Cántame una vez más

|Capítulo 07| Martirio.

—Los pulsos del corazón se aceleraron un poco pero estará bien.

—Gracias doctor.

Tan solo el sonido del monitor del corazón era lo único audible en ese cuarto.
Él estaba ansioso. No sabía lo que le había pasado a su joven alumna. Quería negar el interés que sentía por ella pero simplemente era inútil.

Las pupilas de aquella chica de color canela se fueron abriendo poco a poco.

—¿Qué ha pasado?— Comentó apenas audible.

Una calma llegó al corazón de aquel hombre.

—Has sufrido un desmayo por una alteración de tus pulsos cardíacos.

La chica reaccionó, despertó y regresó al mundo real.
Débilmente se levantó, sentada finalmente pudo hablar correctamente.

—Perdón por las molestias.

—No es nada Emily, lo importante es que estás bien.

Quedaron en un silencio incómodo. Ella se sentía apenada, se sentía indefensa, aquel hombre siempre la ayudaba en sus peores momentos.
Intentó levantarse en cuanto recuperó fuerzas.

—¿No sabe si ya me puedo marchar? y ¿cuánto va a ser?— Lo miró seriamente con esos ojos café oscuro que destruirían a la persona más frágil en un santiamén.

—Ya puedes, y lo del precio no te preocupes ya lo pagué yo.

—¿Cuánto fue?— Le preguntó apenada.

—No es nada Emily, no te preocupes— Insistió.

Fácilmente iniciaron una pequeña discusión en la que el precio era tema de conversación, pero no les llevó a ningún lado.
Finalmente ella tuvo que aceptar el que su profesor había pagado la cuota de la cual no sabía nada.

A sus ojos de ella ya era un hombre demasiado amable. Incluso la había llevado hasta su casa.

—Gracias y perdón— Se despedía Emily con vergüenza.

—No te preocupes Emily— Esa sonrisa cálida la miraba una vez más.

Cerrando las puertas de un azotón Emily pudo estar en paz por un momento.
Ya era tarde y tan solo quería descansar. Su madre aún no llegaba y su padre menos, aunque era algo que agradecía pues si no, le hubiese salido peor.

***

A la mañana siguiente lo único que la despertó fue esa horrible pesadilla que solía ocurrir muy seguido. Aquel recuerdo que ella quería borrar para siempre. 

Odio.

Era lo que ella sentía al recordar esa desgracia. El amor no existía y esa era una de las muchas razones por la que ella afirmaba esa idea.

Dispuesta a pasarlo por alto se levantó a lavar el rostro, el agua estaba helada al igual que sus amargos recuerdos.

—¡Qué asco!— Lanzaba agua ferozmente al espejo para no ver su rostro.

Lloraba en silencio. Todas las palabras que le habían dicho eran recordadas seguidamente, y hoy era uno de esos días.
"Emily tranquilízate" Se decía a si misma.

Como un rayo de luz rápidamente algo alumbró su mente. Su mascota se le acercó a sus pies. Milk era el nombre de el felino que le devolvía la luz a su vida.
Siempre llegaba a su ayuda.

—¡Emily a ver a qué hora se te ocurre levantarte!— Gritaba a lo lejos su madre, quién no disimulaba para nada su coraje.

Una vez más tenía que afrontar un día tan cotidiano en su vida. Soportar los gritos de sus padres que diariamente peleaban por cosas absurdas. Su hermana y sus gritos ensordecedores como si de un bebé se tratara. Y por supuesto no podía faltar el "desquite" que sus padres hacían en ella.

Pero todo era parte de la rutina de su vida. Ya se había acostumbrado un poco.

—¡Eres mujercita! Sabes que tienes que ayudarle a tu madre en la comida— Regañaba su padre.

—Pero si es una holgazana— Se unía a la pelea su madre.

Y por supuesto ella no callaba nada. ¿Cómo se suponía que ayudaría en la cocina si ni siquiera alguien había sido tan amable de enseñarle a cocinar bien? Toda su vida había sido aislada de aquella habitación en la que su hermana si era capaz de entrar a su complacencia. 
Algo ridículo a los ojos de Emily.

Su vida la llegaba a considerar como un martirio. Pero, ¿qué podría hacer al respecto? Después de todo quería a esos seres fraternales y necesitaba de ellos.
Lo único que podía hacer era aceptar el horrible destino que le había tocado.

Pronto llegó su hora favorita, era hora de desayunar. Era casi el único momento en el que no habían gritos, todo se mantenía en silencio. 
Tan solo se podían escuchar las aves de afuera. Algo preciado para su corazón.

—Está muy buena la sopa mamá— Sonreía plácidamente su hermana.

—Ya sé que está horrible, no te burles.

Un típico comentario en la mesa. Su madre no era capaz de creer ni en su misma mano al cocinar. Todo le sabía mal si era cocinado por ella.
Gesto que le molestaba a Emily a veces.
Terminó la hora de almorzar, todos se levantaban. Dejándola sola.
A Emily le tocaba levantar todo. Y era lo más tardado de los aseos de la casa.




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