Comentaron sobre el caso de los Easton, siguieron viendo las imágenes, las evidencias, sorprendidos, analizando. Después Marine les indico que guardarán silencio, pues iba a comentarles su segundo caso.
Sacó de su bolsa negra una pistola pequeña y la puso en su mesa. Después, reviso debajo de su vestido, los hombres se sonrojaron, algunos se voltearon hacia la puerta para no verla, otros querían observar, pero sus compañeras les ponían las manos en sus ojos para evitar que vieran algo más. Cuando Marine terminó de acomodarse el vestido les indico a las chicas que podían destaparle los ojos a sus compañeros. En sus manos tenía una daga color dorado,con un símbolo de un dragón de China, le quitó la protección para revelar la belleza de su arma, desde lejos se podía observar el brillo del filo, era una hoja delgada y larga, lo suficiente como para perforar un órgano si deseara matar a alguien, la colocó con tanta delicadeza en su escritorio como alguien que sabe que ese objeto es valioso, querido y no debe ser maltratado. Miró por unos momentos sus armas más queridas, recuerdos invadieron su mente, tomando una parte de sí mismo, sabía que esas armas era en lo único que podía confiar, le había entregado su vida, su seguridad y la muerte de algunos hombres que en el pasado se habían aprovechado de ella. Lágrimas amenazaban con derramarse de sus ojos verdes como las hojas de un árbol en plena primavera. Respiro pesadamente, olvidando por completo a sus estudiantes, que, aunque fueran mayores que ella, sabía muy bien que ella tenía más experiencia. A veces sentía que era mayor, que sólo tenía la cara y cuerpo de una joven de 19 años pero que su mente, corazón y alma eran más viejas, pero no lo suficiente como para ganarle a la asesina serial a la que hoy se enfrentaba. Aquella mujer era desalmada, sin miedos, una descarada. Se miraba a sí misma como un perro callejero, sola, con frío, hambre, con miedo y desconfianza, corriendo de la perrera. Pasó los dedos por el filo de la daga, se sintió un poco más fuerte y segura, se apartó para recorrer su salón, miró con tristeza las cuatro paredes que la rodeaban, dejaría este lugar para ir al campo, arriesgar su vida para atrapar al demonio. Se mordió la lengua lo suficiente como para sentir dolor y despejar su mente. Cuando sintió que volvía su confianza comenzó a hablar.
—Hace un año, tuve mi segundo caso con un asesino serial, un hombre llamado Esteban Zamora, era un drogadicto de 34 años, comenzó su adicción a los 15 cuando su padrastro Saul Daule lo violó, la madre no le creyó y el abuso fue aumentando, conoció las drogas, las pandillas y las armas. A sus 18 años, consiguió un arma, misma con la que mato a tu padrastro y a su madre. La policía lo buscó pero se había escondido, cuando cumplio 30 años mato a otra persona en lo Nuevo México, la policía reportó que se trataba de un asalto. Después de dos años, mató a cuatro personas en un restaurante, lo catalogaron como un terrorista, continuó matando a un total de doce personas en los próximos dos años. Cuando me dieron el caso comencé a revisar las cintas, como mataba, rastreamos una tarjeta de crédito falsa, cuando dimos con Esteban, él se encontraba en un hotel de la ciudad de Virginia. Lo arrestaron,después de que me atacara, recibí un disparo en el hombro, la daga que ven aquí, fue el arma que me salvó , recuerdo que estaba mareada y solo tendría una oportunidad, así que reuní todas mis fuerzas y se la clavé en el abdomen. Ahora cumple una sentencia de 150 años. La pistola que ven ahí, a un lado, fue el arma con la que mate a la señora Easton.
Hablaba sin pena, se dejó llevar, había mostrado sus armas y contado fríamente cómo había matado a dos personas, caminaba por el salón, como si danzara entre recuerdos, los estudiantes observaban con atención los movimientos de su maestra. La relacionaban como un halcón, como si fuera un alacrán del desierto. Sus movimientos llenos de gracia, llenos de presencia, una firmeza, seguridad y deseos de atrapar a su víctima, no la veían como alguien que se desespera, siempre demostró ante ellos ser una persona paciente para conseguir lo que quería, pues sabían bien, que tarde o temprano lo obtendría. Ella era joven, lo sabían. Pero era más lista, con más experiencia, había enfrentado a la muerte la había burlado y hasta cierto punto, pensaban que ella y la muerte eran amigas. Su ingenio, sus ganas de obtener más la matarían tarde o temprano, pero dudaban que aquella joven fuera a morir tan fácil. Algunos se habrían retirado, ir a un lugar más calmado, pacífico para pasar los días que tenía. Mientras otras chicas se preocupan por el labial que se pondrán, ella solo piensa en que arma escogerá para matar a los criminales. No podía estar quieta, era una criatura de noche, estaba más cómoda rodeada en la oscuridad, acechando, esperando, cazando. Todos llegaron a la conclusión de que no era más que una máscara, y que al final de cuentas era alguien solitaria. Aún así, admiraban su destreza. La respetaban.