Lo que sólo serían dos semanas de visita de parte de los Furyion se extendió a un mes completo.
Y eso hablando de la familia completa. Tenigan decidió quedarse más tiempo argumentando que tenía varios asuntos que resolver en la capital.
Amaris, a diferencia de sus hermanas, estaba mucho más relajada respecto a esos asuntos.
Tenía varias razones, claro está. La primera, Tenigan tenía unos veintitrés años, ocho de diferencia comparándose con ella. La diferencia de edades era muy notoria, además, sus hermanas mostraban mayor madurez tanto física como mental.
La segunda, sus hermanas eran prospectos magníficos. Alannah era atractiva, tal vez demasiado, dulce, madura. Por su parte, Piperina tenía el favor de Adaliah, lo que le daba puntos a favor, y eso sin mencionar el hecho de que no haber sido llamada por la Luna le daba un gran toque exótico y diferente a todas las nobles del reino. Sus labios rojos, cabello brillante y buen cuerpo la hacían bastante atractiva.
Aparte de todo eso, el día en que recibiría sus habilidades estaba cada vez más cerca, a sólo dos semanas con exactitud. Después de la crudas y brutales palabras de Adaliah, el panorama de Amaris había cambiado bastante.
Tenía muchas preguntas que aun faltaban por resolver.
¿Habían sido ciertas sus palabras?
Si era así, entonces, ¿Qué le esperaba?
Tratando de responder sus dudas, buscó en la biblioteca real, aunque sin muchos resultados. Nadie en los Stormsword de quien antes se supiera había obtenido alguna vez la habilidad de la clarividencia, al menos hasta donde había registro. Muchas cosas se habían quemado y perdido a través del tiempo, por lo que no podía asegurar que faltara información sobre alguno de sus antepasados.
La incertidumbre no dejaba de agobiarla con el peligro de que, cuando el día llegara, sucedería todo tal cual como Adaliah había predecido.
Todos los pronósticos de Amaris fueron incorrectos. Al día siguiente de que sus padres se marcharan Tenigan se lo propuso. Le propuso ser su esposa, por todos los cielos.
Amaris no podía creerlo. ¿Ella? Según Tenigan, era porque era la chica perfecta. Dulce, pero no demasiado reservada. Libre, pero no rebelde. Había alabado su belleza, su forma de actuar...
Había alabado todo.
Justo en el momento en que iba a rechazarlo, Tenigan lanzó su última arma y dijo:
—Vamos, princesa Amaris, al menos aseguréme que me dará una oportunidad. Tal vez no ahora, pero... —suspiró, necesitado. Sus ojos reflejaban su agonía y necesidad—. La esperaré todo el tiempo necesario, pero al menos deme una oportunidad. Usted es perfecta, no podría dejarla ir.
Esas fueron las palabras definitivas. Amaris no lo quería, ni siquiera lo conocía, pero el chico le estaba ofreciendo tanto...
Tal vez, sino estaba loca para después de graduarse como hermana de la Luna, lo intentaría. Tal vez podría conocerlo, tratarlo.
Pero aun faltaba mucho tiempo.
—Lo consideraré —fue lo único que pudo contestar. ¿Por qué lo había hecho? No tenía idea.
Suspiró.
Lo único que Amaris sabía es que esa noche era la definitiva. Esa noche sería su ceremonia a la media noche, y la haría sola.
Buscó entre sus vestidos sin mucha emoción, mientras que en su mente trataba de convencerse de que su búsqueda no había dado resultados tan poco favorables.
Encontró datos de varios jóvenes de casas poderosas que también habían tenido ese don, y no todos habían terminado mal, tal como había dicho Adaliah.
Tal vez su destino no estaba perdido.
Sin más que hacer, y después de vestirse, fue hacia su balcón para observar como había oscurecido por última vez teniendo sólo quince años.
El castillo se encontraba justo en la costa de la gran isla real, su habitación tenía una bella vista hacia el mar, esa noche encrespado y fuerte, complementado con las nubes que, grises, cubrían el cielo. Ojalá pudiera quedarse en aquel momento para siempre, sin que el tiempo avanzara.
Pero era imposible, y Amaris lo sabía. Tomó su capa azul, se calzó su corona azul de tiruita (las había en color azul, negro y blanco) y se marchó.
El castillo era un conjunto de pasillos interminables que parecía nunca acabar. La alcoba de Amaris estaba en el medio de él, justo en la torre real. Por su parte, la torre de ceremonias era la más alta del castillo y se encontraba cerca de la entrada de este. A pesar de que ambas estaban en lugares altos, había que bajar y pasar por todo el castillo para de nuevo volver a subir la torre y llegar a su destino.
Amaris pasó los jardines duramente, luchando contra la nieve que no dejaba de caer sobre ella, fuerte, fría y constante.
A ella la frialdad no le hacía daño. Su cuerpo era inmune a cualquier temperatura, incluso la caliente. De todas maneras se sentía incómoda, apenas si podía avanzar. Pasó el ala principal y fue directo a la torre.
Las escaleras fueron aun más difíciles de atravesar. La nieve había congelado los escalones, haciéndoles demasiado resbaladizos. Amaris se aferró al barandal, tratando de no caer. Para el colmo, sentía su cuerpo cambiar, por lo que supo que eran después de las doce.
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Editado: 02.03.2018