Carpe Díem

Capítulo 3

Capítulo 3

-Vera-

Duncan me dejó en una fiesta que realizaban los alumnos de la universidad; la efectuaban con frecuencia anual, al aire libre detrás del campo de baloncesto. Había muchos que concurrían por primera ocasión, como en mi caso.

 En una noche que no terminaba de ser fría por completo, el recinto se veía lleno; había mesas con bebidas, largos caminos de focos colgados que iluminaban el lugar proyectando la luz a una corta distancia, y detrás de todo, un cerco que comunicaba con un bosque.

No me costó integrarme. A pesar de que había tenido mis dudas de quedarme allí, con el correr de los minutos logré entablar una charla con varias personas. El único requisito de esa fiesta de presentación era precisamente no presentarse; un chico había alertado que ninguno allí debía darse a conocer con otro, nadie tendría que saber nuestros nombres; en fin, la identidad de cada uno tenía que mantenerse en el anonimato hasta que nos avisaran.

Según comentó, había preparado un juego. No supe si fue por esa pauta que no le vi el sentido a participar; al margen de ello, aun sin que lo deseara, un leve atisbo de comodidad me invadió. Había tal cantidad de chicos y chicas riendo, hablando y bebiendo, que mi timidez pasaba desapercibida. No tardé en ponerme a conversar con un par de chicos y chicas. Nunca me había atrevido a tomar como esa noche, pero ahí se hallaba la libertad de estar sola y podía hacerlo. Botellas con un líquido verde circulaban por las distintas mesas, y en el grupo en el que yo me encontraba había varias.

––¿Has probado alguna vez esto? ––me consultó una de las chicas.

––No ––respondí observando la botella—, ¿qué es? ––indagué mirando cómo un grupo de chicos lo preparaban en pequeñas copas; echaban un poco de ese líquido verde, luego colocaban una cuchara con orificios y un terrón de azúcar, tomaban una botella con agua y la vertían con lentitud. El agua, al mezclarse con el líquido, adquiría una consistencia lechosa; lo revolvían con rapidez y lo bebían de un sorbo.

––Vamos, te mostraré ––me invitó, tomó mi mano y me acerqué a la mesa. En apariencia la fiesta lucía inocente; sin embargo, vista de cerca, allí hacían lo que querían, no había nadie encargado de controlar. De hecho, el único responsable allí era un chico, de acuerdo con lo que se decía, el hijo de uno de los dueños de ese recinto. Se había tomado el trabajo de convertir a la fiesta en un ámbito libre de adultos que pudiesen molestar la diversión.

––Es absenta. Algunos le llaman el hada verde, porque se dice que produce alucinaciones. Genial, ¿no? ––dijo riéndose.

Me prepararon una copa, y la chica que andaba conmigo también tomó otra.

––A la cuenta de tres, lo bebemos al mismo tiempo.

––Bien ––acepté y levantamos nuestros pequeños vasos.

––Uno, dos, tres ––bebí aquello de un sorbo. El sabor era levemente anisado, pero en el fondo amargo. Lancé un suspiro, esa bebida sabía muy fuerte. La chica a mi lado se echó a reír por semejante reacción, mientras yo sonreía tragando con dificultad mientras volvían a servir nuestras copas. Esa experiencia novedosa me resultaba divertida, y con el correr de los minutos bebí al punto de sentir que la música, los gritos y la gente ya no me eran extraños. Reía con facilidad ante lo más tonto, la tensión había desparecido y una suave tranquilidad me relajaba.

Bajo esa noche estrellada, los árboles se alzaban cual espigas oscuras; entre el bullicio se oyó la voz de un chico al que estimé el líder del inmenso grupo; encaramado en el capó de un auto, consiguió acaparar toda la atención.

––¡Oigan, idiotas! ––gritó eufórico; los que estábamos allí volteamos para verlo––. ¡Es hora del juego! ––exclamó, y obtuvo por respuesta estruendosos gritos. Incluso yo reía muy alegre; esa bebida me había puesto demasiado feliz––. ¡Van a formar círculos de veinte, y sacarán al azar diez que irán con la vista vendada! Cada uno de los diez restantes tomará a uno de los que tengan los ojos vendados y se meterán en el bosque. ¡Ni bien sientan el sonido de un disparo, cambiarán de compañero y le consultarán su nombre! ¡Lo vamos a dividir en dos rondas! En la segunda, los que llevaron los ojos vendados podrán ver; el juego se va a invertir para que todos nos conozcamos. ¡La pareja que llegue primero al cementerio ganará!

A pesar de que al principio había considerado que el juego era una estupidez, ahora, estando con el ánimo alterado y contento, reaccioné igual que los demás. Muchos se conocían de antes, y aprovechaban la oscuridad del bosque para concretar las posibilidades que ofrecía un sitio así. Me ubiqué en uno de los varios círculos formados por veinte jóvenes; uno de ellos caminó hacia adelante y comenzó a elegir a los que irían con los ojos vendados, quienes daban un paso al frente; en una de sus manos traía colgando trozos de telas.

Me estaba divirtiendo, pero en el fondo no deseaba pertenecer al grupo de los que tuviesen que ir a ciegas. No ver me incomodaba, así que deseé no ser elegida.

––¡El número siete!—gritó el chico señalando a un joven que corrió para adelante.

Se volteó mirando a los invitados, giró otras dos veces y estiró su dedo en dirección a mí: ––¡Tú! ––yo lo miré y sonreí a duras penas––. ¡Ocho! ––continuó rápido, ansioso por elegir a los dos restantes.

En cuanto eligió a la totalidad, me vendaron los ojos. Escuchaba los gritos y las voces de los jóvenes, que me empujaban en su afán por acomodarse para comenzar la competencia. En eso escuché un disparo a lo lejos, señal de inicio del juego.




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