Caricias en la oscuridad (cinco sentidos)

Prólogo

El día comenzó con una sensación peculiar en el aire. Seo Eun-Ji, una pianista ciega conocida por su habilidad para transmitir emociones profundas a través de su música, estaba sentada junto a su piano habitual en el modesto estudio de su apartamento en Seúl.

Los rayos del sol de la mañana bañaban el espacio con una calidez que ella no podía ver, pero sí sentir a través del calor en su piel. Sus dedos recorrían las teclas con una familiaridad que parecía casi mágica, llenando el espacio con melodías que hablaban de anhelos y sueños no expresados.

Eun-Ji estaba en medio de una improvisación cuando escuchó el timbre de la puerta. Frunció el ceño, extrañada. No esperaba visitas. Guiándose con cuidado, caminó hasta la entrada mientras apoyaba los dedos en las paredes. Al abrir la puerta, un hombre de voz profunda le informó que había llegado una entrega para ella.

—¿Entrega? —preguntó, desconcertada.

—Sí, señorita Seo. Es un piano, un obsequio de un pariente lejano. ¿Puedo pasar? —contestó el hombre.

La chica sintió una oleada de confusión. No tenía contacto con ningún familiar. Sin embargo, la curiosidad pudo más, y permitió que el hombre y su equipo entraran, escuchando atentamente los pasos pesados mientras cargaban el objeto.

Colocaron el piano con cuidado en el rincón del estudio, donde había un espacio vacío. El sonido de las herramientas al ensamblarlo y los comentarios en voz baja llenaron la habitación durante varios minutos.

Por fin, uno de los hombres habló:

—Es un instrumento precioso. Parece muy antiguo. Tiene un aura especial. ¿Necesita ayuda para probarlo?

Ella negó con la cabeza y agradeció a los hombres antes de despedirlos. Se acercó al piano con cautela. Aunque no podía verlo, sus manos se movieron con una precisión delicada sobre la superficie de madera. Los bordes estaban fríos y la textura era distinta a la de los pianos modernos: una mezcla de desgaste y elegancia que hablaba de un objeto con historia.

Cuando sus dedos tocaron las teclas, sintió algo que no podía explicar. Era como si pequeñas corrientes eléctricas subieran por sus brazos, despertando una conexión que nunca antes había experimentado.

—¿Qué eres? —murmuró para sí misma, intrigada.

Se sentó en el banco frente al instrumento, con sus dedos colocados en las teclas blancas y negras. Presionó una nota, luego otra. El sonido que emergió fue profundo y resonante, lleno de una emoción que no podía identificar. Al tocar, tuvo la impresión de que el instrumento no solo reproducía música; parecía susurrarle algo, como si las notas escondieran palabras en un idioma desconocido. Y una melancolía inexplicable se apoderó de ella.

Decidió tocar una de sus piezas favoritas, una composición propia que usaba para reconectarse con sus emociones. Sin embargo, mientras avanzaba en la melodía, la música comenzó a cambiar. Notas que no había planeado se colaban en la composición para dirigirla hacia un lugar que no reconocía, pero que al mismo tiempo le resultaba familiar. Cerró los ojos, un acto que para ella era instintivo, y permitió que sus manos siguieran el flujo. La melodía se tornó oscura, intensa, como si alguien más estuviera guiando sus dedos.

De repente, una imagen cruzó su mente: un hombre de cabello oscuro, con ojos penetrantes y una expresión de profundo sufrimiento. La visión fue tan vívida que la chica apartó las manos de las teclas, respirando con dificultad.

—¿Qué ha sido eso? —susurró, con el corazón acelerado.

Esa noche, no pudo dormir. El sonido del piano parecía reverberar en su mente, aunque el estudio estuviera en silencio. Algo en ese instrumento despertaba una mezcla de curiosidad y miedo, por lo que decidió investigar su origen al día siguiente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.