefiere presentarse sola y...
—Hola a todos, soy Hammya Saillim.
—No he terminado.
—Perdón.
La metida de pata de la niña provocó risas en el salón.
—¡SILENCIO! —gritó el director.
Luego, el director buscó un asiento disponible para que la niña se sentara y finalmente posó sus ojos en Candado.
—Muy bien, aquí es donde se sentará a partir de hoy. ¡Así que, NO LA ASUSTEN!
Candado no prestó atención y siguió leyendo su libro. Ni siquiera levantó la vista para mirar ni a él ni a ella.
Esa chica era muy extraña. Su cabello era de un verde claro, incluyendo sus cejas y sus ojos. Sus ropas también eran del mismo color y muy llamativas. Sin embargo, Candado apenas la miró de reojo durante nueve segundos y luego volvió a concentrarse en su lectura. Mientras tanto, el director, habiendo terminado su tarea, se despidió de la profesora y de los chicos, saliendo del aula y dirigiéndose a la dirección.
Cuando la niña se sentó a su lado, estaba muy nerviosa. Era su primer día en esa escuela, y su compañero no parecía ser de mucha ayuda para relajarse. Su expresión no era muy amigable, y parecía ser alguien que no sonreía mucho. Ella pensó que él le preguntaría acerca de su cabello en cuanto entrara, debido a cómo la miraban los demás, excepto él. Aunque ella destacaba por su forma de vestir y su cabello, el muchacho era otra historia. Se vestía de manera diferente al resto, de manera más formal: pantalones negros refinados, chaleco de gala rojo oscuro con una corbata roja, zapatos oscuros y formales, guantes blancos con un símbolo extraño, una boina azul, ojos marrones, una cicatriz en el ojo izquierdo que comenzaba desde debajo de la ceja y llegaba hasta el párpado inferior, casi tocando la mejilla. Además, tenía cabello castaño oscuro y piel de tono medio blanco. Sí, era alguien que podía infundir miedo a simple vista, incluso para ella.
Las clases continuaron, y la profesora estaba impartiendo una lección de lengua, para ser más precisa. Sin embargo, ella no sabía bien qué hacer. Aturdida por el temor que le emanaba aquel extraño niño, dejó de hacer las tareas por un momento y comenzó a mirar a su alrededor. Todos los demás estudiantes estaban ocupados haciendo su tarea, excepto el chico que estaba sentado a su lado. La profesora se levantó de su escritorio y se dirigió hacia él, preguntándole con voz irritada y enojada:
—¡SEÑOR! ¿Por qué no estás haciendo tu tarea? —inquirió la profesora.
Él la miró con una expresión seria y respondió de manera tajante:
—Terminé —dijo, sacando una hoja de papel debajo de la mesa y mostrándosela.
La profesora se sintió furiosa al recibir la tarea del chico, aunque trató de disimularlo con una sonrisa de aprobación. Sin decir nada más, regresó a su escritorio marrón y comenzó a corregir las tareas que le habían entregado.
—Acihná'wemék wasetaj (Anciana vaca) —susurró Candado mientras leía.
Hammya lo miró y se sorprendió al escuchar un "trabalenguas" bastante complicado proveniente de Candado.
El timbre del recreo sonó con fuerza, y en ese momento, todos los demás estudiantes salieron del salón como si fueran caballos desbocados. Sin embargo, el chico de la boina azul no se levantó para unirse a ellos. Permaneció sentado allí, concentrado en la lectura de un libro llamado "El Capital". Entonces, un chico vestido completamente de blanco, incluyendo su cabello blanco como una nube, se acercó a él y puso su mano en su hombro, diciéndole:
—Voy a ir al kiosco. ¿Quieres que te traiga algo?
—Sí, quiero una gaseosa —respondió el chico de la boina azul mientras le entregaba cinco pesos que sacó de su bolsillo.
El chico se marchó del salón, dejándolos solos y creando un incómodo silencio. Al menos, ese era el caso para ella. Hasta que el chico de la boina azul habló.
—Todos la tienen y nadie puede perderla. ¿Qué es que te acompaña siempre?
Hammya no sabía si él estaba burlándose o qué, no entendía lo que estaba diciendo. Por lo tanto, le respondió con una pregunta.
—¿Qué?
—Es un acertijo. ¿Te importaría responder?
—Sigo sin entender.
—No es necesario que lo entiendas. ¿Vas a responder sí o no?
—Ah, entonces, no lo sé.
—Gracias.
El chico sacó una libreta de su bolsillo y dejó su libro a un lado para tomar notas. En medio del silencio del salón, el sonido de la escritura resonaba en el aire. Una vez que terminó, guardó su lápiz en su agenda y esta a su vez en su bolsillo, volviendo al silencio y a su lectura.