Camila
Tan pronto como el agua cayó sobre ella, su ánimo mejoró y al salir del baño, que por cierto relucía como el resto de la casa, las ganas de pisar a Ryan Ross en el dedo pequeño del pie ya habían desaparecido. Camila se quedó de pie en medio de la habitación unos minutos intentando encontrar qué ponerse, después de que él lo hubiera toqueteado y traspuesto todo. Al final abrió el armario y sacó la primera cosa que encontró: una falda vaquera extremadamente corta que no recordaba tener y una blusa rosa de tirantes de arcoíris que le provocó ganas de vomitar. Aquello había sido como sacudir su capsula del tiempo, pero no importaba.
Por el momento, sus tripas gruñendo le preocupan mucho más.
Salió a la sala y encontró a Ryan sentado en su nuevo viejo sofá con el desayuno sobre la mesita de centro. Se sentó junto a él en silencio y tomó uno de los cruasanes sin girarse a mirarlo, aquella situación ya era bastante rara como para ponerse a intercambiar miraditas. Camila podía sentir los ojos de Ryan fijos en ella, pero eligió ignorarlo.
—¿Y bien? —preguntó él, después que ella comenzara a comer su segundo cruasán.
—Y bien, ¿qué?
—No has dicho nada.
—¿Tengo que decir algo? —replicó incómoda.
La verdad era que no sabía que decir. Era la primera vez en su vida que no sabía cómo comportarse después de acostarse con un tipo. Por lo general no se tomaba el tiempo de congraciarse y desayunar después de coger así que Ryan Ross, en su rareza, la volvía a poner en una situación incómoda. Tomó el café y comenzó a dar pequeños sorbos, pensando en que decir cuando ya no tuviera el escudo de la comida para evitar hablar.
—Gracias. Por todo —Las palabras brotaron en automático.
Ryan esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Ha sido un placer desayunar contigo.
—También por lo demás, por limpiar y eso —aclaró—. No te agradecí hace un momento y...
Camila no sabía que más decir, no estaba muy acostumbrada a dar las gracias o a disculparse y Ryan pareció notarlo así hizo un gesto con la mano quitándole importancia a todo aquello. El siempre caballeroso Ryan.
Ella ya estaba dándole vueltas en la cabeza a las excusas que podía usar para sacar a Ryan de su casa. No podía decir que iba a hacer la compra, o que limpiaría la casa porque él había resuelto todo eso incluso antes de que ella despertara.
Las cosas con las que ella habría pasado toda la mañana y parte de la tarde.
Además, tenía la excusa del trabajo, pero no debía ir al bar hasta las cuatro, así que esa no sería una buena excusa. Y si, Ryan no lo sabía, pero no era estúpido. Ese bar no parecía del tipo que abría al medio día. Más bien daba la impresión de ser de los que comenzaban a operar cuando todos los demás cerraban. Solo apto para borrachos asquerosos y problemáticos que no creían haber tomado lo suficiente.
—Bueno... —Él comenzó a ponerse de pie — Debo irme ahora.
—¿En serio? —Ella se levantó también sin saber por qué le importaba. ¿Por qué no estaba feliz de conseguirlo sin siquiera tener que esforzarse? — Puedes quedarte un poco más si quieres.
Lo cierto era que sentía que Ryan podía leer sus pensamientos y eso no le gustaba nada, y una parte absurda de ella quería decirle que, si creía, por alguna razón, estar leyendo sus pensamientos, estaba muy equivocado.
—No, debo ir a casa, tengo algunas cosas que hacer.
—Bien —Camila se puso de pie, sin saber que más hacer y se metió las manos en los bolsillos traseros de su falda.
—Bien.
Ryan caminó hacia la puerta y ella lo siguió en silencio. Él abrió la puerta y se giró hacia ella y por unos instantes pareció que estaba nervioso, pero de repente la tomó por la cintura y la besó.
Era la primera vez que él daba algún paso sin que ella lo incitara antes, y el beso era tan... dulce, tan Ryan, que Camila no pudo hacer otra cosa que rodear su cuello con sus brazos, cerrar los ojos y dejarse llevar por la forma en que la acariciaba con sus labios.
En todo el tiempo que llevaba trabajando en aquel bar, no recordaba haber visto tanta gente allí. El local parecía que explotaría en cualquier momento y Tina, Sam y ella no daban abasto con todos los clientes, corrían de un rincón a otro sirviendo tragos. Los pies le dolían, la cabeza también y solo eran las doce de la noche. Aún faltaban dos horas para poder irse a casa.
Lo bueno de que el negocio estuviera lleno era que no tenía tiempo para pensar en Ryan, aun con todo el material que poseía para tenerlo en la cabeza por, al menos, dos semanas. No había vuelto a verlo desde hacían dos días, mucho menos había tenido noticias de Ryan Ross, pero bueno, tampoco era como si tuviera tiempo para andar por ahí intentando saber de la vida de los demás, así que se concentró en su trabajo, que era para lo que le pagaban.
Después de llevar unos tragos a la mesa dieciocho volvió hacia la barra lo más lento que pudo, para poder recuperar un poco de fuerzas en el camino de cuarenta y dos segundos. Estaba harta de aquello, había perdido las cuentas de las veces que se había dicho que debía marcharse de allí, pero era muy difícil encontrar otro empleo y sin empleo dormiría en la calle y moriría de hambre. No, no era una propuesta atractiva.