Carpe Díem

Capítulo 15

Capítulo 15

 

-Nina-

Debí abordar dos buses para llegar al centro de la ciudad. Bajé del último autobús al despuntar el amanecer. La mañana era fresca, así que subí el cierre de mi campera y levanté con pesar mi bolso, que cargué hasta la siguiente parada. Era indispensable comprar un boleto en el subterráneo de la ciudad para ir al aeropuerto. Durante el trayecto había pensado qué iba a decirle a mi tío, y me cuestioné un par de veces la conveniencia de contarle la verdad. Juraba que no daría crédito a mis palabras, habían pasado tantas cosas… que una mentira idiota sería más creíble que la propia realidad.

Aún era temprano y andaba cerca del parque. El puente de piedra que atravesaba el lago motivó mi curiosidad, así que me dirigí allí con el bolso a cuestas. Lo apoyé a un lado para poder contemplar mejor la vista: había innumerables árboles de cientos y cientos de hojas que se mecían y desprendían con el viento, el cual las balanceaba para luego dejarlas caer con extrema suavidad en el agua. Apoyé mis palmas en la fría piedra del puente. Solo así me acordé de Luca. Enfoqué en mi mano derecha, con la que lo había tocado, y con suavidad volteé mi palma hacia mí. Entonces vi que una fina cicatriz blanca la marcaba desde el día que me topé con él en aquel bosque, mis dedos se cerraron ante aquella imagen, dando fin a esos recuerdos.

-Luca-

 

Al llegar, mis pies prácticamente se arrastraron rumbo a la habitación que Duncan me había reservado. Con suerte pude darme cuenta de que él no se encontraba en casa, ya que la camioneta no estaba afuera. Intenté dormir, pero se me hizo imposible. Víctima de un cansancio abrumador, la cabeza me palpitaba torturándome, por lo cual decidí ducharme. Una extraña opresión en el pecho me causaba una angustia arrebatadora. Ni siquiera con el baño conseguí sentirme mejor. Me dirigí a la sala y escuché la camioneta de Du estacionarse de forma frenética.

—¡Por fin te dignaste a venir! —exclamó.

Lucía preocupado: varias líneas arrugaban su frente.

—¿Qué diablos ocurre? —pregunté mientras me colocaba una camiseta limpia.

—Nina —cuando lo oí pronunciar su nombre no pude evitar mirarlo— se ha ido, Luca. Esta mañana temprano me topé con una nota bajo la puerta.

Duncan se aproximó a una pequeña mesa de madera, abrió un cajón y sacó un trozo de papel.

 

Duncan, no te preocupes si no me encuentras. Hoy por la mañana resolví irme. Voy a estar bien, en cuanto esté en casa prometo llamarte. Solo cuídate, ¿sí?

Te quiero. Nina.

—Tienes que ir a buscarla, yo puedo dar aviso a la policía. La he buscado por donde puedas imaginarte, pero no tengo rastros de ella —puntualizó Duncan muy preocupado, solo esperaba de mi alguna reacción.

—Si quiso irse, no es un problema que nos incumba a nosotros —dije tirando el papel a un costado.

—Luca —el tono de voz de Du era severo y grave—, la muchacha apenas si conoce el lugar, puede perderse u ocurrirle algo. Además, tú podrías localizarla más rápido que cualquier otra persona en este mundo.

—Me da igual —aseguré mostrándome indiferente.

Duncan no escatimó mediar una palabra más. En efecto, yo le ponía muy difícil proporcionarle ayuda. De nuevo se dirigió afuera, subió a la camioneta, ajustó su cinturón de seguridad, y salió con rumbo a la carretera para ir en su búsqueda.

Entonces…

Casi sin pensarlo, mi motocicleta que parecía volar bajo mi mando. Pasé a una corta distancia de la camioneta de Duncan, que solo se limitó a tocar el claxon con una sonrisa como signo de su alivio por verme en acción. Iba lo bastante rápido para ganarle una carrera a un mismísimo rayo. Mi camisa se mezclaba de modo virulento con el viento, en tanto que mi cabello se arrastraba por doquier. Mis manos apretaron el acelerador con decisión, haciendo que la motocicleta rugiera a toda velocidad. En el preciso instante en que mis dedos estrujaban el papel que ella había dejado, mi mente vislumbró una dirección en particular, un boleto de bus. Oí el sonido de los trenes en el subterráneo, la gente, el movimiento típico de las personas que comienzan su día.

Avancé dando grandes zancadas. Mi percepción, que la mayor parte del tiempo se caracterizaba por ser aguda al extremo, esta vez estaba un poco distorsionada por mi resaca de la noche anterior. Deseaba combatir aquello, pero la vida me llevaba a buscarla… y ahí iba yo, vencido, tras sus pasos. La buscaba entre las personas, los ruidos, invadido por una necesidad extrema de verla, de saber que andaba por allí para poder ser encontrada por mí.

«¿Dónde estás?».

«¿Dónde? ¿Dónde?».

Repentinas visiones colapsaron mi razón. Tuve que detenerme, no podía continuar caminando, pues mi visión natural se oscurecía, mientras que los ojos de mi mente se abrían mostrándome más sucesos. Ella… nadie más que ella. Estábamos dentro de un juego: a veces el que huía era yo, en otros momentos era ella. Aun así, sin excepciones nos cruzábamos. Tuve una visión:

—Bastián, cuando despierte… quiero volver a ella.

—¿No vas a desistir? —me dice el sujeto que para mí realidad presente es un completo desconocido, no así en mi visión futura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.