Capítulo 17
-Nina-
Abrí mi mano extendiendo los dedos y la apoyé con extremo cuidado en su pecho, como aquella noche. Era el mismo lugar. Pude sentir su corazón y lo observé. A medida que pasaban los segundos, su pecho mostraba una aceleración creciente en la respiración. Me estremecí. Aparté la mano sentándome en la silla con la velocidad de un rayo, y lo miré calmarse de a poco; el ritmo respiratorio volvió a ser tranquilo y pausado. Su rostro se calmó y su cuerpo se serenó. Él había vuelto a la normalidad; en cambio, yo estaba turbada y confundida. Mis rodillas rozaban la cama. En eso, la enfermera entró de nuevo para darme una manta.
La estiré y lo tapé evitando tocarlo. Simplemente me quedé en vela la noche entera custodiando su sueño. Durante horas y horas me detuve frente a todas las incógnitas que él cosechaba en mí. De a ratos deseaba que abriera los ojos para llenarlo de preguntas.
Mis párpados se tornaban más y más pesados. Alargué los brazos sobre una mesa de luz vacía que había a un costado. Me escurrí incómoda, apoyé la cabeza y me dejé vencer por el sueño. Solo que en esta ocasión era distinto porque… me hallaba cerca de él.
Sentí algo de dolor cuando abrí levemente los ojos; pestañeé un par de veces y advertí que oía voces, pero no conseguía entender qué decían. Sin terminar de liberarme del sueño, me invadía un malestar a la altura del cuello. Quizás se debía a mi postura para dormir, o era producto de una sensación desagradable por alguna pesadilla. Cerré los ojos y volví a abrirlos todavía sumida en un desgastante sueño. Mi vista daba a la cama, las luces de la habitación me irritaban. Luca se había despertado; sentado de espaldas a mí, noté entre sus omóplatos un enorme hematoma de color violeta; ya desconectado del suero, se pasó una mano por el cuello con extrema suavidad. Esa fue la primera vez que divisé un tatuaje en su nuca, el cual había estado oculto hasta entonces…
«Carpe Diem»
—Carpe diem… —balbucí aún somnolienta, sintiendo que alguien me movía.
—Nina, Nina— la voz de Duncan me iba alertando de su pérdida de paciencia. Abrí los ojos con rapidez, casi de un salto me enderecé.
—Auch —exclamé a causa del dolor en el cuerpo por haber dormido torcida y apoyada en una mesa de luz.
—¡Al fin, muchacha! —se quejó Duncan.
—Lo siento —dije levantándome, y eché un nuevo vistazo a Luca, que no se inmutó; tenía los brazos extendidos y sus palmas a cada lado de la cama. Estaba desnudo, y cubierto solo hasta la cintura, aunque desde mi lugar solo le veía la espalda y los brazos. El médico acababa de salir después de chequear que su cuadro fuera bueno, y Duncan le había dejado ropa limpia en la cama.
Abandoné la habitación rápidamente algo incómoda. Luca me dedicó una última mirada: no lucía precisamente contento, sino más bien turbado y fastidioso.
Llegué a casa. Abrí la ducha y dejé correr el agua. En tanto me sacaba la ropa, traje a mi memoria todo lo ocurrido, y una vez más me sentí perdida. Entré a la ducha y me cubrí de agua, enjuagué mi rostro en varias ocasiones, pues necesitaba despejar un poco mi mente. El disimulado tatuaje en la nuca de Luca era parte de la frase usada en el obituario… Más allá de las dudas que me asaltaban, de una cosa podía estar segura: que cueste lo que cueste, averiguaría la verdad sobre Luca.
-Luca-
Du me había puesto al corriente de las intenciones de mi padre de venir a verme. Claro que yo no quería cruzarme con ese engendro… Me duché tan rápido como pude, el dolor en mi espalda me impedía ser lo bastante ágil. Me vestí, abrí la puerta y lancé un insulto por lo bajo en cuanto vi a mi padre esperándome en el pasillo. Duncan mostraba una expresión evidente de fastidio.
—¿Qué haces aquí? —pregunté caminando hacia afuera. Mi padre me siguió el paso.
—Vengo a verte, eres mi hijo —respondió el imbécil.
—Te conviene que hayas venido solo —le advertí bajando las escaleras del hospital. Él me detuvo tirándome de un brazo.
—Conduje yo solo hasta aquí —contestó; yo de un tirón solté el brazo, librándolo de su mano—. Me preocupé, Edwin me avisó de lo ocurrido.
Yo le clavé la mirada con grandes deseos de abofetearlo ahí mismo. Se encontraba solo, era una inmejorable oportunidad para concretar mi fantasía.
—¿Pensaste que me había muerto? —me bufé con la irritación circulándome por las venas a mil por hora—. Sé que vienes a confirmar si estoy con vida porque necesitas que siga siendo rentable en el nefasto negocio que es tu vida —argumenté apretando mi mandíbula con fuerza para contener las ganas de golpearlo.
—Me comentaron que te caíste de un caballo —mi padre no se atrevía contestar lo que yo le había dicho, porque en el fondo era la verdad: él cuidaba su negocio y yo era su capital.
—¡Sí! ¡Me caí de un caballo por estar malditamente ebrio! ¡¿Satisfecho?! —vociferé.
—¡¿Cuántas veces te dije que te controles, Luca?!
Tales palabras provocaron que yo estallara de rabia; lo sujeté de la camisa con ferocidad atrayéndolo a mí; todavía me dolía la espalda, pero en ese instante el dolor pasaba a ser secundario.