En un lugar remoto, lejano de la Isla Real de la Luna, una gran ciudad costera y con grandes valles y bosques, se encontraba Zedric Mazeelven, el príncipe heredero de la casa Mazeelven, tomando un gran tarro de cerveza. Su hermano, Calum, estaba junto a él.
La caravana real había hecho un largo viaje por un mes y medio a lo largo de todo el reino debido a la gran celebración que se aproximaba al acercarse la primavera. Había sido un viaje largo, cansado y lleno de molestias de parte de todos los nobles que no dejaban de hostigar al príncipe con sus pedidos y adulamientos tontos.
Ese día, templado y a la vez caluroso, ambos decidieron que era el momento de darse un descanso, se lo merecían.
—¡Alé! —llamó al camarero, al momento que azotaba su tarro—. ¿Dónde está mi trago? ¡Maldita sea!
El pequeño joven que lo atendía apareció frente a él, su rostro lleno de miedo, sus movimientos torpes y pesados. El hecho de tener frente a él a ese gran y sorprendente príncipe era muy atemorizante. Tenía una postura imponente, cuerpo fornido y ojos levemente anaranjados que harían temblar a cualquier persona.
Deseando que todo acabara pronto, dejó el tarro del príncipe en la mesa, hizo una pequeña reverencia y se marchó rápidamente.
Segundos después sucedió algo que para cualquier campesino sería sorprendente. Un joven alto, fornido, de cejas tupidas y con los cabellos alborotados llegó a aquella fonda, confianza rebosando por sus poros como agua.
Caminó directamente a Zedric sin siquiera inmutarse.
Este, al verlo, se levantó con mirada de pocos amigos.
—¡Tú! ¡Idiota! —gritó el joven, llamando la atención de todos.
—¡¿Quién te crees que eres tú para llamarme así?! —le devolvió Zedric. Una pequeña sonrisa, apenas una elevación, se formó en su rostro. Acto seguido, extendió sus manos hacia el chico, dejando salir una gran columna de fuego. El chico se inclinó hacia atrás, evadiéndola.
—¡Soy Nathan Swordship! —gritó, al momento que le devolvió al príncipe otra enorme columna de fuego. Este, maravillando a todos los presentes y sin siquiera mover un músculo, detuvo el fuego mentalmente, al instante encapsulándolo frente a él y apagándolo.
—¡Tal cómo lo recordaba! —exclamó Zedric, divertido. Ambos rieron con fuerza, disfrutando hacer espectáculos, como siempre. Calum, el hermano menor del príncipe, rodó los ojos con molestia, mientras que los otros chicos se abrazaron, palmearon, (como hacen todos los hombres) y se sentaron, listos para hablar.
—¡Por los Soles! —dijo Nathan—, hace mucho que no hablamos. ¿Desde la gran fiesta del Reino de la Luna del invierno pasado?
—Vaya que sí —contestó Zedric, mientras se desparramaba en su asiento con confianza. Calum, irritado, los interrumpió:
—Ni siquiera estuvieron juntos todo ese tiempo —dijo, tan apagado como siempre—. Estuvieron muy entretenidos con aquellas nobles Birdwind de cabellos azules.
—¿Cómo no? Ellas eran hermosas y bastante experimentadas —dijo Nathan, recordando aquel invierno—. Todas las chicas Luna son hermosas. Zedric también lo comprobó.
—Lo comprobé con todas —se burló Zedric, él y Nathan se echaron a carcajadas.
—Con todas menos con las princesas, recuerda bien —dijo Calum.
—Ellas no cuentan —dijo Zedric, hilarante—. Son vírgenes y "puras", reservándose para el matrimonio. Malditas creídas sumisas.
—¡Por favor! Si Piperina es una fiera. No creo que sea virgen —observó Nathan, con desición—. Dicen que caza todas las mañanas, que tiene una colección de zorros salvajes que crió desde su nacimiento y que lucha mejor que el mismo Tenigan Furyion.
—Una furia impenetrable, literalmente —dijo Zedric—. El día del baile traté de seducirla, pero me dejó colgado como un perro. Hablando de Tenigan, ¿Oyeron hablar de que quiere proponerle matrimonio a la princesa Amaris?
—¿Cómo no hacerlo? —respondió Nathan, tanta fue su risa que comenzó a escupir cerveza—. Esa noticia a recorrido incluso los mares. Me encontraba en uno de los burdeles de las Islas de la Muerte cuando oí a una de las camareras hablar del tema. El chico está muy intimidado por ella. Hablan de que Amaris es tan difícil de atrapar como un pez en el agua.
—Tiene muchos entre los que elegir, incluso su belleza es exquisita —observó Calum—. Ha de haberse crecido bastante estos meses, además, me parece la más bella entre sus hermanas.
—Lo es, lo es —observó Zedric, cansado de aquella conversación—. Ahora, ¿Podemos dejar de hablar de esas frías mujeres y enfocarnos en lo importante? ¡Festejar!
—¡Eh! ¡Eh! ¡Ah! ¡Eh! ¡Eh! ¡Ah! —exclamaron todos en la fonda, el grito de festejo típico en el Reino Sol. Los tres chicos chocaron sus tarros, divertidos, aun sabiendo que sería muy difícil realmente emborracharse debido a la tolerancia que ser llamados por el Sol les daba. En la caravana real seguro habría alcohol mucho más fuerte, pero odiaban pasar el tiempo con aquellos nobles creídos y vejetes.
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Editado: 02.03.2018