Dos meses antes…
El Gerente Comercial de WPM-E, Adam Willson, a eso de las diez de la noche, aún se encontraba en su oficina ubicada en Biscayne Boulevard, un lugar hecho para anclar allí la famosa firma discográfica en medio de hoteles, restaurantes y grandes tiendas. Intentando enajenarse del mundo, adentrándose en el espacio virtual que le ofrecía una realidad alejada de los problemas cotidianos y de las responsabilidades que su cargo suponía.
A esa misma hora, Vivianne Lawrence, una de las encargadas de producción, hacía lo mismo en la oficina contigua a la de él. Ella trabajaba en la conformación de un grupo de Facebook dedicado a futuros cantantes para el proyecto que tenía en mente y que vendría a salvar a la empresa de la inminente bancarrota. Su proyecto implicaba riesgo y una inyección extra de dinero pero valía la pena, de eso estaba segura. Lo bueno de todo era que todavía contaba con tiempo para pulir su idea, realizar una buena presentación y comprobar que la propuesta no era disparatada y que, lejos de lo que muchos podrían pensar, era una excelente plataforma para recobrar la fama extraviada y volver a brillar como en el pasado.
Si bien Adam no le había pedido que elaborara algún proyecto, ella, conociéndolo, lo más probable era que se lo pediría de un día para otro. Así que debía estar preparada con antelación, además porque sabía que el staff de asesores del Gerente Comercial, poco o nada había logrado con las «magistrales ideas» que le habían presentado y que, contrario a las pretensiones de Adam, lo único que terminaban sugiriendo era despedir personal, finiquitar algunos contratos con determinados artistas y reducir remuneraciones.
Ella estaba consiente que la política de su amigo no era reducir costos en base a despidos, tampoco disminuir los sueldos, ni mucho menos bajar el estándar en la calidad de los insumos. Aunque estaba segura que en sus planes, el invertir en algo incierto, no resultaba ser una estrategia digna de ponerse a consideración. De ahí que todo su empeño radicaba en lograr la conformación ese grupo de aspirantes a cantantes y redactar un argumento convincente para el día en que él lo solicitara. Para eso empleaba horas extras que, en muchos de los casos, no registraba, porque más que una obligación laboral, lo veía como un compromiso profesional que vendría a poner a prueba todos sus conocimientos y potencial.
En tanto en su despacho, Adam Willson Parker tecleaba y tecleaba en el computador, procurando iluminar la amplia oficina solo con la lamparilla de escritorio, adosada a un costado del ordenador. A su derecha se situaba un ventanal de vidrios gruesos y polarizados de piso a cielo con vista a la bahía en donde, cada cierto tiempo, sus ojos se posaban en un par de cruceros que iluminaban el lugar, creando junto con las luces de la calle, un bello espectáculo nocturno.
Y luego volvía pegar la vista en la conversación que mantenía con la mujer que había conocido hacía un par de semanas y a quien no podía sacar de su mente. Sentía algo muy extraño con ella, cual si se tratase de un imán imposible de sortear. Una situación bastante lejana de lo que él propendía y que iba en contra de sus propias convicciones… Dar click al ícono de Facebook y conectarse, lo hacía sentir desleal con su política de vida, pero a la vez consideraba que era honesto con su corazón, el que a gritos clamaba que llegase pronto el momento de hablar con ella, aunque fuera un par de minutos al día. Con eso le bastaba, por ahora…
Era una atracción rara y difícil de comprender, porque sabía que esos idilios no tenían futuro, predestinados irremediablemente a la nada. El teclado, las palabras, las frases armadas, los errores de ortografía por expresar rápido, la imaginación y las respuestas del momento, daban para mucho… o para muchas mentiras… y de eso era consiente.
En efecto, temía que ella lo engañara y por eso él había mentido primero… Lo había hecho conscientemente, sin embargo una vez que la tecla Enter fue activada y el mensaje enviado, se arrepintió, pero ya no había vuelta atrás. Decir que se había equivocado, era reconocer que adrede había sido mendaz; indicar que esa respuesta no era para ella, era demostrar poco interés. Entonces, la mejor forma de autocomplacencia que encontró fue pensar y considerar que aquello era realmente exiguo y que, a pesar de haberle mentido en cuanto a su apariencia física y a su labor dentro de la empresa, quería estar con ella, sentirla parte de él e importante en su vida. Total, una vez juntos, el hablar con la verdad sería más fácil. Aunque también tenía la otra posibilidad: darse un tiempo antes de conocerla para contarle la verdad.
Con todo ese análisis más el ímpetu que lo caracterizaba, vio la posibilidad de acelerar todo, ¿qué tal si le pedía que fuera su novia virtual? ¿Qué tal sería saber que tenía una relación con alguien a quien no veía y no tocaba, pero que sentía que quería? ¿Sería posible enamorarse así? Todo era probable, porque para estar con tales intenciones, considerarlas posible y no encontrar nada negativo a esa ocurrencia, era porque evidentemente un sentimiento estaba llenando su vida, algo que antes jamás había experimentado y que hoy se apoderaba de su corazón.
Sí, se arriesgaría. No había peor batalla que aquella que se daba por perdida antes de iniciarla, y él estaba dispuesto a luchar por ese amor. Había elegido a Jennifer Heller y esperaba que ella también se aventurara en esa relación.
—¿Te gustaría ser mi novia, Jennifer —preguntó al cabo de un par de segundos con sus ojos clavados en el monitor y luego que ella riera de un comentario absurdo en relación a la canción «My Way» de Frank Sinatra.
—¿Tu novia en el ciberespacio? —al otro lado del teclado, a unos cientos de kilómetros al norte, Jennifer Heller notó que su garganta se secaba al leer esa pregunta. Un espasmo que no recordaba haber sentido desde su adolescencia, la embargó por completo. Rió como niña y tembló al tomar el vaso de agua que tenía a un costado. ¿Qué le diría? Deseaba que Adam le dijera algo así, en más de una oportunidad lo soñó. Sí, ella estaba realmente interesada en ese joven de cabello oscuro y de ojos verdes, de tez color de miel y con aires latinos que había visto en una fotografía. Maravillada con sus lindas palabras, de su mundo, de lo que era, pero también temía. ¿Quién era ella para merecer a alguien así? Era una mujer soltera con un hijo, al cual adoraba con su vida, pero ¿tenía entonces derecho a iniciar una relación con un hombre que no tenía compromisos? ¡Tonta! Se dijo, estaban tan separados y ella pensando en un futuro juntos. ¿Qué más daba si le decía que sí? Tal vez nunca se conocieran, quizá nunca llegarían a estar juntos. Y posiblemente el hecho de tener una relación en el ciber-espacio, lejos de ser algo «enfermizo», fuera de lo común o antinatural, como muchos opinaban, tal vez sería una ventana para que juntos creyeran en que el amor sí existía y que puede aparecer en cualquier parte del mundo y de la forma menos esperada.
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Editado: 11.07.2020