El humo de los autos provocaba una ligera neblina que envolvía a las personas que caminaban con prisa hacia sus errantes destinos. Una flecha más lanzada a su objetivo que siguió caminando inmutable, pronto caería rendido ante la verdadera trampa. Pero no por mucho, sus dones se estaban debilitando cada vez más; ya él no sentía amor, por ello no podía dárselo a los simples mortales que habitaban el mundo destinados a ser guiados hacia el amor por él.
El caos se apoderaba poco a poco de las personas pues su amor se desvanecía en poco tiempo; Eros lloraba sin saber qué más hacer. Su único propósito era dar amor, pero nadie lo amaba realmente. Lo intentaba, en serio lo hacía, trataba de poner todo de sí en cada flecha… eso lo estaba matando.
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Inmenso, oscuro… vacío. Así era aquel lugar en que habitaba desde que podía recordar. Tan lejos de los que eran igual a ella, ─no tan iguales, a ella le faltaba lo más importante─ se encontraba sola en medio de la inmensa nada, los llamados meteoritos le llevaban los mensajes de las demás estrellas, conocía a tantas, pero no se sentía una de ellas ¿Cómo podría hacerlo?
Todas eran de diferentes tamaños, colores, edades… aún así todas tenían algo en común, sus planetas. Hadar no los poseía.
Uno de los cientos de meteoros que viajaban entre el polvo de estrellas se estrelló contra ella, esta vez no con un mensaje. Sintió algo caliente que le envolvía por completo, de lo único que tenía consciencia era de que estaba siendo arrastrada hacia una dirección desconocida antes de dejar de ver, de sentir… era abrumadora aquella sensación pero no le aterraba, al contrario.
Lo primero que sintió fue algo que le rozaba todo el cuerpo de manera suave y fresca, luego sintió su propio peso, era extraño aquello no tanto como el descubrir que su cuerpo no era igual; cuando se atrevió a abrir los ojos suspiró al ver esos ojos marrones que le miraban anonadados.
Había oído cientos de historias de aquellas criaturas que habitaban alrededor de aquella estrella llamada Sol, sintió cierto alivio de reconocer dónde se encontraba; aquella criatura que tenía enfrente era parecida, pero había algo que no encajaba en la descripción que había escuchado, las criaturas de ese planeta, esas en específico… no tenían alas.
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Otra estrella fugaz surcando el cielo nocturno; los humanos siempre le pedían deseos. Según contaban estos sí se les cumplían; estaba tirado sobre aquel césped observando los astros, amparado por la luna llena que brillaba imponente en el cielo despejado, no perdía nada con intentar.
─Deseo mis dones de vuelta… ─susurró cerrando los ojos.
Cuando observó de nuevo los astros centelleantes, vio que su estrella fugaz no era tan efímera, iba cayendo muy rápido, no se dió cuenta en que momento había comenzado a correr ─ni porqué─ y luego a volar en su dirección; cuando se acercó lo suficiente observó que aquello no era un trozo de roca.
La atrapó en el aire antes de que tocara el suelo. Era lo más maravilloso que había visto, era deslumbrante sin duda; brillaba con intensidad, incluso cuando el sol se asomó por el horizonte, este no pudo competir con la luz que desprendía aquella extraordinaria criatura.
Había escuchado también de los humanos, que las estrellas fugaces te concedían sólo lo necesario para cumplir tu deseo, pero a veces estos no le encontraban el verdadero significado y terminaban por no cumplirse lo que habían anhelado.
Si aquella era una señal, era brillante y tangible, imposible de pasar desapercibida.
En el momento en que abrió esos ojos color plata su corazón retumbó en su pecho, por ese valioso instante pudo sentir lo que tanto había provocado en los demás con sus encantadas fechas, tal vez fuera el karma, pero en ese momento no le importaba porque lo vio, sus ojos reflejaban que innegablemente aquello había sido mutuo. Habló sin temor a equivocarse con su elección de palabras.
─Mi amor ¿Dónde estabas? Durante todo el tiempo que yo tanto te busqué.
─lo siento ─murmuró ella y sus mejillas brillaron en un tono mas cálido─, creo que estuve ocupada. ─sacudió la cabeza agitando su blanco cabello, soltando una risita ─Aunque para serte sincera, ahora no entiendo en qué.
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Eros sonrió ampliamente, ella pensó que después de haber visto tantas estrellas, estas eran ridículamente opacas ante aquella sonrisa tan sincera y llena de vida. Él le ayudó a ponerse de pie, Hadar observó su alrededor con genuino asombro, todo era tan diferente a lo que habría imaginado en aquellas historias contadas por meteoritos, era aún mas fascinante.
Eros encantado le mostró la belleza del mundo, explicando con paciencia aquello que le resultaba curioso; la vio perderse entre una pila de hojas anaranjadas, le escuchó reír a carcajadas cuando lo empujó en aquel lago donde solía flechar a los humanos; Hadar estaba encantada con todo cuanto veía, pero sin duda sus ojos siempre recaían en esa criatura de la cual ya conocía su nombre… y su corazón, ese corazón que sabía suyo.
Eros la llevó a un espacio abierto donde habían muchas personas caminando de un lado a otro, los humanos le llamaban Plaza, estaba cerca del lago. Hadar no creyó cuando este le dijo que había algo aún más maravilloso que todo lo que había presenciado hasta ese momento, pero tenía razón. Eso a lo que los humanos llamaban atardecer le hizo sentir de nuevo en casa, no sola como antes; Eros le prometió que habrían más atardeceres, todos diferentes, siempre más hermosos que el anterior.
Una suave melodía empezó a sonar por todo el lugar cuando el ocaso acabó, Hadar nunca había escuchado algo así, pero sabía lo que era, miró a Eros invitándolo a dejarse llevar por aquella sinfonía que acariciaba su corazón.