Caos

VIII. Soledad que me abraza

Ese día volví a casa, no tenía ninguna expectativa de que hubiera alguien en casa. Cloe estaba con los abuelos y mis padres siempre estaban fuera de casa.

No me importaba, de todos modos en algún punto de mi vida me llegué a acostumbrar a la soledad y a la ausencia de las personas en mi vida. 

No creí que alguien estuviera, pero milagrosamente ahí estaban, ambos sentados en los sillones que estaban en la sala. No se veían para nada felices ninguno de los dos. 

No me pareció raro, siempre que estaban en casa estaban así, más si estábamos solo los tres. 

— Buenas noches — saludé sin mucho ánimo, para luego ir a mi habitación. 

— Espera ahí — me dijo mamá, su voz se escuchaba dura, molesta y rota. 

Eso sí que me pareció raro, nunca había escuchado a mamá así. 

— Quiero que vengas aquí — dijo papá, quien, en cambio, se escuchaba igual que siempre. Duro e impotente.

Con el ceño fruncido fui de vuelta a ellos, tenía miedo y mucho.

— ¿Dónde estabas? — preguntó mamá, quien ya había logrado acomodar su voz. 

Tardé un poco en responder, ellos no sabían que estaba usando el dinero que me daban, para ir a terapia y tampoco quería que lo supiesen. ¿Para qué?

— En casa de una compañera haciendo un trabajo — dije luego de pensarlo un poco. 

— ¿Qué trabajo? — preguntó papá retomando la palabra, su voz había subido un poco de volumen, pero aún no alcanzaba a llamarse gritos. 

— ¿Para qué quieren saber? — me puse un poco a la defensiva. 

— Nos llamaron los directivos de la universidad a la que vas — dijo papá levantándose del sofá y acercándose a mí, mi cuerpo se tensó y él lo notó, porque su ceño se frunció aún más —por como te pusiste, creo que ya sabes lo que nos dijeron.

— ¿Por qué? — preguntó mamá detrás del gran y musculoso cuerpo de papá — ¿Es que acaso quieres llamar la atención?

Las palabras de mamá me pagaron justo en el pecho, dejando que mis ojos se llenen de lágrimas, pero estas jamás salieron ¿Yo, llamar la atención? Se nota que no me conocían para nada. 

— Muéstrame tu brazo — me dijo papá con voz dura, una voz que nunca había escuchado en él.

Negué con la cabeza y apreté las mangas de mi suéter con el puño. 

— No, ¿Para qué? Si ya saben lo que me hago ¿De qué les sirve ver mis brazos?

— ¡Aisha, dame tu maldito brazo ahora mismo! — gritó papá, haciendo que diera un paso hacia atrás por el susto. 

Joel Olivares. Treinta y seis años, un hombre joven que logró hacerse su apellido él solo, nunca me prestó atención o se preocupó por mí, pero nunca me había gritado, hasta hoy. 

Por el shock, no logré reaccionar a tiempo, haciendo que él mismo tomara mi brazo y subiera la maga del suéter que traía. Todas mis cicatrices quedaron al descubierto, desde las más viejas hasta las más recientes, todas estaban ahí, recordándome lo cobarde que siempre soy. 

— ¿Qué demonios? — susurró papá en completo shock. 

Mamá quedó tan impresionada que tuvo que tomar asiento de nuevo, pero con la vista al frente, sin poder creer lo que había visto. 

Sonreí. 

— Y eso que aún no han visto las del otro brazo y las de las piernas — dije con gracia fingida, porque eso era lo único que hacía, fingir.

— ¿Qué…?  — papá no terminó de hablar, porque me solté de su agarre y me bajé mis pantalones, por suerte llevaba un short debajo de este.

Una vez más quedaron en exposición mis cicatrices, libres a la vista. Sin tener que ocultarse. 

— ¿Tanto querían ver mis cortes? — dije con la mandíbula apretada — pues, ya las están viendo ¿Felices? — volteo a ver a papá — ¿Estás feliz?

— No sabía que necesitabas tanto llamar la atención — dijo sin inmutarse por mi ataque directo a él — te dimos todo lo que alguien normal pudiera desear, dinero, comida, un techo en el cual vivir. No entiendo por qué eres así — con una mano y los ojos cerrados masajeó su cabeza  — desde siempre has sido un problema, incluso antes de nacer. 

— Si tanto fui un problema para ustedes ¿Por qué no se deshicieron de mí? Porque créanme, si hubiesen hecho eso, me hubiesen ahorrado muchos problemas a mí también y uno de ellos, hubiese sido, saber que ustedes son mis padres — no me di tiempo de pensar, cuando de repente sentí el golpe en mi mejilla. 

Me pegó, él lo hizo y ya se estaba tardando. Y solo volteé a ver a mamá, quien se encontraba en algún tipo de trance, no sabía qué hacer, estaba claro, pero ayudarme no era una de sus opciones ¿Por qué? Simple, a ella ni a papá le importo lo suficiente como para defenderme.

— No quiero que nos hables así, ni a mí, ni a tu madre ¿Entendiste? — me le quedé viendo — dije que si entendiste — me dijo mientras alzaba la mano para pegarme de nuevo, con un poco de miedo asentí mientras me subía mis pantalones de vuelta. 

Lágrimas querían brotar de mis ojos, pero no las dejé, no frente a ellos, no merecían verme débil.

Cuando me doy la vuelta para poder subir las escaleras para ir a mi habitación, lo escuché de nuevo. 

— Y si vas a intentar matarte de nuevo, no te arrepientas al último momento. 

Al final las lágrimas terminaron ganando la batalla, porque recorrieron mi rostro como un río que nunca tiene fondo. Ellos ganaron, me quebraron y yo solo podía pensar en esa soledad que me abraza cada día más.

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Maratón 4/6

Aisha ven que te abrazo.



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En el texto hay: caos, drama, caos familiar

Editado: 18.12.2023

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