Canto Para Ti

Responsable de tus actos

Jennifer se hallaba en el balcón del departamento, vestida con una bata de seda negra y su cabello suelto. Miró hacia el interior y vio durmiendo en su cama al hombre que había conocido hacía unas pocas horas. Rió con algo de tristeza pensando que al verlo, cualquiera pensaría que había tenido la mejor de las noches de pasión, porque el adonis que allí estaba era deseable para cualquier mujer. Pero lejos de aquello y luego de que la besara en la entrada del  pub, se habían ido a charlar a un restaurant privado y luego la había ido a dejar al departamento.

—Es hora que te vayas, Adam —expresó mirándolo a los ojos, una vez que había abierto la puerta del departamento y guardado la llave en su bolso de mano.

—Han sido tantos meses de conversación por Internet, tantas noches soñándote, ¿crees que es justo que me vaya? ¿Cómo crees que me sentiré luego que cierres esta puerta, perdiendo la oportunidad de poder estar más tiempo juntos? —preguntó Adam acercándose demasiado ella, casi traspasando el dintel. Pero ella quería… quería estar más rato con él. Sabía que el tiempo se hacía corto y tal vez, al día siguiente ya no lo viera porque debía regresar a Tampa. Era esa la única oportunidad que tenía para conocer y saber quién era realmente Adam Hernández.

—Son las tres de la madrugada —añadió sabiendo que eso era irrelevante.

—¿Y qué?

Adam entró en el pequeño departamento, momento en el que se dio cuenta de que ella le hablaba con la verdad al decir que ese lugar lo había ocupado hacía muchos años y que solo ahora lo había abierto para tener en donde quedarse.

—Tal vez hubiese sido mejor que te hospedaras en un hotel, ¿no? —observó al ver las cajas apiladas y el polvo en algunos muebles.

—Sí, habría sido mejor, pero como todo salió tan rápido, opté por venir al departamento.

—Debiste haberme dicho, pude haberte ayudado.

Ella se encogió de hombros, encendió un par de luces y luego descorrió las cortinas del ventanal que llevaba al balcón. Él sonrió al verla así, tan cercana. Suponía que mentía, que tal vez no tenía dinero para un hotel y que se había conseguido ese departamento con algún conocido, por algo no estaba en el centro de Miami, más bien en un lugar reservado para latinos. Tal vez en algún momento ella le contara la verdad de su vida, porque ese cuento de que era psicóloga e hija del dueño de un hotel, no se lo creía. Bueno, cuando llegara ese día, él también le debería confesar que no era un sonidista de WPM-E sino que el dueño. ¿Qué pasaría cuando lo supiera? Ella debería amarlo tal como se había presentado: así, sin nada. Muchas mujeres que había conocido en el pasado, querían solo escalar posiciones, verse al lado de alguien con dinero como él. Jenn no era así, lo había aceptado con lo poco que sabía y eso le gustaba. Era una mujer simple, luchadora y atractiva. Pero que él sabía que no era honesta y que no era capaz de reconocer su origen y lo sacrificada que había sido su vida.

—No tengo mucho para beber, solo un par de jugos que compré cuando llegué —agregó ella dejando su pequeño bolso de mano en uno de los sofás. Luego se acercó al ventanal y lo abrió. Adam quiso ayudarla, pero ella ya había abierto la mampara, levantando un poco y realizando un pequeño movimiento—. Tiene sus mañas esta puerta… Voy por los jugos, ¿no te incomoda?

—Si solo tienes jugo, pues bebamos jugo —respondió mirando el cielo estrellado de esa noche. Abajo los vehículos aún circulaban en la avenida. De lejos se podían divisar las luces de la bahía, esas con las que deleitaba la vista desde su oficina, en forma más cercana. Desde el departamento de Jennifer solo eran luces en la lejanía que tintineaban como árbol de Navidad en medio de la noche.

Jennifer fue hasta la nevera y sacó una caja que había allí guardado y la puso sobre la mesa de la cocina. Abrió el compartimiento en donde guardaba los vasos y en una esquina notó que había dos botellas de vino, selladas.

—Eso es suerte.

Tomó una y la llevó hasta el balcón, junto con dos copas.

—¿Qué pasó con los jugos? —indagó al ver el vino.

—Es la magia de la alacena.

—¿Habrá algún Harry Potter por ahí escondido?

—Oh sí, pero por la fecha ha de estar en Hogwarts… ¿Es Hogwarts, no?

—Sí, Colegio de Magia y Hechicería —hizo un guiño con su ojo tomando las botellas y procediendo a descorchar una con el utensilio que Jennifer le entregó.

Luego de aquello conversaron largo rato, sobre los planes de ella de seguir en la música y él solo la escuchaba. No hablaba mucho de su trabajo, solo le había dicho que sus padres no vivían con él, pero que los veía de continuo y que Brent en realidad, era su primo.

—Yo lamento mucho el no haberte dicho la verdad a tiempo —si bien ese tema ya lo había abordado durante el café en el restaurant, quería recalcar que efectivamente estaba arrepentido de su actuar. Mas no sabía si le debía decir quién era realmente. Usar al apellido Hernández de su primo era otro error que no sabía cómo saldría de él.

Jennifer lo miró y sonrió, sentándose a su lado en el sofá de dos cuerpos de la sala. De su bolso sacó el celular y le mostró un mensaje.

—Lo hiciste, Adam. Aquí tengo tu correo. Lo enviaste cuando yo venía viajando. No es tu culpa que yo no haya abierto mis mensajes.

—Bueno, por un lado tal vez haya sido mejor así. Si te hubieses enterado antes, tal vez no habrías viajado.

—Es posible… o quizá hubiésemos arreglado todo antes.

—Tal vez.

Sonrió al sentir la mano de él acariciando su rostro. Respondió solo cerrando los  ojos, sintiendo el suave beso… el segundo de la noche que Adam le daba y que esta vez ella había respondido rodeándolo con sus brazos.

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Jennifer dio un suspiro, mientras que el aire marino de la madrugada hacía lo suyo en su piel. Sintió el frío y se cubrió con la bata.




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