Chicago, Illinois
René suspiró agotada. Por fin había acabado la interminable reunión del Hotel, su familia era dueña de tres y se estaban abriendo para ser una cadena y competir con las que estaban. Ya tenía veintisiete años, procuraba cuidar su piel negra con muchos hidratantes y su cabello lo tenía suelto y largo, era rizado. Era delgada y con el cuerpo tonificado. Siempre había pensado que era una mujer bella y vivía su sexualidad a plenitud. Actualmente no salía con nadie, sólo habían “amigos” por allí.
La sala de juntas se fue vaciando poco a poco y solo quedó el hombre de confianza de su madre, Louis Feehan.
—Señorita—la llamó y ella lo miró.
—He estado llamando a la señora, pero no contesta ¿Le habrá pasado algo?
—Debe estar borracha o con uno de sus amantes, por eso tuve que venir hoy
—Era importante que estuviera aquí
Ella se puso de pie—Se lo dije, pero no le importó. Está en esos días
Él suspiró—Gracias por venir señorita
—Tengo que hacerlo, es el negocio familiar, esto será mío algún día y no puedo dejar que se acabe
Él asintió y se puso de pie—Con permiso, llámeme si necesita algo
Ella asintió y recogió las carpetas para llevárselas a su madre.
Ya era de noche, la interminable reunión había durado horas, pero había sido animada. Salió de la sala y tomó el ascensor.
El hotel Prince había sido fundado por su abuelo y su difunto padre Philips Roberts había hecho los otros dos, los cuales estaban ubicados en Los Ángeles y Nueva York. Ella se había empapelado del asunto desde que su padre murió, este se había ahorcado y nunca supieron el por qué, de eso ya habían pasado cuatro años.
Salió del ascensor y se dirigió a su carro, este era un lamborghini Urus amarillo.
En ese momento recibió una llamada, sacó el teléfono de su bolso y se percató que era Roxanne.
—¿Acaso no duermes?—le dijo.
—Que te den por el culo René ¿Por qué demonios no viniste a la reunión? Era importante.
—Tuve que venir a cubrir a mi madre en una reunión del hotel, lo siento.
—¿Viste en mi escritorio alguna bola de cristal? ¿Cómo demonios iba a saberlo?
—Lo siento.
—Bien ¿Y cómo te fue?
—De pelos.
—Rachelle se quedó en la oficina, va a terminar la columna de Stephen King
René se dispuso a conducir.
—¿Le dejaste la columna de mi Sugar Daddy King a esa estúpida? ¡Roxanne! Rachelle no sabe distinguir entre Stephen King y Edgar Allan Poe.
—¿Crees que tienes derecho a quejarte maldita golfa? No estabas aquí y tengo demasiado trabajo.
—Dile que no toque mi maldita columna de Stephen King, yo la voy a hacer.
Su amiga se echó a reír sarcásticamente.
—¡Es para mañana! A primera hora y antes de salir vi que no lo estaba haciendo tan mal.
—Olvídalo, iré a la oficina.
Roxanne colgó y René se quitó el auricular.
Box R era su orgullo más grande. La revista literaria había alcanzado el puesto número uno en ventas y no habían podido salir a celebrarlo con la cantidad de trabajo que tenían. Cuando ella estaba allí nunca lo sentía como un trabajo, sino más bien el único lugar confortable de su estresante vida.
A sus veintiocho años, René Roberts, llevaba demasiada carga en sus hombros. Su madre, la gran actriz exitosa Makayla Roberts se ha entregado a la bebida y no le ha hecho frente al negocio familiar, su padre en vida le había enseñado todo referente a él, pero ella seguía sin prestarle mucha atención.
En ese instante su teléfono sonó de nuevo. Era su cocinero, que también hacía de mayordomo y se ocupaba de los quehaceres del apartamento de su madre.
Ella se colocó el auricular y sonrió.
—¡Konnichiwa! ¡Mr. Tanaka!—lo saludó. Él era japonés.
—René-sama ¡Su madre ha enloquecido!
—¿Que hizo esta vez?
—Está arrojando las cosas de su padre por el balcón.
Ella abrió los ojos y se llenó de ira.
—Voy para allá—le informó y colgó.
“¡¿Cómo se atreve?!” Pensó. Ella no tenía mala relación con su madre, entendía el hecho que a esta le había dado más duro el duelo de su padre, pero a René también y no había sido fácil para ninguna de las dos. Hace más de un año había tomado la decisión de vivir sola, no porque no quisiera a su madre, era porque Makayla sufría al ver su rostro. René era la viva imagen de su padre.
Apretó el volante con fuerza y aceleró. Era consciente que iba demasiado rápido, pero no le importó, no iba a permitir que su madre se deshiciera de las cosas de su padre.
Estaba tan sumergida en sus pensamientos que no vio al hombre que apareció en la carretera, de inmediato pisó el freno, pero ya era demasiado tarde. Lo había arrollado.
Ella se quedó rígida.
—Maldita sea...—susurró. Bajó de inmediato y se dirigió a él. Se encontraba boca abajo y un charco de sangre se asomaba por debajo de su cabeza.
—Dios mío... Dios mío... Dios mío...
De repente comenzó a temblar. No sabía qué hacer, ese hombre apareció de repente, ella no tenía la culpa.
Sacó su teléfono y marcó un número.
—¿Qué quieres René? Estoy en medio de una...
—Rachelle...—susurró llorando.
—¿Que pasó? ¿Por qué lloras?
—Creo que lo maté...—le dijo mientras se ponía en cuclillas y lo llamaba presionando su dedo índice varias veces en su hombro.
—¿A quién mataste René?