12 de junio de 1970.
Era viernes y también eran las 12:45 de la tarde.
Micaela estaba esperando María. Estaba muy nerviosa por lo que podría pasar en ese día entre ellas dos.
Se estaba desesperando porque su "amiga" se quedó en el baño y no sabía por qué.
"Espero que se apresure porque me costó mucho suplicarle a mi papá para que me deje falta hoy en su finca".
Salió de sus pensamientos cuando escuchó unos pasos y vio a María agarrada de la mano con Camila.
Camila agachó su cabeza porque se produjo una tensión muy fuerte entre ella y Micaela.
—No entiendo... —Estaba confundida, no sabía qué estaba ocurriendo— ¿Vamos a salir las tres juntas?
—Sí. Quiero que volvamos a ser amigas pero esta vez con Camila.
—Bueno, opino que sería una buena idea -habló Camila—. Así, Micaela y yo podemos ser más unidad y no tener que escondernos nada.
María agarró la mano de Micaela y con las dos chicas corrió cruzando la calle para dirigirse al lugar que las quería llevar a sus dos amigas.
Cuando ya estaban en un kiosco, María se encargó en comprar las galletas, mientras que Camila y María se miraban como si fueran cómplices de una misión secreta.
—Ya conseguí las galletas. —María llegó con las manos llenas.
—Bueno, ¿dónde podemos ir a comerlas? —preguntó su amiga, no tan amiga Micaela.
—Podemos ir a la casa de mi abuela que quedan como a cinco cuadras del colegio.
María y Micaela pusieron toda la atención a la chica que iba a pertenecer al grupo.
—Pero Cami, me da mucho miedo tu abuela. Acordate la última vez que fuimos a su casa y casi la quemamos por tratar de hacer una torta.
—Mi abuela no es rencorosa —Camila se rió por el gesto que hizo María—, ella va a entender que solo éramos unas niñas de catorce años.
María aceptó la propuesto de Camila, en ir a la casa de su abuela.
Mientras Camila iba adelante, María y Micaela iban detrás. Micaela tenía la cabeza agachada, se sentía incómoda y su amiga, no tan amiga lo notó.
Esta le agarró de la mano como señal de "todo estará bien", Micaela se sorprendió por tal acción, aunque después, se acordó que la noche anterior, se agarraron de las manos.
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Llegaron a la casa de la abuela de Camila.
La casa parecía demasiado antigua, no era muy grande como la casa de Micaela pero tenía sus ventajas para que cinco personas duerman ahí.
—¡Abuela! ¡Ya llegué!
El grito de Camila retumbó por toda la casa, haciendo asustar a sus invitadas.
—Oigan, esperenme. Voy a ver si mi abuela está en el jardín.
Camila dejó su mochila en el piso de la entrada de su casa para salir corriendo a buscar a su abuela.
—Pensé que me ibas a llevar a otro lugar, nosotras dos, solas... —Micaela se puso a jugar con sus dedos— Tú sabes, pasar tiempo como amigas...
—Tal vez, besarnos... —Micaela miró a su acompañante, sentía vergüenza porque estaban en casa ajena y tal vez, las personas que están en el jardín puedan entrar, y escuchar lo que estaban hablando.
María le regaló una sonrisa y eso hizo que su corazón sienta una calidez muy grande que nunca experimentó en sus diecisiete años de vida.
Escucharon la puerta del jardín abrirse y pudieron ver a Camila sosteniendo la mano de una señora que tal vez, tenía unos setenta y ocho años.
—Mire, abuela —Camila señaló a las chicas que estaba en frente de la señora—. Ellas son mis amigas.
La señora se quedó mirando y analizando a las chicas, pero su mirada fue fijamente hacia Micaela. La señora sabía lo que le pasaba a su nieta y sabía que la chica que miraba fijamente, ayudó a su amada nieta ese día.
Se acercó hacia la chica y la abrazó, dándole un suave golpe en su espalda como señal de bienvenida.
—Me alegro en conocerte, Micaela —La señora se acercó a María para darle un abrazo—. Hola, María. Ya pasaron como tres años que no te veo, ¿por qué no has vuelto?
La chica se sonrojó cuando escuchó a la señora.
—Sé que casi quemaste mi casa con mi nieta.
La chica se sorprendió, pero tenía que decir la verdad de lo que hizo hace tres años atrás.
—Señora, mire... —No sabía qué inventar—En mi defensa, su nieta quería cocinar un guiso y yo no sabía cómo hacerlo.
—Te enseñaré cómo hacer un guiso. Solo tenes que volver y no huir como una cobarde. —La señora comenzó a reírse por lo pálida que se puso la chica.
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Las tres chicas y la señora Altagracia estaban en el comedor, comiendo las empanadas que había hecho esa misma mañana.
—Doña Altagracia, están muy ricas sus empanadas —María dio una mordida más a su empanada en mano—. ¿Cómo las hizo? Nunca aprendí a hacerlas.
—¿Cómo que no sabes hacer empanadas?
La chica se asustó por el tono serio de voz que su la señora.
—Si no sabes hacer empanadas, ¿cómo vas a cuidar la casa cuando estés casada y tengas hijos? A los hombres no les gustan las mujeres que no saben cocinar.
—Abuela, por favor, está poniendo incómodas a mis amigas —susurró Camila para no ser escuchada por la señora.
—Yo. ¡Altagracia Valdez de Solis, siempre cuidé bien de mi esposo y de mis hijos! —Levantó la voz con mucho orgullo, golpeándose el pecho— Y ahora, míralos, mis hijos son unos buenos hombres de Dios, con unas buenas esposas que no son unas locas de la calle —Las chicas que estaban sentadas trataban de mirar para otro lado pero no lo hacían porque sentían que era una falta de respeto hacia su mayor—. Y bueno, mi querido esposo se murió hace cinco años por sus pulmones. Era adicto al cigarro mi querido Pablo.
—Sí, ¡me acordé que el abuelo la amaba mucho! —exclamó con entusiasmo Camila— Si usted hubiese querido, mi abuelo le daba el mundo entero solo para usted.
—Sí.
Camila agachó su cabeza al acordarse lo que pasó un día antes el suceso con su novio.
—Pero, yo nunca podré vivir ese sentimiento porque nadie me ama.