Me despierto sudando, con la cara empapada por mis lágrimas. He vuelto a soñar con ellos. ¿Por qué? Todo iba tan bien… no me quiero mover de la cama. Mi pecho sube y baja a una velocidad tremenda, siguiendo el ritmo de mi respiración. “Venga, ya lo has hecho otras veces, solo respira.”
Intento hacerle caso a la voz que me habla, pero no puedo. Me vienen a la cabeza pequeños fragmentos de la pesadilla. Es peor que la que tuve antes de empezar la universidad, antes de conocer a Rayan. Pensé que no las volvería a tener nunca. Pensé que igual podría olvidarme de mis gritos a mitad de la noche por despertarme acelerado. Pero creo que eso va a ser difícil, por no decir imposible.
¿Quién era ese chico que se reía a lo lejos? ¿Por qué se reía? No entiendo como a alguien le puede hacer gracia una situación así. Lo peor es que no me acuerdo de haber visto a aquel chico ese día, ni de si vi su rostro. No lo vi… no lo vi, ¿verdad? Ahora dudo de hasta lo que recuerdo.
La cabeza me da vueltas. ¿Por qué no consigo verlo? No entiendo qué hacía allí, no entiendo porque no consigo olvidarlo. ¿Por qué no puedo simplemente levantarme de la cama y alejarme de esa pesadilla? No debería ser tan difícil, así que lo intento. Me apoyo sobre el cabecero, echando la cabeza hacia atrás. No veo nada. Solo motas de color rojo, me persiguen mire a donde mire. Giro la cabeza a la izquierda. Siguen ahí. A la derecha. El color se intensifica. Parpadeo lleno de rabia, esperando hacerlas desaparecer. No se van.
Me levanto como un resorte, furioso. ¡Qué se vayan ya! Estoy respirando mucho más rápido que antes, así que intento relajarme. Inspira, espira, inspira, espira… no funciona, no funciona. Siento el corazón a mil. Me está golpeando demasiado fuerte en el pecho. Está intentando salir sin mi permiso.
Apoyo un pie en el suelo, a la vez que miro en esa dirección. Tranquilo… no pienses más. Apoyo el otro pie y me sujeto del colchón para poder levantarme. Le habitación gira. La habitación gira mucho, ¿o igual estoy girando yo?
“¡Ayuda!” ¿Por qué no me ayudó? ¿Por qué se fue riéndose? “¡Ayuda!” ¿Por qué me dejaron? ¿Por qué mis padres me abandonaron? ¿Por qué no fui yo?
Caigo de rodillas al suelo. Siento un dolor inmenso en las piernas pero no le presto atención, solo me fijo en el boxeador que quiere salir de su jaula. Miro hacia el techo, con los ojos inundados otra vez. Inspira… espira… No puedo. No puedo.
Me agacho y apoyo los brazos en el suelo, quedándome casi tumbado. Los ojos se me están cerrando, ¿tan rápido se han cansado? Siento como golpeo el suelo, a la vez que veo la luz de mi cuarto parpadeando y oigo a lo lejos el tono de llamada de mi móvil.
No puedo… no puedo…
Solo veo un mar negro que siento que me está mirando intensamente. Tengo los ojos cerrados, los brazos cansados y el corazón un poco más relajado. Pip, pip. Se escucha un pitido molesto y lejano, ojalá dejase de sonar. Quiero mover mis párpados pero ellos se niegan a ver la luz, así que les obligo a intentarlo. Pestañeo seguidas veces y voy abriéndolos poquito a poco, hasta cegarme por la luz. Los vuelvo a cerrar rápidamente y suspiro, moviéndome un poco.
“Ey… ¿estás despierto?” oigo un susurro, dándome a entender que hay alguien conmigo. Siento como me cogen de la mano y la acarician despacio. Quiero saber quién es así que intento incorporarme, lo cual no es buena idea. Emito una especie de sonido extraño junto con una mueca por el dolor que siento en el cuerpo. Alguien me ayuda a volver a tumbarme, a la vez que me acaricia el pelo con delicadeza.
Esta vez abro los ojos e intento mantenerlos abiertos un buen rato. Lo consigo, por lo tanto empiezo a girar lentamente la cabeza para poder ver donde me encuentro.
Estoy rodeado de unas paredes amarillentas, aunque algo me dice que antes eran blancas. Las ventanas están cerradas y huele a médico. Ya sabéis, ese olor característico de los hospitales, entre una mezcla de rancio y agradable. Saco la conclusión de que estoy en un hospital, ¿pero por qué?
Sigo moviendo la vista por la habitación. Hay un armario de color madera con unas pocas batas, y una puerta que supongo que dará a un baño. Un gran ventanal tapado por una pegatina llena de puntitos ocupa la mayor parte de la pared que da hacía el pasillo. Vuelvo la cabeza y veo una especie de carrito con un palo de hierro y una bolsita con líquido dentro, de la cual sale un tubo que llega hasta mi antebrazo. Justo al lado está la maquinita causante del molesto ruido.
Mis ojos hacen una última parada en un Rayan con una cara bastante preocupada. Tiene el entrecejo hacia abajo, casi tocándole el inicio de la nariz, sus labios están fruncidos, su pelo revuelto y sus ojos brillan igual de negros que siempre.
¿Pero qué hace Rayan aquí? ¿Y yo?
-Hola dormilón.- dice, con una voz más relajada de lo que el aparenta estar.
-H-hola.- me cuesta un poco saludarlo, y casi no puedo alzar la voz, pero a él parece valerle, porque sonríe enormemente, alejando su rara mueca.
-¿Qué tal estás? ¿Te duele algo?- me aturden las preguntas, pero intento contestarle.