Alan
Conducía como si supiera a dónde iba, pero la verdad es que me daba igual. Me había ofrecido a llevarla al trabajo porque sí. Porque quería verla un poco más. Porque aún no había procesado lo de anoche. O esta mañana. O lo que sea que fue.
Y ahora que ya no estaba con ella, todo me empezaba a pesar. Las dudas, las palabras que no dije, las que dije, el maldito beso que no supe terminar bien. O demasiado bien. No sé.
¿Qué se supone que haces después de decirle a alguien que te gusta y que luego te echen de su casa a gritos para, a la mañana siguiente, abrazarte como si fueras lo único que les sostiene el mundo?
No podía quitármela de la cabeza.
Dahlia.
Joder.
Toda ella era como un puñetero poema. De esos que no entiendes del todo, pero que relees igual porque te remueven algo dentro.
Era... no sé, como cuando escuchas una canción por primera vez y sabes que se va a quedar contigo para siempre.
Como cuando empiezas un libro a las tantas de la madrugada y aunque sabes que deberías dormir, no puedes parar de leer.
Así era ella.
Y sus ojos… sus jodidos ojos. Oscuros, enormes, con ese brillo extraño que parecía esconder galaxias enteras.
O sea, ¿cómo es posible que alguien tenga los ojos tan tristes y tan bonitos al mismo tiempo?
Y su voz.
No era solo bonita. Era otra cosa.
Era como si cuando cantaba todo se callase. Como si incluso mis pensamientos hicieran silencio para escucharla mejor.
Y lo peor no era eso.
Lo peor es que me gustaba incluso cuando estaba insoportable. Incluso cuando me hablaba mal, o me empujaba, o se cerraba como un puño.
Y yo, que nunca he sido de los que se enamoran fácil, ahí estaba.
Jodido.
Porque lo peor de todo era que no quería estarlo.
No quería que me importara tanto si estaba bien. No quería preocuparme cada vez que fruncía el ceño o se apartaba o hablaba mal de sí misma como si valiera menos que nadie.
No quería odiar a su padre, ni a quien sea, ni al universo entero por haberla roto.
Pero lo hacía.
Me estaba enamorando de ella y no lo podía frenar.
Y no sabía si eso era lo mejor que me había pasado en la vida, o una maldita condena.
Porque no sabía si ella iba a dejar que pasara.
𝄞☆𝄞
Me obligué a dejar de pensar en ella cuando giré la esquina y vi la casa de Robert.
El coche de Dani estaba en doble fila desde anoche, como siempre. La persiana de la cocina medio rota. Un par de botellas vacías en el porche. Clásico post-fiesta.
Suspiré, apagué el motor, apoyé la cabeza en el volante y me mentalicé para el cambio de energía.
Nada más abrir la puerta, que no estaba cerrada con llave, buena seguridad ahí, escuché la voz de Eva.
—¡Míralo! ¡Si ha vuelto Romeo!
—¿Ya vienes del after o has venido a limpiar vómitos? —añadió Dani desde el sofá, tapado con una manta de Spiderman que, espero, no fuese suya.
—Vengo a limpiar vuestra existencia, a ver si se os pasa la tontería —dije.
—¿Y Dahlia? —preguntó Robert, que ni siquiera me miró, estaba concentrado fregando vasos como si le fuera la vida en ello.
—Currando —respondí, intentando sonar normal.
—No llegué ni a verla ayer.
—Yo sí, iba monísima—comentó Eva.
—Tu claro que la viste, si la secuestraste, a saber sobre que la interrogaste—respondí.
—Si solo estuvimos hablando un rato sobre su música, hasta que la llamaron y se fué, luego desaparecisteis los dos. A no ser que la llamases tú para tener vuestro plan de huida.
—No—intervino Daniel antes de que pudiese responder—, la llamaron del conservatorio, para una audición o no se qué. Que la han cogido.
Me quedé ojiplático mirándole mientras él se revolvía en la manta. Ví que tenía un vaso vacío al lado, supuse que de la aspirina, y un chichón en la cabeza. Seguramente sí que se acabó cayendo de la mesa como Robert.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Me lo ha dicho Laia, o eso es lo que he entendido en su audio esta mañana vamos. Estaba que me explotaba la cabeza.
—Normal, la hostia que te metiste ayer fue histórica—se rió Robert confirmando mis dudas.
—¡La tengo grabada! —se mofó Eva.
—Te voy a romper el móvil—protestó Dani—. De todas formas, que eso, que las han cogido a las dos, ¿no?
—Sí —asentí, dejándome caer en una silla—. Las han cogido a las dos.
—¡Dios, qué fuerte! —exclamó Eva—. Estoy rodeada de celebridades y yo aquí con olor a pizza fría.
—Bueno, alguien tiene que sostener este imperio de botellas vacías y mantas cuestionables —respondí mirando a Dani, que levantó el pulgar desde su nido.
—¿Y tú qué? —preguntó Robert desde la cocina—. Estás raro.
—¿Raro de normal o raro tipo “llevo 48 horas en una montaña rusa emocional y encima dormí mal”?
—Esa segunda —respondió Robert, secando un vaso con aire sospechosamente sabio.
—¿Cómo vas a dormir mal con la chica de tus sueños al ladito? —dijo Daniel riendo.
—Que te den. Estoy bien. Solo... no sé. Muchas cosas.
Eva se sentó a mi lado y me dio un codazo suave.
——¿Habéis... o sea...? —Eva hizo un gesto ambiguo con las manos—. ¿Ha pasado algo?
Los miré a todos. Eran mis amigos. Más caos que grupo de apoyo, pero ahí estaban. Con resaca, sí. Pero también con curiosidad y, probablemente, buenas intenciones... aunque no supieran expresarlas.
—Sí —dije al fin—. Pero no tengo ni idea de qué significa.
—Bienvenido a enamorarse —dijo Robert desde la cocina—. Ahora agarra una fregona y ayúdanos a sobrevivir al apocalipsis post-fiesta. Porque yo me niego a hacerlo solo. Sois adultos funcionales, se supone.
—Eso no está científicamente demostrado —replicó Eva, cogiendo el trapo de mala gana.
—No sé cómo hemos sobrevivido a esta noche —murmuró Dani, levantándose del sofá —. La cocina parece haber pasado por la guerra.
—Pues la limpias tú campeón—dijo Robert.