2.
Esa noche no pudo dormir casi nada. Los recuerdos la atormentaban de tal manera que su mente era incapaz de parar de reproducir escenas para nada agradables para ella. Se sentó en la cama y se quedó mirando un punto fijo en un rincón de su habitación.
«Fea.» «Gorda.» «Inútil.» «Apestosa.» «Piojosa.» «Te voy a follar tan bien que me pedirás más, puta.»
—¡Basta! —gritó al aire incapaz de controlarse. Su respiración estaba agitada y su corazón latía a mil por hora más sus ojos se volvieron cristalinos. —Basta...
Se limpió la cara con la palma de su mano y se levantó para ir al baño. Allí se lavó la cara. Cuando se desnudó se obligó no mirarse al espejo y se metió directamente en la ducha. Mientras que el agua caliente chocaba contra su cuerpo, Carolina se frotó con la esponja hasta que su piel se volvió roja. Se sentía sucia y era horrible. Sentía sus manos recorriendo su cuerpo, tocándola, besándola. También podía oír sus susurros y eso la volvía loca.
—Ya está, ya está, ya está... —se murmuró a sí misma. Eso siempre lograba tranquilizarla en momentos de crisis. Colocó su frente en la pared de la ducha y todavía con el agua corriendo por su cuerpo, respiró hondo.
Al cabo de un rato cerró el grifo y salió de la ducha. Se obligó otra vez a no mirarse en el espejo y volvió a su habitación. De su armario escogió unos pantalones blancos que lo combinaría con un cinturón negro, una camiseta sin mangas rosa y una blusa de cuadros azules. Se calzó unas converse negras y ya estaba lista para irse a trabajar. Como tenía el estómago cerrado, no desayunó y salió directa al trabajo. Se montó en su coche y condujo en silencio hasta la clínica. No le gustaba poner música porque cada vez que ponía la radio, sonaba una canción triste y depresiva. Y eso no era bueno para ella. La volvería aún más depresiva de lo que ya era de por sí. Al entrar en su clínica se llevó una sorpresa. No supo cómo definirla. Solo se quedó allí en medio parada, sin saber que decir.
—¡Carolina! —exclamó aquella mujer con mucha alegría. Demasiada alegría. —¡Qué sorpresa encontrarte aquí! ¿Me recuerdas?
Carolina se la quedó mirando sin reaccionar. Como no la iba a recordar. Fue la chica que no la dejó vivir cuando era una simple niña y adolescente.
—Penny—musitó todavía con el asombro reflejado en su rostro. —Que sorpresa…
Penny siempre fue la chica más guapa de su clase. Y ahora se había convertido en una mujer aún más hermosa. Su pelo rubio estaba cayendo en ondas sobre sus hombros desnudos por su blusa morada. Seguía teniendo esos ojos azules espectaculares y ese cuerpo maravilloso que Carolina se moría por tener. A juzgar por su ropa, le había ido bien y ahora tenía dinero.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Penny después de haberla abrazado. Carolina tuvo que corresponderle por compromiso y por no parecer maleducada, porque en realidad no quería que ella la tocase.
—Trabajo aquí. Esta es mi clínica.
—¡Con qué al final te convertiste en dentista! —Carolina no sabía porque decía todo con tanto entusiasmo. La estaba poniendo de los nervios. —Yo vengo porque tengo que hacerme un empaste en una muela. ¿Vas a atenderme tú?
≪¿Por qué me cuentas tu vida?≫ Pensó.
Carolina tuvo ganas de decirle que no. Sally la podría atender perfectamente, no tenía el deber de aguantar a aquella insoportable mujer.
—Claro. Pasa a mi consulta. Estoy encantada de atenderte.
Sintió asco de la falsedad de sus propias palabras.
Penny se sentó en el sillón y Carolina se puso su bata y sus guantes. Le pidió que abriera su boca y empezó a trabajar. En un momento tuvo el impulso de coger el bisturí y hacerle daño por todo lo que había pasado en su vida por su culpa, pero por suerte la parte racional de su cabeza se lo impidió. Carolina terminó el empaste sin incidentes. Penny se levantó del sillón y Carolina se quitó los guantes para tirarlos a la basura.
—¿Te gustaría venir a comer algún día conmigo y otros más de nuestra clase?
Su pregunta paralizó completamente a Carolina.
¿Comer con ellos? ¿Qué será lo próximo? ¿Hacer un grupo de WhatsApp e invitarlos a comer todos los viernes en su casa? Cómo le gustaba tanto las visitas...
—No creo que pueda—le contestó con la máxima educación que pudo. —Tengo mucho trabajo y además también tengo asuntos personales.
Penny no se lo tomó a malas y le sonrío. Le dijo que no pasaba nada y se despidió diciéndole que esperaba verla otra vez. ≪Yo espero no verte nunca más.≫ Pensó Carolina mientras la veía marcharse.
No hubo más sorpresas en todo el día.