Huevos, azúcar y harina…
- Señora aquí tiene
Las sirvientas corrían de aquí para allá, trayendo lo que la Sra. Gosick necesitaba.
- No lo muevas tan rápido – le decía a una de sus sirvientas. – donde está el molde
- Aquí tiene – decía una
Amasaba emocionadamente, le encantaba hacer pastelillos y luego venderlos por la ciudad, le recordaba viejos tiempos, cuando se sentía viva. Ahora estaba encarcelada en su propia casa, vigilado por sus propios empleados.
- ¡La Señora Dayana acaba de llegar! – entro otra gritando
Todos ya sabían que hacer.
- Abuela como te encuentras – dijo Dayana
La Sra. Gosick ya en encontraba echada en su cama, sorprendida de la agilidad de sus empleados.
- Deberías tratar de sonreír más, con ese rostro inexpresivo asustas a mis empleados.
- ¡Abuela! – dijo seriamente
- Hasta tu voz es inexpresiva ¿Deberíamos ver a un especialista? – dijo riendo – me recuerdas a tu padre
Era el único recuerdo de él. Su nieta mayor era la viva imagen de su único hijo.
- Que te parece si salimos hoy – propuso la abuela.
Desde lo profundo de su corazón deseaba que su nieta se encargara de la cafetería, era lo único que podía ofrecerle en esos momentos, para ella su mas preciado legado.
- Porque no
Pero su palabra no duro mucho
- Disculpa abuela
Era una llamada entrante.
- Aaron
Era su esposo
- ¿Necesitas que te traiga algo?
La señora Gosick cambió su semblante. Nunca le agrado Aaron de alguna manera creía que estando limitando a su nieta, Dayana era competente y todos los que la conocían lo sabían.
- Lo siento abuela, tengo que irme
- Ve, no te preocupes por mí.
.-.-.-.-
Se las había arreglado para salir de casa sin que nadie se diera cuenta. Se estaba volviendo una experta con tanta práctica. Se dirigió al único lugar donde sabía que tendría una charla agradable, su lugar favorito.
- ¡Pasen, pasen!, tenemos toda clase de pastelillos recién salidos del horno.
La encontró afuera invitando a pasar a cualquiera que pasara por ahí. Entonces recordó.
.-.-.-
- Lo lamento señora, usted no puede vender aquí. – intentaban quitarle su canasta.
- Paren, maleducados paren.
Las personas como era de esperarse pasaban de largo ignorando lo que estaba pasando.
- ¿Qué sucede? – preguntó una joven
Ella vestía de manera extraña, a simple vista llamaba la atención de cualquiera.
- Tu no te metas niña – le dijo uno
- La señora no hizo nada malo
- Vender en este lugar está prohibido.
- Pero está obedeciendo. No la veo oponiéndose, ustedes son los que la están molestando.
Agarro la canasta con una y la mano de la abuela con la otra y sin decir mas se alejó del lugar.
- ¿Se encuentra bien? – le preguntó
Cargaba un gran bolso en la espalda.
- Si, gracias
- Ayudar a la señora, listo
- ¿usted me conoce? – preguntó
La actitud de la jovencita era extraña
- No, nunca en vida la había visto
Continuaban caminando
- Entonces ¿Por qué dijo eso?
- Que
- Ayudar a la señora, listo.
La jovencita mira desconcertada a la abuela, luego miró su libreta.
- Ja ja ja. Debo parecerte extraña, tengo la costumbre de anotar todo lo que hago, es casi de manera inconsciente. Si no lo hago me siento extraña.
Aquel día vendieron las tartas hasta acabar.
- ¿Vive de esto?, ¿Dónde se encuentran sus hijos?
- Solo tengo uno y él ya no está entre nosotros
- Oh, lo lamento. Mi padre también murió hace mucho tiempo – dijo mirando el cielo – creo que solo nos queda seguir adelante, por ellos – se detuvo pensativa – Y bien, ¿Dónde quiere que le deje?, ya está anocheciendo.
Se pararon frente a una cafetería vieja.
- Aquí está bien
Ya llamaría para que le recogieran.
- ¿Vive aquí?
- Mas o menos
- Si hace tartas, ¿Por qué no abre esa cafetería?
- No estoy segura, temo que no funcione
- Al menos debería intentarlo, así no se arrepentirá. Bueno adiós.-.
.-.-.-.
- Sra. Gosick
La vio acercarse