RAYAN
Me tiro a la cama suspirando, recordando la tarde tan confusa que hemos tenido.
No sabría explicar cómo me sentí cuando me preguntó a cerca de mis padres. Sinceramente, me esperaba algo mucho, muchísimo menos atrevido. Como mi lugar favorito, películas o series, no sé, cosas de ese estilo. Pero no. Will dio en el clavo. En la pregunta del millón. Preguntó lo que menos quería responder. Y aún así le respondí.
Le dije absolutamente todo. O bueno, al menos un 99%, puede que me guardase un poquito de información para mí, pero solo un poquito. Y él solo me abrazó. Se levantó y me abrazó. Y fue increíble.
Creo que es la primera vez que me permito llorar por mis padres y por los que se hacen pasar por ellos, e incluso por mí. Ese abrazo significó todo para mí. Fue el bálsamo que me arregló los labios. La tirita que tapó mis heridas. Inefable. Esa es la palabra que lo define, a él y al abrazo.
Después de eso, me sentí lo suficientemente fuerte como para seguir hablando. El resto fueron nimiedades, cosas sin importancia. Los dos descubrimos que el día de nuestro cumpleaños coincidía, el 4 de diciembre. Dos personas que nacen el mismo día, ¿Será que estamos predestinados? ¿A estar juntos o al desastre? Sinceramente, no sabría decirlo.
Le conté tonterías como mi color favorito, mi película preferida o mi amor por todos los libros que he leído. Para mi eran tonterías que no merecían ser escuchadas, porque nadie nunca me había hecho sentir la necesidad de decirlas, pero la cara de alegría y emoción que tenía Willy... Era mejor que cualquier otro regalo, así que seguí diciéndole información irrelevante (para mí.) Hasta que llegó la segunda pregunta dura. El segundo golpe, el segundo chapuzón en aguas tenebrosas.
-¿Y qué hay de tus amigos?- recuerdo que preguntó, ladeando un poco la cabeza, dándome a entender su curiosidad.
-No tengo.- le dije yo. El me miró sorprendido y yo le devolví una mirada curiosa, intentando adivinar lo que ahora pasaba por su cabeza.
-¿No tienes? No es que yo tenga, pero vamos, eres Rayan. A cualquiera le encantaría ser tu amigo.- Willy se sonrojó y yo me limité a sonreírle de lado.
-Los dejé atrás hace mucho. Me di cuenta de que todos eran amistades falsas que no llegaban a comprenderme ni llenarme del todo, y prefería estar solo a sentir un vacío aun estando acompañado. Y en ese momento de mi vida sucedió algo que no le podía contar a ninguno, así que me fui alejando. Después de acostumbrarme a estar solo, no sentí la necesidad de volver a acompañarme, así que así me quedé.- acabé diciendo, a la vez que me encogía de hombros.
-Oh... Yo soy tu amigo, si me quieres considerar así, claro.-
-Te considero más que eso pequeño, mucho más.- el solo se puso nervioso y asintió débilmente, bajando la mirada con una tierna sonrisa. -Y... ¿Yo puedo saber de qué trata ese algo?-
-Esto... No... No aún Will. No estamos... No estoy listo para contarlo.-
-Bueno... Supongo que está bien por ahora.- Le vi la cara de decepción que puso, pero no podía contárselo. No aún.
Recuerdo que pensé "Perfecta manera de arruinarlo todo Ray." Pero Will me sorprendió otra vez, cuando subió la cabeza y volvió a sonreír, como diciéndome que no pasaba nada, que ya llegaría el momento. Sólo asintió y seguimos con una conversación amena. Todo se sintió espléndido, mágico, casi perfecto. Mi corazoncito no paraba de dar saltos de alegría y emoción cada vez que Willy me dirigía una mirada o me regalaba una sonrisa. Todo iba genial, hasta se atrevió a tomar la iniciativa y ser él el primero que daba la mano. Fue sentir su suave tacto y volar sobre las nubes. La suave caricia de sus dedos sobre mis nudillos era más delicada que cualquier flor. Ojalá nunca hubiese acabado el momento. Podría haber sido eterno, o se podría haber parado para vivir en él siempre, pero tuvimos que romper la burbuja.
Lo acompañé a su casa y nos despedimos con un beso en los labios y con uno en la frente por mi parte. No me fui rumbo a mí casa hasta que lo vi desaparecer por la puerta.
El camino de vuelta fue un poco largo y tedioso, mi mano echaba en falta cierto toque.
Cuando llegué lo único que hice fue quitarme los zapatos y lanzarlos a Dios sabe dónde, y tirarme derrotado a la cama, con una sonrisa boba en la cara.
Me caí boca abajo, así que me di la vuelta y me quedé mirando el techo.
Y aquí estoy, reviviendo el momento una y otra vez.
Caigo rendido, dejándome llevar por el dulce susurro de Morfeo, invitándome a pasar una plácida noche en mis sueños.
Y al igual que caí dormido, me despierto estirando los brazos todo lo posible, como queriendo tocar el techo. Está noche es una de las pocas en las que verdaderamente he descansado bien. No ha habido pesadillas, ni gritos, ni disparos, ni un fondo negro y rojo.
Simplemente había una sonrisa reinando el espacio entero, alumbrando todo el cielo, lo cual ha conseguido despertarme de buen ánimo.
Hoy es sábado así que bajo tranquilamente las escaleras, aún en pijama. Voy hacia la cocina y me preparo unos cereales. Sé que no es lo más suculento pero es lo que hay. Me voy al sofá y enciendo la tele mientras le meto ganchadas a mis cereales. Están echando algo que realmente no me interesa, así que cojo el móvil dispuesto a hacer cualquier cosa para combatir el aburrimiento, hasta que veo una notificación en la barra de arriba. Es un mensaje. De Willy. ¡Un mensaje de Willy! Lo abro impaciente y veo un simple pero alegre buenos días, junto con un corazoncito.
Le sonrió tontamente al móvil y le contesto igual o más animado que él.
- Buenos días pequeño!
Ahora mismo no lo veo, pero seguramente estará sonriendo y sonrojado a más no poder, riendo levemente. La simple imagen mental me provoca una paz tan grande que ni yo me la creo.