Son las 8:00, me despierto mientras el... ¡Ostia, las 8! Primer día y ya llego tarde. Después de esa pesadilla no he pegado ojo en toda la semana. Me levanto de la cama a toda prisa, poniéndome una camiseta cualquiera mientras bajo las escalaras con una manzana en la boca.
Salgo de casa, sumergido en las letras de mis canciones, mientras espero al bus impacientemente. ¿Soy yo, u hoy está tardando más?
Después de bajarme en mi parada, entro corriendo, sin mirar atrás, ni adelante, ya que me choco con alguien. Menos mal que estaba él... si no me habría caído de frente. El chico, quejándose por el daño me mira mal, y yo le sonrío tímidamente. Aprovechando la situación, le pregunto:
-Oye, perdona por el golpe, pero ¿podrías decirme dónde está la clase de 1°B?-
-Ah, nada. Sí, claro, está dos aulas más adelante.-
-Vale, gracias.- le respondo con las mejillas sonrojadas. Casi no he querido mirarle de la vergüenza. Me giro y sigo corriendo hasta que llego jadeante a mi clase. El profesor me mira mal y me mete prisa para coger sitio. "Ya empezamos con mal pie..." pensé mientras me sentaba, evitando la mirada de todos.
Mi sitio estaba al final, alejado de la mayoría, como mejor estaba. La clase siguió su curso, explicación tras explicación, hasta llegar a la hora del almuerzo.
Cuando el timbre toca, soy el último en salir, andando despacio, intentando no volver a chocarme con nadie. Llego a la cafetería y me pido un sándwich y un zumo, separándome de los demás, poniéndome la música de nuevo. Cuando voy a darle un mordisco a mi comida, siento una mirada fija en mí, giro la cabeza en busca de aquellos penetrantes ojos pero no los encuentro. Incómodo, sigo comiendo, esperando la siguiente clase. Creo que luego me toca literatura, así que me encamino hacia la clase antes de juntarme con todo el barullo.
Me volví a sentar al final, rezando para que no me tocase sentarme con nadie más. La gente empezó a entrar. Iban pasando de sitio en sitio, y cuando pensé que me había librado alguien se sentó a mi lado. Me giré para mirarle y ver quién era. Para sorpresa mía, estoy sentado con el que me choqué por el pasillo. Él se giró también y me sonrío, yo me puse rojo y gire la cabeza rápidamente. Ahora que me fijaba bien, era bastante alto. Tenía un pelo ondulado, moreno, en el que daban ganas de perder los dedos, la nariz la tenía chata, como yo, y sus ojos... mejor no hablar de ellos. Eran dos grandes e intimidantes orbes de color negro, en los que podías sumergirte sin miedo a caerte en la oscuridad, porque, a pesar de ser tan oscuros, brillaban más que el sol y todas las estrellas juntas. Te hipnotizaban, y no podías apartar la mirada de ellos, pero con todas mis fuerzas, seguí bajando, para darme cuenta de que tenía unos labios gruesos, rojos y preciosos... "Pero que digo, Will, respira, relájate". El chico a mi lado era fuerte, y parecía ser majo, aunque un poco frío.
Estaba dando por terminada mi inspección, cuando noté que él se había dado cuenta de mi fija mirada. Dios, muero de vergüenza, otra vez...
-¿Qué mirabas tanto?- me dijo. Ay madre, si que se ha dado cuenta, ¿y ahora que le contesto?
-Esto... nada, nada, solo miraba por la ventana.- contesté finalmente, no se me ocurrió nada más.
-Ya, claro, la ventana... Por cierto, ¿cómo te llamas?- me preguntó, o eso creo, porque me volví a perder en sus negros ojos.
-Perdona, ¿qué?- dije avergonzado, otra vez. Creo que al final va a ser costumbre.
-Pregunté cómo te llamas.-repitió.
-Ahh, sí, esto... Will, me llamo Will.- contesté por fin, intentando pensar con claridad una pregunta. -¿Tú cómo te llamas?-
-Rayan.- me contestó quedamente, pero con una media sonrisa en la boca.
-Rayan... bonito nombre.- le dije, intentando sonar amable.
-Gracias, Willy, ¿puedo llamarte Willy?- me contestó. Mi corazón se puso a dar saltitos de alegría, y a la vez suspiros de melancolía. Hacía mucho que no me llamaban Willy, años para ser más exactos.
-Sí, claro, así me llamaban mis padres.- dije con un tono triste y apagado mientras le sonreía vagamente. -Y de nada.-
Me miró comprendiendo, sin necesidad de decirle nada, entendiendo ese matiz, así que me regalo una de sus profundas miradas y una de sus bonitas sonrisas, se giró y siguió atendiendo a la clase.
Yo le imité, intentando olvidarme por un tiempo de todos los malos recuerdos que me llegaban a la mente, solo por nombrar a mis padres.
La clase terminó, me despedí de Rayan y me fui directo a mi casa, con la música a tope invadiendo mis tímpanos y la cabeza en otro sitio, un poco más doloroso que mi colchón lleno de bultos.
Caí rendido, por todas las emociones y prisas en un mismo día, mientras pensaba en la despedida de Rayan.
"¿Nos vemos mañana en la misma mesa?" me dijo riéndose. Que risa más melodiosa, pensé con un suspiro. "Claro, me encantaría" le contesté.
Qué bien soñar con algo bonito para variar...